EL PECADO ORIGINAL

¿Cómo se trasmite el pecado original?

Hemos visto que Adán fue creado a imagen de Dios para ser perfectamente santo y justo (Génesis 1:27). También hemos remontado la pérdida de la inocencia de Adán a su caída en pecado (Génesis 3:1–8). Con ese trasfondo, es significativo que cuando la Biblia informa la llegada de la descendencia de Adán, no dice que Adán tuvo hijos que fueron hechos a la imagen de Dios, sino “a su semejanza, conforme a su imagen” (Génesis 5:3). Eso sólo puede significar que cuando Adán engendró hijos, ellos nacieron a la pecaminosa imagen de su padre y no a la imagen de Dios.

Eso concuerda con lo que Jesús le dijo a Nicodemo: “Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). La carne engendra carne, de los pecadores nacen pecadores. Nuestra carne pecadora, nuestra naturaleza corrupta y pecaminosa que se opone a que entremos en el reino de Dios, viene de la carne pecadora de nuestros padres. El problema es la semilla pecaminosa y corrupta de la que estamos formados. Entonces es claro que el pecado original se trasmite por medio de la reproducción. Las confesiones luteranas dicen: “El pecado original se propaga de una semilla pecaminosa mediante la concepción y nacimiento carnales por parte de los padres”.20

Algunos creen que la naturaleza humana que heredamos de los padres es pura o neutra, que los niños nacen con capacidad para el bien y para el mal y llegan a ser buenos o malos cuando imitan a las personas que los rodean. Pero las palabras de Pablo a los efesios no permiten esa confianza en la bondad humana: “Éramos por naturaleza hijos de ira” (2:3). Incurrimos en la ira de Dios no porque imitemos el mal ejemplo de nuestros padres y de otros, sino por causa de la naturaleza pecaminosa que tenemos al nacer.

¿Qué tan serio es el pecado original?

La evidencia bíblica hace imposible creer que el hombre sea inherentemente bueno. Después del diluvio Dios hizo una evaluación pesimista de los poderes espirituales del hombre. En una época en la que sólo estaban los creyentes Noé y su familia viviendo en la tierra, Dios dijo que el corazón del hombre se inclina al mal desde su juventud (Génesis 8:21). El apóstol Pablo confesó la absoluta falta de poder espiritual en la naturaleza que él heredó de Adán: “Yo sé que en mí, esto es en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18).

La Biblia dice que la corrupción de la naturaleza del hombre es ceguera espiritual. La comprensión que tiene el hombre de la voluntad de Dios está oscurecida (Efesios 4:18). El hombre no puede aceptar las verdades espirituales que vienen del Espíritu de Dios, porque son locura para él (1 Corintios 2:14). Con la naturaleza que heredó de Adán, el hombre está también espiritualmente muerto (Efesios 2:1), y no tiene poder para llegar a una vida espiritual. Peor aún, por el pecado original, el hombre es enemigo de Dios. Pablo dice: “Los designios de la carne son enemistad contra Dios” (Romanos 8:7). Como la naturaleza corrupta del hombre lo hace espiritualmente ciego, muerto y enemigo de Dios, no puede entrar por sí mismo en relación con Dios, ni quiere hacerlo. ¡Ciertamente el pecado original es serio!

El pecado original: una definición

Una de las confesiones luteranas, la Fórmula de Concordia, define el pecado original de la siguiente manera:

El pecado original es la completa carencia o privación… de la imagen de divina, según la cual el hombre fue creado originalmente en la verdad, santidad y justicia; y, al mismo tiempo, es la incapacidad e ineptitud para hacer las cosas divinas… El pecado original (en la naturaleza humana) no consiste únicamente en la ausencia total de todo lo bueno en asuntos espirituales y divinos, sino que en vez de la imagen divina que el hombre perdió, ese pecado es al mismo tiempo también una corrupción profunda, malvada, horrible, insondable, inescrutable, e indecible, de toda la naturaleza humana y sus facultades… Así todos nosotros, por inclinación y naturaleza heredamos de Adán tal corazón, sentimiento, y pensamiento, que según sus supremas facultades y la luz de la razón, se oponen natural y diametralmente a Dios y sus supremos mandamientos, particularmente en lo que respecta a asuntos divinos y espirituales… El castigo que por causa del pecado original Dios ha impuesto sobre los hijos de Adán consiste en lo siguiente: La muerte, la condenación eterna.21

Note que el pecado original se describe no sólo en términos negativos, como ausencia de la imagen de Dios y falta total de bien en asuntos espirituales, sino también en términos positivos, como un mal que está presente, un estado mental diametralmente opuesto a Dios. La depravación total y la impotencia espiritual que tenemos por causa del pecado original se destacan por la acumulación de términos: “incapacidad”, “ineptitud”, “insondable” y “corrupción profunda”. Se declara la universalidad y la fuente del pecado original: “Heredamos de Adán… el castigo que por causa del pecado original Dios ha impuesto… la muerte, la condenación eterna”.

¿Es justo Dios?

Muchas personas objetan la doctrina del pecado original desde el punto de vista de la justicia, preguntando cómo se puede cargar el pecado de una persona a toda la raza humana. Ciertamente, según ellos, las personas deberían ser acusadas sólo por las malas acciones que ellas hacen. Sin embargo, la justicia de Dios no está determinada por nuestras ideas de justicia. La pregunta no debería ser: “¿Qué es justo?”, sino: “¿Qué enseña la Biblia?” La Biblia enseña la doctrina del pecado original tan claramente que no se puede negar.

La Biblia pone el asunto de la justicia en su debido lugar cuando plantea la relación entre el hecho de que Dios imputó el pecado de Adán a todas las personas y el hecho de que les imputó la justicia de Cristo a todas las personas. Pablo dice: “Así que, como por la trasgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación que produce vida” (Romanos 5:18). Los que acusan a Dios de ser injusto deberían ser consistentes. Cuando rechazan por injusto el hecho de que Dios impute el pecado de Adán a todas las personas, también deberían rechazar por injusto el hecho de que Dios les ha acreditado la justicia de Cristo a todas las personas. Sin embargo, esa posición, como dice el teólogo luterano Francis Pieper, los pone “fuera de las normas del cristianismo”.22

Pelagio

A comienzos del siglo quinto, un monje inglés de nombre Pelagio estaba perturbado por el hecho de que muchos cristianos de su tiempo parecían hacer de las doctrinas de la gracia gratuita y el pecado original una licencia para pecar. Pensaban que si pecaban, siempre podían acudir a Dios buscando el perdón. La gracia divina no tiene límites, así que, ¿por qué no pecar todo lo que pudieran? Encontraban en la doctrina del pecado original una buena excusa hasta para los peores pecados. Pensaban que siempre podían decir: “Lo siento, no lo puedo evitar; así es como soy”.

Ofendido por esto, Pelagio comenzó a enseñar que la naturaleza humana no estaba completamente contaminada por el pecado desde la caída de Adán. Pelagio sostenía que el pecado de Adán lo afectó sólo a él y no a su descendencia. La naturaleza humana estaba aún en su estado original, que Pelagio consideraba moralmente neutro. Según Pelagio, el hombre era por naturaleza sin virtud ni vicio, sino capaz de ambos. Su libre albedrío no estaba afectado por la caída. El hombre podía elegir el bien o el mal por su propio poder y sabiduría. No era necesaria la gracia de Dios para la salvación del hombre; el hombre era perfectamente capaz de salvarse a sí mismo.

Cuando el padre de la iglesia, Agustín, presentó las enseñanzas de Pelagio como negación de la verdad, otros, llamados semipelagianos, comenzaron a enseñar que el libre albedrío del hombre estaba sólo parcialmente afectado por la caída. Decían que la salvación del hombre depende de la gracia de Dios y del uso correcto de la sabiduría natural y las fuerzas del hombre. Las opiniones tanto de Pelagio como de los semipelagianos fueron rechazadas por la iglesia en varios concilios, entre ellos los de Cartago en 416, Éfeso en 431, y Orange en 529. A pesar de las condenas oficiales, esas falsas enseñanzas continuaron hasta convertirse en un problema para la iglesia cristiana incluso hoy, asunto que discutiremos más en el capítulo 8.

La controversia de Flacius

Matthias Flacius (1520–1575) fue un destacado teólogo de la iglesia luterana de Alemania después de la muerte de Lutero. Cuando surgieron varias controversias, generalmente se pudo contar con Flacius para la defensa de la verdad, aun a gran costo para él. Estuvo especialmente activo en la defensa contra los semipelagianos, que decían que el hombre es capaz de ayudar a su salvación porque su fuerza espiritual no le había sido totalmente quitada por la caída.

Aunque Flacius estaba generalmente del lado de la verdad, en un debate teológico con un hombre llamado Strigel en 1560, Flacius llegó demasiado lejos en una de sus declaraciones, identificando el pecado original con la esencia misma de la naturaleza humana. En lugar de entender el pecado original como la condición corrupta del alma y del cuerpo, que atrajo sobre la humanidad la caída de Adán, Flacius proclamó que el pecado original era la misma naturaleza humana. Infortunadamente, cuando otros luteranos le señalaron su error, él se negó a retractarse de lo que había dicho.

Lo que Flacius no vio es que su posición convertía a Dios en el creador del pecado. Como dice la Fórmula de Concordia: “Dios creó no sólo el cuerpo y el alma de Adán y Eva antes de la caída, sino también el cuerpo y alma nuestros después de la caída”.23 Como Dios es el creador de la naturaleza humana todavía hoy, esa naturaleza no puede ser idéntica al pecado original. De otra manera, Dios es el creador del mal.
Además, la posición de Flacius puso en duda si Jesús podía ser nuestro verdadero hermano en la carne. Si nuestra humana naturaleza es pecado en sí misma, ¿cómo podría compartir Jesús nuestra naturaleza humana y seguir siendo sin pecado? Y si el pecado original y nuestra naturaleza humana son idénticas, ¿cómo podría Dios restaurar nuestros actuales cuerpos en la resurrección, como dice la Biblia que hará (Job 19:26, 27)? En ese caso, Dios resucitaría el pecado.

Por estas razones la Fórmula de Concordia declara que se debe distinguir entre la naturaleza humana y el pecado original. El pecado original no es la naturaleza humana en sí misma, sino sólo una corrupción de la naturaleza humana. Al mismo tiempo, “no es una corrupción superficial, sino tan profunda de la naturaleza humana que nada saludable e incorrupto ha quedado en el cuerpo o alma del hombre, en sus facultades interiores o exteriores”.24

El principal pecado

Como el pecado original no es un pecado que cometemos, como se comete un robo o un asesinato, algunos no han podido ver cómo puede condenarnos. Y como no se puede ver el pecado original, es difícil que la razón humana crea que existe. Sin embargo, el pecado original es tan real, tan condenador como cualquier pecado que cometemos. De hecho, el pecado original es en verdad “el pecado mayor, que es la raíz y fuente de todos los pecados actuales”.25 Es la fuerza directriz interna que induce a los pecados actuales. Los pecados actuales son los síntomas; el pecado original es la enfermedad misma (Mateo 15:19).

Nosotros también estábamos perdidos

¿Por qué es tan importante recordar todo esto? Porque es fácil que nos justifiquemos y pensemos que somos mejores de otros. Cuando vemos los terribles pecados actuales que cometen otras personas, podemos pensar que el pecado es un fuego que arde en la casa de otra persona, pero no en la nuestra. Siempre hemos cometido pecados. Quizás no hemos tenido un aborto, quizás nunca hayamos cometido adulterio, ni hayamos participado en brujería ni en adoración al diablo. Y aunque hayamos pecado aquí o allí, nuestros pecados son de algún modo diferentes. Tuvimos razones para lo que hicimos. Dios lo entendió y pasó por alto lo malo que hicimos, porque sabía que somos básicamente buenos. Esa es la forma de justificación que a veces estamos tentados a hacer.

Sin embargo, si entendemos correctamente la doctrina del pecado original, reconocemos que a los ojos de Dios, ninguno de nosotros es mejor que otros. Como todos los demás, nacimos perdidos y condenados, corruptos y depravados, espiritualmente ciegos, muertos y enemigos de Dios. El pecado original nos pone a todos en la misma categoría, la categoría de los que no pueden hacer ninguna buena obra para ganar el favor de Dios. Con nuestra naturaleza pecaminosa, sólo podemos despertar la ira de Dios. Todos somos estopa seca en la misma vil caneca, esperando el mismo fuego eterno.

Fuente: Lyle L. Luchterhand, El hombre: De la gloria a las cenizas y de regreso, ed. Curtis A. Jahn, trans. Fernando Delgadillo, Enseñanzas de la Biblia Popular (Milwaukee, WI: Editorial Northwestern, 1998), 80–87.

20 Fórmula de Concordia, Declaración Sólida, Artículo I:7, Meléndez, p. 549.

21 Fórmula de Concordia, Declaración Sólida, Artículo I:10–13, Meléndez, pp. 549, 550.

22 Francis Pieper, Christian Dogmatics (St. Louis: Concordia Publishing House, 1950), Vol. I, p. 539.

23 Fórmula de Concordia, Epítome, Artículo I:4, Meléndez, p. 500.

24 Fórmula de Concordia, Epítome, Artículo I:8, Meléndez, p. 500.

25 Fórmula de Concordia, Declaración Sólida, Artículo I:5, Meléndez, p. 548.

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