
(gr. apókrufos, “oculto”; cuando se lo adjunta al gr. biblía, “libros” o “rollos”, significa “libros ocultos”). Término cuyo uso ha variado con el tiempo y en quienes lo usan. Algunos escritores antiguos lo aplicaban a libros de sabiduría esotérica o misteriosa, demasiado complicados para el hombre común y que sólo podían comprender los iniciados. De aquí que fueran “libros secretos”, escondidos al público en general. Otros usaban el término en sentido peyorativo: “espurio”, “falso”, “herético” y “extracanónico”; por ello, fuera de circulación.
También en los círculos eclesiásticos se dieron diversos usos a la palabra (y todavía los hay). Algunos la usan para toda la literatura antigua fuera del canon* de las Sagradas Escrituras. Los protestantes generalmente la emplean para indicar los libros que fueron incluidos en copias de la LXX y la Vulgata Latina, pero que fueron excluidos del canon hebreo de las Escrituras. En este artículo usamos “apócrifos” de la siguiente manera:
A. Para designar los 15 documentos que se encuentran en algunos manuscritos griegos y latinos del AT, pero que no fueron incluidos en el canon de las Escrituras hebreas.
B. Para designar otros libros espurios, tanto del AT como del NT, unánimemente repudiados como para formar parte del canon bíblico (llámense “apócrifos”, “apócrifos [propiamente dichos]”, “deuterocanónicos”* o “seudoepigráficos”*).
Con respecto a la relación de estos 15 libros con el canon del AT, veamos 3 posiciones entre las iglesias cristianas:
- La Iglesia Católica Romana reconoce por lo menos 12 de los 15 libros (o partes de libros) como “deuterocanónicos”, y usan “apócrifos” específicamente para otros libros extracanónicos que los protestantes Ilaman “seudoepigráficos”; además, otorga a los 12 una categoría totalmente canónica. La 4a sesión del Concilio de Trento (8 de abril de 1546) decretó que, con excepción de 1 y 2 Esd. y la Oración de Manasés, los libros apócrifos “íntegramente y en todas sus partes” son “sagrados y canónicos”. Incluso se pronuncia un anatema sobre todo aquel que “a sabiendas y deliberadamente” los rechaza. Aunque a 1 y 2 Esd. y la Oración de Manasés se les niega canonicidad y autoridad, están incluidos en manuscritos latinos de la Vulgata, y en posteriores ediciones impresas fueron puestos en un apéndice de la Biblia. Cabe acotar que la Iglesia Católica hace de protocanónicos y deuterocanónicos un solo grupo, y coloca aparte seudoepigráficos y apócrifos (propiamente dichos).
- La Iglesia Anglicana, la Iglesia Luterana y la Iglesia Reformada de Zurich sostienen que estos libros son útiles pero no son canónicos. El artículo VI de los famosos 39 artículos de la Iglesia Anglicana (1562) declara que son leídos “para ejemplo de vida e instrucción de las costumbres”, pero la iglesia no los usa para “establecer doctrina alguna”. El reformador suizo Oecolampadio declaró en 1530: “No despreciamos a Judit, Tobías, Eclesiástico, Baruc, los 2 últimos libros de Esdras, los 3 libros de los Macabeos, las adiciones a Daniel; pero no les asignamos autoridad divina como a los otros”.
- La Iglesia Calvinista y otras iglesias reformadas plantearon claramente su posición en la Confesión de Fe de Westminster (1647): “Los libros, comúnmente llamados apócrifos, como no son de inspiración divina, no son parte del canon de la Escritura; y por tanto no tienen autoridad en la Iglesia de Dios, ni serán de otro modo aprobados o utilizados más que otros escritos humanos”.
En lo relacionado con el canon, la Iglesia Ortodoxa Griega nunca tomó una decisión que fuera aceptada por todos los de su comunión. Como texto auténtico del AT acepta la LXX, que incluye los apócrifos. El sínodo de Jerusalén (1672) puso a los apócrifos en pie de igualdad con los libros canónicos, mientras que el sínodo de Constantinopla del mismo año tomó la posición de que no son iguales a los canónicos, pero que como “buenos y dignos de alabanza” no deben ser rechazados totalmente. Sin embargo, en la práctica esta iglesia ha avanzado hacia una casi total aceptación de los apócrifos.
Los protestantes, sobre la base de evidencias internas y externas, niegan autoridad divina a los apócrifos y, por tanto, su canonicidad. Sus Biblias generalmente contienen, en el AT, los mismos libros que los hebreos aceptan como Escrituras inspiradas. Aunque esos apócrifos (y también los canónicos) fueron escritos por judíos, no son aceptados por ellos como parte del canon oficial hebreo. En realidad, parece que los judíos del período intertestamentario percibieron la ausencia del don espiritual, que es el único que califica a los hombres para escribir las Sagradas Escrituras. p 73 Josefo, el historiador judío del s I d.C., lo expresa de este modo: “Desde el imperio de Artajerjes hasta nuestra época, todos los sucesos se han puesto por escrito; pero no merecen tanta autoridad y fe como los libros mencionados anteriormente, pues ya no hubo una sucesión exacta de profetas”. Además, existe una persistente incertidumbre con respecto a los libros apócrifos a través de toda la historia eclesiástica. Desde Jerónimo (c 340–420 d.C.) hasta la Reforma, los padres y teólogos insisten sobre las diferencias básicas entre los libros canónicos del AT y los apócrifos.
Tal vez aún más importantes son las características internas de los libros. En verdad, no añaden nada esencial a la historia de la redención. Enseñan doctrinas y estimulan prácticas que no están en armonía con los libros aceptados del canon. Por ejemplo, en 2 Mac. 12:41–45 (cf Bar. 3:4) aparece la idea de orar a los muertos y llevarles ofrendas. En los apócrifos hay una tendencia a magnificar lo externo de la religión. Limosnas y obras, dicen, expiarán el pecado y producirán su recompensa (2 Esdr. 8:33; Tob. 12:9; Eclo. 3:14). Tobías presenta una mezcla de piedad, folclore y magia. El demonio Asmodeo aparece como un celoso asesino de los 7 maridos de una mujer joven, pero finalmente es exorcizado al quemar las entrañas de un pez (Tob. 6:1–8; 8:1–9). Con la hiel del mismo pez se produce un poderoso medicamento que sana la ceguera de un padre, causada por el excremento de unos gorriones (2:9, 10; 6:8; 11:7–15). El lenguaje y la conducta de Judit, caracterizados por la falsedad y el doble trato, se presentan como aprobados por Dios, quien la ayuda (Judit 9:10, 13; etc.). La Sabiduría de Salomón enseña la doctrina platónica de que el alma del hombre es inherentemente inmortal, y que su cuerpo es un mero estorbo para ella (9:15), pensamiento totalmente extraño tanto al AT como al NT. El autor hasta tomó prestada la doctrina platónica de la preexistencia de las almas (8:19, 20). Véanse Apócrifos del AT; Apócrifos del NT.
Sin embargo, aunque no puede pretenderse canonicidad para los libros apócrifos, tienen valor para el estudioso de la Biblia. Proporcionan un conocimiento de la brecha de 400 años entre los 2 testamentos. Ayudan a comprender el clima social, político y religioso del NT. Los Macabeos, en particular 1 Mac., muestran las luchas de los judíos por su libertad política y religiosa contra la tiranía del paganismo griego. Ayudan a comprender el surgimiento de sectas, como la de los fariseos y la de los saduceos. Arrojan luz sobre el crecimiento de instituciones y creencias de los judíos del NT, y de ese modo proporcionan un marco de referencia para la iglesia cristiana primitiva.
La inclusión de los libros apócrifos y/o deuterocanónicos en nuestras Biblias españolas merece un párrafo aparte. El Comité General de las Sociedades Bíblicas Unidas, reunido en Edimburgo (septiembre de 1969), puso en claro algunos puntos y los comunicó de la siguiente manera: “Cuando la Versión Autorizada de la Biblia se publicó en 1611, todos los ejemplares contenían los textos apócrifos. Lo mismo es cierto con la mayoría de las primeras traducciones tales como las de Lutero y Valera. Posteriormente, sin embargo, y de tanto en tanto aparecieron ediciones sin los textos apócrifos… En junio de 1964, una conferencia mundial de dirigentes de iglesias y representantes de la Sociedad Bíblica, reunida en Drierbergen, Holanda, instó a las Sociedades Bíblicas a acometer con renovado vigor su tarea de circulación mundial de las Escrituras y recomendó que ‘donde las iglesias deseen y específicamente lo pidan, las Sociedades Bíblicas deben considerar la traducción y publicación de los libros comúnmente llamados apócrifos’ ”. Estos lineamientos se ratificaron en 1968, 1972 y 1973, y continúan hasta hoy.
Fuente: Siegfried H. Horn, Diccionario Bíblico Adventista, ed. Aldo D. Orrego, trad. Rolando A. Itin y Gaston Clouzet (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995), 72–73.
LXX Septuaginta;1 Setenta
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LXX Septuaginta;1 Setenta
s siglo(s)
c cerca, alrededor de/del; aproximadamente