Regla 7: Note la diferencia entre el proverbio y la ley
Un error muy común en la interpretación bíblica y la aplicación es darle a un proverbio el peso y la fuerza de un absoluto moral. Los proverbios son pequeños pareados capciosos diseñados para expresar truísmos prácticos. Reflejan principios de sabiduría para una vida devota No reflejan leyes morales que deban aplicarse a absolutamente toda situación concebible.
Para demostrar el problema de hacerlos absolutos, primeramente permítaseme ilustrarlo con proverbios ingleses. ¿Recuerda aquel famoso dicho, “Mira antes de saltar”? Este dicho está diseñado para enseñarnos algo acerca de la sabiduría de considerar las consecuencias de nuestras acciones. No deberíamos ser impetuosos, lanzándonos antes de saber lo que estamos haciendo. ¿Y qué del dicho, “Quien duda está perdido”? ¿Qué sucedería si estableciéramos que ambos dichos son absolutos? Por otra parte, si vacilamos estamos perdidos. Pero si debemos mirar antes de saltar, deberemos vacilar. La conclusión es: “¡Aquel que vacila en mirar antes de saltar está perdido!”
Lo mismo puede suceder con los proverbios bíblicos. Incluso puede suceder con algunos de los dichos sabios de Jesús. Jesús dice: “El que no es conmigo contra mí es” (Mt. 12:30). Pero Jesús también dijo: “El que no es contra nosotros, por nosotros es” (Le. 9:50). ¿Cómo pueden ambos ser ciertos? Todos sabemos que en algunas circunstancias el silencio otorga, y en otras indica hostilidad. En algunos casos la falta de oposición demuestra apoyo, en otros casos la falta de apoyo indica oposición.
En Proverbios 26:4–5 se ilustra claramente cómo los proverbios pueden contradecirse si se toman como absolutos sin ninguna excepción. El versículo 4 dice: “Nunca respondas al necio de acuerdo con su necedad, no seas tú también como él”. El versículo 5 dice: “Responde al necio como merece su necedad, para que no se estime sabio en su propia opinión”. Por lo tanto, hay veces en que es imprudente responderle a un necio de acuerdo con su insensatez, y hay ocasiones en que es sabio contestarle a un necio con necedad.
Según vamos distinguiendo entre el proverbio y la ley, también debemos distinguir entre los diferentes tipos de leyes. Los dos tipos básicos de ley que encontramos en la Biblia son la ley apodíptica y la ley casuística. La ley apodíctica expresa absolutos y va seguida de una forma directa personal tales como “harás” o “no harás”. Encontramos con claridad esta forma de ley en los Diez Mandamientos.
La ley casuística se expresa en la forma “si … entonces” de declaración condicional. Este es el fundamento de la llamada jurisprudencia. La forma casuística nos da una serie de “ejemplos” que actúan como pautas para hacer justicia. Esta forma es similar a nuestro uso y concepto del precedente en el sistema legal americano. Por ejemplo, Éxodo 23:4 instruye: “Si encontrares el buey de tu enemigo o su asno extraviado, vuelve a llevárselo”. Nótese que la primera cláusula es casuística y la segunda apodíctica. Aquí se dan instrucciones explícitas en cuanto a devolverle al enemigo su buey o su asno. Pero si me encuentro con la vaca o el camello de mi enemigo descarriándose, ¿tengo que devolverlo? La ley no lo dice. La ley casuística nos da el principio con un ejemplo. Se incluye implícitamente a las vacas, camellos, gallinas, y caballos. Si la Biblia diese una regla explícita para cada eventualidad concebible, necesitaríamos bibliotecas inmensas para contener todos los volúmenes legales necesarios. La jurisprudencia proporciona la ilustración del principio, pero el principio tiene una gama de aplicabilidad obviamente más amplia.
Regla 8: Observe la diferencia entre el espíritu y la letra de la ley
Todos conocemos la reputación de los fariseos en el Nuevo Testamento. Eran muy escrupulosos respecto a guardar la ley en forma literal mientras que burlaban su espíritu constantemente. Existen historias de israelitas que estiraban la regla de no poder viajar grandes distancias en el día sabático, astutamente alargando sus propios “viajes sabatinos”. Los rabinos establecieron que el viaje sabatino se limitaría a una distancia determinada midiendo a partir del lugar de residencia de cada uno. Por lo tanto, si un “legalista” quería viajar una distancia mayor a la establecida para el día sabático, durante la semana él o algún amigo viajero depositaría su cepillo de dientes o algún otro artículo personal bajo una roca a diferentes intervalos espaciados. De esta manera los legalistas tenían una residencia técnicamente establecida en cada lugar. Para viajar en el día sabático, todo lo que deberían hacer sería ir de una “residencia” a otra recogiendo sus objetos personales según avanzaban. Así, la letra de la ley era obedecida literalmente, pero el espíritu de la ley era quebrantado.
Había una gran variedad de legalistas en los tiempos del Nuevo Testamento. El primer y más famoso tipo es el que legislaba reglas y órdenes más allá de las que Dios había ordenado. Jesús reprendió a los fariseos por concederle a la tradición de los rabinos la misma autoridad que la Ley de Moisés. El atribuirle autoridad divina a las leyes humanas es el tipo máximo de legalismo que existe. Pero no solamente existe este tipo. El incidente del viaje en el día sabático ilustra el otro tipo de ley más frecuentemente encontrado. El obedecer la letra al mismo tiempo que se viola el espíritu lo convierte a uno técnicamente en justo pero realmente corrupto.
Otra manera en que se tuerce el sentido de la ley es obedeciendo el espíritu de la ley pero desconociendo la letra. La letra y el espíritu se encuentran inseparablemente ligados. Los legalistas destruyen el espíritu y el antinomiano destruye la letra.
La discusión de Jesús con respecto a la Ley mosaica en el Sermón del Monte ha sido lamentablemente abusada por los intérpretes. Por ejemplo, recientemente leí un artículo en el periódico, escrito por un prominente siquiatra, en el cual criticaba severamente las enseñanzas éticas de Jesús. El siquiatra decía que no podía entender por qué se le tenía en tanta estima a Jesús como un maestro ético siendo que su ética era tan càndida, refiriéndose en particular a las enseñanzas de Jesús en cuanto al crimen y el adulterio. El siquiatra interpretaba los comentarios de Jesús como igualando la severidad del crimen con la del enojo y el adulterio con la lascivia.
Cualquier maestro que piense que la ira es tan mala como el crimen o un pensamiento de lujuria tan malo como el adulterio, tiene un sentido de ética deformado. Prosiguió a demostrar cuánto más devastadores son los efectos del crimen y el adulterio que los de la ira y la lujuria. Si una persona está enfadada con otra, podría resultar perjudicial. Pero si el enojo lleva al crimen, las implicaciones son mucho mayores. La ira no le quita la vida a una persona ni deja a la esposa viuda y a los hijos huérfanos. El crimen sí. Si tengo un pensamiento de lujuria, puedo perjudicar la pureza de mi propia mente, pero no he comprometido a la mujer en un acto de infidelidad hacia su esposo que podría destruir el matrimonio y su hogar. Así el siquiatra prosiguió con su análisis diciendo que tales enseñanzas éticas eran un perjuicio hacia una vida responsable.
A un nivel de pensamiento más popular aparece el mismo malentendido del Sermón del Monte. Hay gente que alega: “Bueno, ya codicié a esa mujer (o a ese hombre). Más me vale seguir adelante y cometer adulterio ya que soy culpable del delito a los ojos de Dios”. Esta no es solamente una gran distorsión de lo que Jesús dijo, sino que combina la felonía de la lujuria con la medida total del pecado de adulterio.
Vea lo que Jesús dice al respecto y compruebe si es tan cándido como afirman sus críticos:
Oísteis que fue dicho a los antiguos: no matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que le diga: Necio a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. (Mt. 5:27–28)
También nótese:
Oísteis que fue dicho: no cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. (Mt. 5:27–28)
En ninguna parte de estos pasajes dice Jesús que la ira sea tan mala como el crimen o que la lujuria sea tan mala como el adulterio. Lo que sí dice es que si una persona se reprime de matar pero odia a su hermano o le insulta, no ha cumplido con el significado de la ley contra el crimen. El crimen es un pecado, pero también lo son el odio y la calumnia.
La clave de la enseñanza de Jesús es que la Ley tiene una aplicación más amplia que su letra. Si se mata a alguien se viola la letra de la ley; si se odia a alguien se viola el espíritu. Él dice: “Cualquiera que matare será culpable de juicio”. Es decir, que lo que Jesús dice es que tanto la ira como el crimen son pecado. No que sean iguales en cuanto a sus resultados perjudiciales ni que sean igualmente horrendos. Ni siquiera dice, como muchos han implicado, que el castigo para ambos sea igual. En verdad, él dice que si se calumnia a una persona llamándole necia, se es lo suficientemente culpable como para ir al infierno. Sin embargo, esto no conlleva la implicación de que todo castigo en el infierno sea igual. Lo que dice es que la calumnia es una ofensa lo suficientemente grande, siendo destructiva para la vida de otra persona, para merecer el infierno. Jesús subraya la gravedad de todo pecado. Pero ¿es igual el castigo en el infierno para todo pecado? Jesús no nos enseña esto. El Nuevo Testamento nos advierte contra “atesorar para sí mismo ira para el día de la ira” (Ro. 2:5). ¿Cómo puede “atesorarse ira” si el castigo de los pecadores en el infierno es equitativo? Jesús dice que Dios juzgará a los hombres de acuerdo con sus obras. Algunos recibirán pocos azotes y otros muchos (Lc. 12:47–48). El asunto es que todo pecado será castigado, no que todo castigo será el mismo. El principio bíblico de la justicia no establece diferencia entre grados de maldad y grados de castigo.
Con respecto al adulterio, Jesús dice que cuando hay lujuria, una persona ha cometido adulterio en su “corazón”. Lo importante es que, aunque la letra de la ley se haya guardado, el espíritu de la ley ha sido quebrantado; el pecado es más que un acto externo. Dios está interesado en nuestro corazón, así como en el acto. Los fariseos se jactaban de su rectitud engañándose a sí mismos al creer que guardaban toda la ley porque guardaban la letra.
Toda la idea de los comentarios de Jesús en cuanto a la Ley se introduce con esta declaración:
No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni un tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos. (Mt. 5:17–19)
Este pasaje nos enseña claramente que a Jesús le interesa que guardemos la letra de la ley. No es importante meramente la letra, sino que la más “pequeña letra” o “trazo” debe ser guardado y obedecido. Pero Jesús va más allá de la letra y se interesa por el espíritu. Él no pone al espíritu en contra de la letra o sustituye al espíritu por la letra, sino que añade el espíritu a la letra. Aquí está la clave: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 5:20). Los fariseos se percataron de la letra; los cristianos deben percatarse de la letra y del espíritu. Jesús pone este prerrequisito para la entrada a su reino. Sus comentarios en cuanto al crimen y el adulterio siguen este precepto y aclaran su principio.
Regla 9: Tenga cuidado con las parábolas
De todas las formas literarias que encontramos en la Escritura, la parábola con frecuencia se considera la más fácil de entender e interpretar. La gente suele disfrutar los sermones basados en parábolas. Como que las parábolas son historias concretas basadas en situaciones normales, parecen más fáciles de tratar que los conceptos abstractos. Sin embargo, desde el punto de vista del erudito del Nuevo Testamento, las parábolas presentan dificultades únicas de interpretación.
¿Qué es tan difícil acerca de las parábolas? ¿Por qué no pueden simplemente ser presentadas e interpretadas? Hay varias respuestas a estas preguntas. Primero, existe el problema de la intención original de la parábola. Es obvio que Jesús era afecto a usar la parábola como medio de enseñanza. Sin embargo, la pregunta enigmática es si utilizaba las parábolas para elucidar sus enseñanzas o para oscurecerlas. El debate se enfoca en las palabras misteriosas de Jesús encontradas en Marcos 4:10–12:
Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: a vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; más a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados.
Jesús procede a dar una explicación detallada de la parábola del sembrador a sus discípulos. ¿Qué trata de decir con que las parábolas no serán percibidas por aquellos a quienes no les haya sido dado el secreto del reino de Dios? Algunos traductores se han sentido tan ofendidos por este dicho que efectivamente han cambiado las palabras del texto para evitar el problema. Tal manipulación textual no tiene ninguna justificación literaria. Otros ven en estas palabras una alusión al juicio de Dios sobre los corazones endurecidos de Israel y son un eco de la comisión de Dios al profeta Isaías. En la famosa visión de Isaías en el templo (Is. 6:8–13) Dios le dice: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” Isaías se ofreció voluntario diciendo: “¡Heme aquí, envíame a mí!” Dios respondió a las palabras de Isaías diciendo:
Anda, v di a este pueblo:
oíd bien, y no entendáis;
ved por cierto, mas no comprendáis.
Engruesa el corazón de este pueblo,
y agrava sus oídos,
y ciega sus ojos,
para que no vea con sus ojos,
ni oiga con sus oídos,
ni su corazón entienda,
ni se convierta, y haya para él sanidad.
Aquí, el juicio de Dios involucra el darles a las personas “corazones gordos” como un juicio por su pecado. Es un castigo equitativo. La gente no quería escuchar a Dios, así que les quitó su capacidad para oírle.
Jesús frecuentemente utiliza las palabras: “Quien tenga oídos para oír, oiga”. La forma en que Jesús utiliza esta frase, enfáticamente sugiere que no todo aquel que “oye” sus palabras está oyéndolas en el sentido especial que Él quiere.
Si Jesús ha de ser tomado en serio con respecto a estas parábolas, debemos reconocer un elemento de encubrimiento en ellas. Pero esto no significa que el único propósito de una parábola sea el de oscurecer u ocultar el misterio del reino a los impenitentes. Una parábola no es una adivinanza. Fue compuesta para ser entendida, al menos por aquellos que estaban abiertos a su sentido. Asimismo, debe considerarse que los enemigos de Jesús sí tenían algún entendimiento de las parábolas. Por lo menos el suficiente para enfurecerse por ellas.
Al tratar el aspecto del “encubrimiento” de las parábolas, hay que tener en mente un factor muy importante. Las parábolas fueron dadas a personas que vivieron antes de la cruz y la resurrección. En aquel tiempo la gente no tenía el beneficio del Nuevo Testamento completo como fundamento que les ayudara en la interpretación de las parábolas. Gran parte del material parabólico se relaciona con el reino de Dios. Cuando las parábolas fueron dadas había muchas ideas falsas populares en cuanto al significado del reino en las mentes de los que escuchaban a Jesús. Por tanto, las parábolas no siempre eran fáciles de entender. Incluso los discípulos tenían que pedirle a Jesús una interpretación más detallada.
Otro problema con la interpretación de las parábolas se halla en la pregunta acerca de la relación entre la parábola y la alegoría. Cuando Jesús interpreta la parábola del sembrador lo hace en forma alegórica. Esto nos podría Ilevar a la conclusión de que todas las parábolas tienen un significado alegórico y que cada detalle tiene un significado “espiritual” específico. Si nos acercamos a las parábolas en esta forma, nos estaremos metiendo en problemas. Si tratamos a todas las parábolas como alegorías, en breve descubriremos que las enseñanzas de Jesús se convierten en una masa de confusión. Muchas de las parábolas simplemente no se prestan a una interpretación alegórica. Podrá ser divertido, especialmente en las predicaciones, permitir que nuestra imaginación vague libremente buscando el significado alegórico de los detalles de las parábolas, pero no será muy edificante.
La forma más segura y probablemente la más exacta de tratar las parábolas es la de hallar un punto central básico. Como método práctico, evito la alegoría de las parábolas a excepción de los lugares del Nuevo Testamento donde claramente se indica un significado alegórico. Algunas parábolas tales como el hijo pródigo obviamente tienen más de una intención. Algunas son símiles extensos; otras son historias comparativas; otras tienen una aplicación moral obvia. Inclusive mi regla empírica de “un significado central” no puede ser aplicada rígidamente. Una vez más, la regla básica es la de tener cuidado al tratar con las parábolas. Aquí es donde la consulta de varios comentarios será extremadamente útil y con frecuencia necesaria.
Regla 10: Tenga cuidado con la profecía vatídica
El trato de la profecía vatídica (que predice) tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento es una de las formas de interpretación bíblica que más ha sufrido el abuso. Las interpretaciones abarcan desde el método escéptico naturalista, el cual virtualmente elimina la profecía vatídica, al desorbitado método de ver en cada evento contemporáneo un cumplimiento “claro” de una profecía bíblica.
Los métodos de alta crítica funcionan a veces basados en la suposición de que todo cuanto sugiere predicción del futuro y cumplimiento de las profecías indica una interpolación posterior en el texto. La suposición implícita es que la predicción del futuro con resultados exactos es imposible. Por tanto, cualquier suceso relacionado debe indicar que la predicción fue inscrita o insertada en una fecha posterior a la del “cumplimiento”. Esto implica fraude teológico y no debe ser tomado en serio. El problema es el “prejuicio” en el sentido clásico del término; el texto ha sido “prejuzgado” partiendo de suposiciones injustificadas.
Por otra parte, algunos pensadores tradicionalistas insisten en que cada detalle de la profecía bíblica debe llevarse a cabo sin dejar lugar a predicciones simbólicas o que tengan una gama más amplia de significado.
Si examinamos la forma en que el Nuevo Testamento trata la profecía del Antiguo Testamento, descubriremos que en algunos casos se apela al cumplimiento de la letra (tal como el nacimiento del Mesías en Belén) y el cumplimiento de una gama más amplia (como el cumplimiento de la profecía de Malaquías en cuanto al regreso de Elías).
Examinemos la profecía de Malaquías y la forma en que es tratada en el Nuevo Testamento para vislumbrar la complejidad del problema de la profecía. En el último capítulo del Antiguo Testamento leemos lo siguiente:
He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición (Ml. 4:5–6).
Con esta profecía del regreso de Elías termina el Antiguo Testamento. Después, durante cuatrocientos años no se escucha voz de profecía en la tierra de Israel. Entonces, de repente, Juan el Bautista aparece en escena. La especulación corre imperiosa en cuanto a la identidad. En el Evangelio de Juan leemos que los judíos enviaron una delegación de sacerdotes levitas de Jerusalén para inquirir acerca de la identidad de Juan (Jn. 1:19–28). Primero le preguntaron: “¿Eres tú el Mesías?” Y Juan respondió negativamente. La siguiente pregunta que se le formuló fue: “¿Eres Elías?” La respuesta de Juan fue inequívocamente: “No soy”. El problema de la relación de Juan el Bautista con Elías se combina en las palabras de Jesús acerca del asunto en Marcos 9:12, 13:
Elías a la verdad vendrá primero, y restaurará todas las cosas; ¿y cómo está escrito del Hijo del Hombre, que padezca mucho y sea tenido en nada? Pero os digo que Elías ya vino, y le hicieron todo lo que quisieron, como está escrito en él.
Una vez más Jesús dice en Mateo 11:13–15: “Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir”.
Por tanto, tenemos a Juan el Bautista diciendo sencillamente que él no es Elías y a Jesús diciendo que sí lo es. Pero nótese cómo Jesús hace la declaración. La limitó precediendo sus palabras con “si queréis recibirlo”. Es evidente que Jesús tenía algo un tanto misterioso en mente. Acaso la respuesta a este enigma se encuentre en la anunciación del nacimiento de Juan por el ángel Gabriel: “E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías” (Lc. 1:17).
El enigma puede resolverse señalando que Juan no era realmente la reencarnación ni la reaparición de Elías. Pero en cierto sentido era Elías; vino en el espíritu y poder de Elías. Esto podría explicar el misterioso prólogo de Jesús, así como la negativa de Juan. Sin embargo, el punto significativo es la forma en que Jesús trató la profecía del Antiguo Testamento. Al menos en este caso, Jesús dio libertad para el cumplimiento y no insistió en cuanto a la verdadera identidad de Elías y Juan el Bautista.
De todos los tipos de profecía la apocalíptica es la más difícil de tratar. La literatura apocalíptica se caracteriza por un alto grado de imágenes simbólicas que en ocasiones nos son interpretadas y otras veces quedan sin interpretar. Los tres libros más prominentes que encajan dentro de esta categoría son los de Daniel, Ezequiel y Apocalipsis. Es muy fácil confundirse con los símbolos de Daniel y el drama del Apocalipsis del Nuevo Testamento. Una clave importante para la interpretación de estas imágenes es la de buscar el significado general de tales conceptos en la Biblia misma. Por ejemplo, la mayoría de las imágenes en el libro del Apocalipsis se encuentran en otras partes de la Biblia, particularmente en el Antiguo Testamento.
La interpretación de la profecía puede resultar tan compleja que el proporcionar cualquier fórmula detallada para ese fin traspasa las barreras de este libro. El estudiante de la Escritura haría bien en realizar un estudio especial acerca de la categoría de esta literatura bíblica. Una vez más, el énfasis general está en ser cuidadoso. Debemos acercarnos a la profecía cuidadosamente, con una actitud sobria. Si lo hacemos, los resultados del estudio de los libros proféticos serán de gran provecho.}
Estas reglas prácticas de interpretación no cubren cada problema técnico que encontramos en la Escritura. Son ayudas y guías para nuestro estudio. No ofrecen ninguna forma mágica para el éxito perfecto en el entendimiento de cada texto de la Biblia. Pero sí ofrecen ayuda no solamente para reconocer problemas especiales en la Biblia sino también para resolverlos.
R. C. Sproul, Cómo estudiar e interpretar la Biblia (Miami, FL: Editorial Unilit, 1996), 92–104.