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NATURALEZA DEL ESPÍRITU SANTO (Parte 1)

La pregunta que debemos plantearnos en este apartado es: ¿Qué podemos aprender en la Biblia acerca de la naturaleza del Espíritu Santo? La primera respuesta y la que, de algún modo, sintetiza a todas es: el Espíritu Santo es Dios. Esta es la primera y gran verdad que confesamos en cuanto a él. Sin embargo, sin dejar de ser persona divina, y más aún, porque es persona divina, el Espíritu es sobre todo una profunda experiencia personal y comunitaria. Es la realidad, profundidad y riqueza de esta experiencia humana la que hace tan difícil enfrascar al Espíritu en un tubo de ensayo para definirlo y describirlo. En realidad, si de veras deseamos entender la naturaleza del Espíritu Santo es necesario que comencemos por comprender la naturaleza del ser humano y nuestra experiencia del Espíritu.

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En neumatología ocurre lo mismo que en cristología. Si no valoramos al ser humano, nunca comprenderemos la posibilidad y la riqueza de la encarnación como revelación de Dios en el ser humano Jesús. De igual modo, si no valoramos la riqueza de la experiencia humana como intimidad, nunca comprenderemos la riqueza del Espíritu que se revela en la riqueza de la experiencia humana personal y comunitaria. Si negamos lo humano como persona, negamos la posibilidad de la encarnación como revelación. Si negamos la experiencia íntima como valor humano, nunca llegaremos a comprender la posibilidad de la revelación del Espíritu Santo como persona divina. La historia del testimonio cristiano nos hace ver que sólo las personas sensibles a las riquezas de las experiencias humanas han sentido la presencia del Espíritu en su vida personal y en la vida de la iglesia. Mientras no perdamos el miedo a lo subjetivo, a lo emocional y a las experiencias íntimas; mientras cataloguemos a lo subjetivo, emocional y experiencial como arbitrario y relativo, el Espíritu Santo no va a encontrar posibilidades de revelarse a nosotros como persona divina.

Félix Casá: “¿Qué es entonces el Espíritu en medio de nosotros? El Padre es Dios-persona y está antes de mí—es el Creador—, por encima de mí y al término de todo. El Hijo es Dios-persona junto a mí, el Emmanuel. El Espíritu Santo es Dios-persona dentro de mí, como interioridad, como experiencia personal, como voz que me llama. Y si negamos que Dios esté sobre nosotros, negamos al Padre; si negamos que el otro pueda ser el camino por el que Dios se revele, negamos al Hijo; si negamos la validez de la experiencia humana, negamos la posibilidad de la revelación del Espíritu Santo.”

 1. Su nombre 

Espíritu. Para entender quién es el Espíritu Santo es necesario hacer primero una definición de términos. Básicamente su nombre es Espíritu. El calificativo “santo” se agrega al nombre. La palabra castellana “espíritu” viene del latín spiritus. En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea es ruach. Este vocablo originalmente significaba aliento; más tarde viento o aire; y finalmente, espíritu, como ya observamos. La palabra aparece unas 370 veces en el Antiguo Testamento.

En el Nuevo Testamento la palabra griega que se traduce como “espíritu” es pneuma. Su significado es similar al del hebreo. El vocablo aparece unas 385 veces en los escritos del Nuevo Testamento, de las cuales 244 citas se refieren al Espíritu Santo. Más adelante más detalles.

Santo. En cuanto al adjetivo “santo,” los vocablos hebreo y griego que se utilizan respectivamente en el Antiguo y Nuevo Testamento llevan la idea de separación, de apartar o dedicar al servicio de Dios. Originalmente, estos vocablos tenían una connotación moral, ya que incluso se referían a los hombres y mujeres que eran consagrados para los cultos degenerados a las deidades de la fertilidad. Cuando estas palabras comenzaron a usarse con relación al Señor, se les asoció el concepto moral de justicia. No obstante, se conservó la idea básica de separación o dedicación para el Señor. Es interesante notar que mientras en el Antiguo Testamento “santo” se refiere mayormente a cosas, en el Nuevo Testamento se refiere a personas.

Importancia de estos nombres. ¿Cuál es la importancia de estos términos en relación con el Espíritu Santo? El lenguaje es algo vivo, ya que se desarrolla como resultado del esfuerzo humano por expresar las realidades de la vida según se las experimenta y entiende. En el desarrollo de estos términos para referirse al Espíritu de Dios ocurrió esto mismo. Alguien se dio cuenta de que el aliento está asociado con la vida, ya que si una persona respiraba eso era indicación de que vivía, mientras que si dejaba de hacerlo esto era evidencia de que estaba muerta. Así, pues, el aliento se relacionó con la fuerza invisible de la vida. Además, el aliento expresa el elemento intangible de la naturaleza humana, la fuerza que la mueve, su espíritu.

Por otro lado, el ser humano sabe lo que es el viento. Por experiencia, todo ser humano puede percibir al viento como una brisa suave o como un huracán que lo destruye todo. Toda persona reconoce que el viento es una fuerza básica e invisible de la naturaleza. En este sentido, representa poder, un poder que puede ser para bendición o destrucción, según la manera en que uno lo experimente.

Dios se revela al ser humano conforme a la capacidad del mismo de entenderlo. Así, pues, como poder y presencia invisible, él se reveló como ruach o pneuma. Dios es espíritu (en griego, pneuma ho theós, Jn. 4:24). Como “aliento”, él es la fuente de la vida total del ser humano. Él es la fuerza conductora que opera tanto dentro como a través del ser humano. El Espíritu de Dios mora en el espíritu del ser humano, de manera tal que éste en su naturaleza básica se muestra como un ser creado a la imagen de Dios. Es a través del Espíritu de Dios que el ser humano caído puede, por medio de Cristo, llegar a ser un hijo de Dios.

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Como “viento,” Dios es el poder divino invisible que obra en el universo. La relación del ser humano con el Espíritu determina si su poder resultará para bien o para mal. Jesús apeló a esta naturaleza dual del pneuma para ilustrar de qué manera esta presencia de Dios—invisible, pero poderosa—opera para el bien del ser humano. Según él lo enseñó: “El viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va”, y agregó: “Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu” (Jn. 3:8). No podemos ver al pneuma de Dios, sea el viento de la naturaleza o la persona del Espíritu Santo. Pero sí podemos ver y experimentar los resultados de la manifestación de ambos.

En razón de que el Espíritu es el Espíritu de Dios, él es santo, así como Dios es santo. De allí su nombre: Espíritu Santo.

 2.  Su carácter (EN LA PARTE 2)

 Pablo A. Deiros, El Espíritu Santo hoy, 1a ed., Formación Ministerial (Buenos Aires: Publicaciones Proforme, 2010), 321–323.

 

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