Regla 1: La Biblia debe leerse como cualquier otro libro
Esta regla es tan importante que encabeza la lista. Es fácil interpretar mal esta regla. Cuando digo que debemos leer la Biblia como leeríamos cualquier otro libro no quiero decir que la Biblia sea como cualquier otro libro en todo sentido. Yo creo que la Biblia es singularmente inspirada e infalible, y esto la coloca en una categoría especial por sí misma. Pero para asuntos de interpretación la Biblia no se reviste de alguna magia especial que cambie sus patrones literarios básicos de interpretación. Esta regla simplemente es la aplicación del principio del sensus literalis. En la Biblia un verbo es un verbo y un nombre común es un nombre común, igual que en cualquier otro libro.
Pero si la Biblia ha de ser interpretada como cualquier otro libro, ¿qué decir de la oración? ¿No deberíamos buscar la ayuda de Dios Espíritu Santo para interpretar el Libro? ¿No es prometida la iluminación divina a este libro en una forma que difiere de otros libros?
Cuando formulamos preguntas acerca de la oración y la iluminación divina, entramos a un terreno en el cual la Biblia es definitivamente diferente de otros libros. Para el beneficio espiritual de aplicar las palabras de la Escritura a nuestras vidas, la oración es enormemente útil. Para iluminar el significado espiritual de un texto el Espíritu Santo es esencialmente importante. Pero para discernir la diferencia entre la narración histórica y la metáfora, la oración no es de gran ayuda a no ser que implique una intensa súplica a Dios para que nos dé mentes claras y corazones puros para vencer nuestros prejuicios. La santificación del corazón es vital para que nuestras mentes sean libres a fin de oír lo que la Palabra nos está diciendo. También debemos orar pidiéndole a Dios que nos ayude a vencer nuestra inclinación a la pereza y que nos haga estudiantes diligentes de la Escritura. Pero las llamaradas místicas no suelen ser de mucha ayuda en el trabajo básico de la exégesis. Peor aun es el llamado método espiritual de la “picada de azar”.
La “picada de azar” se refiere al método de estudio bíblico por el cual una persona ora pidiendo la guía divina y después hace que su Biblia se abra donde sea. Entonces, con sus ojos cerrados, la persona “pica” con su dedo en la página y recibe la respuesta de Dios donde sea que el dedo apunte. Recuerdo a una muchacha cristiana que vino a mí en un estado de éxtasis durante su último año en la universidad. Ella experimentaba las angustias del “pánico del último año”, según se acercaba su graduación sin ninguna perspectiva de matrimonio. Ella había estado pidiéndole a Dios diligentemente un marido y al final recurrió a la picada de azar para encontrar una respuesta de Dios. Con este método su dedo se posó en Zacarías 9:9: «Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey viene a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna».
Con esta palabra directa de Dios, la muchacha estaba segura de que iba en dirección al altar y que su príncipe venía en camino. Quizás no venía sobre un gran caballo, pero un burro era lo suficientemente parecido.
Esta no es una forma sabia de usar la Biblia. No creo que ni Zacarías ni el Espíritu Santo hayan tenido esto en mente cuando fueron escritas las palabras. Sin embargo, ¡me avergüenzo de decir que aproximadamente una semana después nuestra jovencita empezó a salir con un muchacho con quien se casó pocos meses después! Pienso que esto tenía que ver más con su nueva confianza en sí misma al tratar a los jóvenes, la cual adquirió más por un medio impropio que por la providencia de Dios confirmándole una promesa divina.
Regla 2: Lea la Biblia existencialmente
Menciono esta regla en un espíritu de temor y temblor. Esta regla podría ser muy malentendida, y resultar en más dificultad que ayuda. Antes de definir lo que trato de decir, permítaseme definir claramente lo que no intento decir.
No trato de decir que deberíamos utilizar el método “existencial” moderno de interpretar la Escritura, en el cual las palabras de la Escritura son extraídas de su propio contexto histórico para darles un significado subjetivo. Rudolph Bultmann, por ejemplo, apoya un tipo de hermenéutica existencial por medio de la cual busca lo que denomina la revelación “puntillosa”. Aquí la revelación acontece no en el plano de la historia sino en el momento de mi propia decisión personal. Dios me habla en el “hic et nunc” (el aquí y ahora). En este acercamiento, lo que realmente sucedió en la historia no es de primordial importancia. Lo que importa es una “teología sin limitación de tiempo”. Con frecuencia oímos a eruditos de esta escuela decirnos que realmente ni siquiera importa si Jesús vivió o no en la historia. Lo que nos importa ahora es el mensaje. Jesús puede “significar” no una persona en la historia sino un símbolo de “liberación”.
El problema con este punto de vista es que realmente sí nos importa si Jesús vivió, murió, y resucitó en la historia o no. Como discute Pablo en 1 Corintios 15, si Cristo no hubiera resucitado, “vana es nuestra fe”. Sin una verdadera resurrección histórica, quedamos con un salvador muerto y un evangelio sin poder. Las buenas nuevas terminarían con la muerte y no con la vida. De ninguna manera, pues, estoy apoyando el método moderno relativista, subjetivista, y antihistórico de interpretación de los existencialistas. Estoy usando el término existencial en un sentido diferente.
Lo que trato de decir es que según leemos la Biblia deberíamos encontrarnos pasional y personalmente envueltos en lo que leemos. Propongo esto no solamente con el propósito de la aplicación personal del texto sino para entendimiento también. Lo que estoy pidiendo es un tipo de comprensión por medio de la cual tratamos de “introducirnos en la piel” de los personajes acerca de los cuales estamos leyendo.
Mucha de la historia bíblica nos llega por medio de declaraciones exageradamente modestas y de asombrosa brevedad. Considérese la siguiente narración:
Nadab y Abiu, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová. Entonces dice Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló. (Lv. 10:1–3)
¿Qué está sucediendo aquí? En tres cortos versículos se da cuenta del drama del pecado y la ejecución subsiguiente de los hijos de Aarón. Se dice poco acerca de la reacción de Aarón. Todo lo que leemos es que Moisés interpretó las razones del juicio de Dios y que Aarón, por lo tanto, guardó silencio. ¿Qué estaba pensando Aarón cuando vio a sus hijos aniquilados? ¿Podemos leer un poco entre líneas? Si él fuese como yo, él estaría pensando: “¿Qué está pasando? Vamos, Dios, te he servido durante tanto tiempo, sacrificando mi vida por ti y eliminas a mis hijos por una travesura infantil. No es justo”. Esa sería mi reacción. Pero si reaccionara de tal forma y el Dios santo de Israel me recordara severamente la santidad del altar y la seriedad de la tarea sacerdotal, diciendo: “En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado”, yo también me quedaría callado.
Si tratamos de ponernos en la situación de los personajes de la Escritura, podemos llegar a un mejor entendimiento de lo que estamos leyendo. Esta es la práctica de la comprensión: sentir las emociones de los personajes que estamos estudiando. Esta lectura entre líneas podrá no ser considerada como parte de la Escritura misma pero nos ayudará a entender el sabor de lo que está sucediendo.
En el libro Temor y temblor, Sören Kierkegaard especula sobre la narración del sacrificio por Abraham de su hijo Isaac. Se pregunta a sí mismo: ¿Por qué se levantó Abraham temprano en la mañana para sacrificar a su hijo? A esta pregunta él da una serie de posibles respuestas basadas en el texto. Cuando ha terminado, el lector siente que ha estado en el monte Moriah y de vuelta con Abraham. Aquí se capta el drama de la narración. Vale decir que tal especulación no añade nada a la interpretación autoritativa de lo que el texto realmente dice, pero nos da un instrumento para entenderlo. He aquí por qué el “leer entre líneas” es una empresa legítima en la predicación.
El tratamiento dramático que Kierkegaard le da a Abraham fue estimulado por la pregunta, ¿Por qué hizo Abraham lo que hizo? Leyendo la Escritura frecuentemente nos confundimos e incluso nos enfadamos por lo que leemos, particularmente cuando leemos algún ejemplo del juicio severo de Dios. Parece ser que de tiempo en tiempo Dios manda castigos crueles y poco usuales a sus hijos. Muchos de estos problemas pueden aclararse si simplemente nos detenemos y preguntamos calmadamente: ¿Por qué Dios hace esto? o ¿Por qué dice esto la Escritura? Cuando hacemos esto, nos ayudamos a eliminar el prejuicio que por naturaleza tenemos contra Dios.
Cuando me molesto con alguien generalmente me resulta difícil oír lo que está diciendo o entender lo que hace. Cuando estoy enojado tiendo a ver a la persona que es objeto de mi enojo en el peor aspecto posible. Obsérvese cuán frecuentemente hacemos eso con la Escritura. Cada vez que hago una disertación acerca de la elección divina, invariablemente alguien me dice: “¿Quiere usted decir que Dios arbitrariamente nos trata como marionetas?” Me siento ofendido de que alguien pueda llegar a la conclusión de que yo tuviera tal idea de Dios. Yo no lo había dicho, ni mis palabras tenían la intención de implicarlo; sin embargo, la noción de cualquier tipo de soberanía divina parece serle tan repugnante a la gente que la somete al peor juicio posible.
Estamos en presencia de una tendencia humana muy común de la cual todos somos culpables. Tendemos a enfocar las acciones y palabras de otros que nos desagradan a la peor luz posible y a ver nuestros propios defectos desde el mejor ángulo posible. Cuando alguien peca contra mí, respondo como si él fuese todo malicia; cuando yo peco contra él, yo “cometo un error de juicio”. Si estamos por naturaleza en enemistad con Dios, tenemos que cuidarnos de esta inclinación cuando nos acercamos a su Palabra.
A la luz de la controversia actual en cuanto al papel de la mujer en la iglesia, el apóstol Pablo se ha llevado una buena paliza. He leído literatura describiendo a Pablo como un chauvinista, un misógino, y un antifeminista. Algunas personas sienten tanta hostilidad hacia Pablo sobre este asunto que salen gotas de veneno de sus plumas y no pueden oír ni una palabra suya. Usando este método existencial de la comprensión podremos obtener un mejor entendimiento de Pablo el hombre, pero más importante aun, de lo que realmente está diciendo.
Adela Rogers St. John escribe acerca de un personaje ficticio que quería leer las epístolas del Nuevo Testamento por primera vez. Con el fin de experimentar una reacción “virgen” de ellas, quiso que su secretaria mecanografiara cada una de las epístolas, se la dirigieran a él, y se la mandara por correo a su casa. Entonces él leería cada epístola como si hubiese sido escrita para él. Tal es el método de la comprensión.
Regla 3: Las narraciones históricas deben ser interpretadas por el método didáctico
Ya hemos examinado las características básicas de la narración histórica. Antes de poder entender esta regla, debemos dar una definición de la forma didáctica. El término didáctico viene de la palabra griega que significa enseñar o instruir. La literatura didáctica es aquella que enseña o explica. Muchos de los escritos de Pablo presentan características didácticas. La relación entre el evangelio y las epístolas ha sido definida con frecuencia simplemente diciendo que tos evangelios registran lo que Jesús hizo y las epístolas interpretan su significado. Tal definición es demasiado simplista, toda vez que los evangelios en muchas porciones enseñan e interpretan a la vez que narran. Pero es cierto que el énfasis de los evangelios está en la crónica de eventos, mientras que las epístolas están más interesadas en interpretar el significado de esos eventos en términos de doctrina, exhortación, y aplicación.
Como que las epístolas son ampliamente interpretativas y vienen después de los evangelios en orden de organización, los reformadores mantenían el principio de que las epístolas deberían interpretar a los evangelios y no los evangelios a las epístolas. Esta regla no es absoluta aunque tiene aplicación práctica. Como norma de interpretación resulta confusa para muchos, ya que los evangelios registran no sólo los actos de Jesús sino también sus enseñanzas. ¿Significa esto que las palabras y enseñanzas de Jesús tienen menos autoridad que las de los apóstoles? Con toda seguridad esa no es la intención del principio. Ni las epístolas ni los evangelios fueron considerados unos con más autoridad que los otros por los reformadores. Más bien de igual autoridad, aunque pueda haber diferencia en materia de interpretación.
A partir de la erosión de confianza en la autoridad bíblica en nuestro día, ha estado de moda poner la autoridad de Jesús contra la autoridad de las epístolas, particularmente las epístolas de Pablo. La gente no parece darse cuenta de que no están enfrentando a Jesús contra Pablo sino a un apóstol, como Mateo o Juan, contra otro. Debemos recordar que Jesús no escribió ninguna parte del Nuevo Testamento, y dependemos del testimonio apostólico para nuestro conocimiento de lo que él hizo y dijo.
No hace mucho tiempo me reuní con un buen amigo de mis días en la universidad. No nos habíamos visto desde hacía casi veinte años, y charlamos para ponernos al corriente. En el curso de nuestra conversación me dijo cómo había cambiado su mentalidad en muchos aspectos. En particular mencionó cómo había cambiado su opinión en cuanto a la naturaleza y autoridad de la Escritura. Dijo que ya no creía que la Biblia fuese inspirada, y citó como razón algunas enseñanzas que se encuentran en ella, especialmente algunas de las enseñanzas de Pablo.
Le pregunté acerca de lo que seguía creyendo y que no había cambiado.
El respondió: “Todavía creo que Jesús es mi Señor y Salvador”.
“¿Cómo ejerce Jesús el señorío sobre tu vida?” le pregunté mansamente. Él no entendía bien a lo que yo trataba de llegar hasta que le refiné un poco la pregunta. Le pregunté cómo era que Jesús le transmitía la información que sería parte del contenido de su regla. Le dije: “Jesús dijo, ¡Si me amas, guarda mis mandamientos!” Yo veo que aún lo amas y quieres serle obediente, pero ¿dónde encuentras sus mandatos? Si Pablo no comunica la voluntad de Cristo con exactitud y si los otros apóstoles están igualmente equivocados, ¿cómo descubres la voluntad de tu Señor?”
Él titubeó un momento y después contestó: “En las decisiones de la iglesia cuando se reúnen en concilio”.
No me molesté en preguntarle cuál iglesia y cuál concilio, ya que muchas no están de acuerdo. Meramente le señalé que probablemente ya era hora de hacerle otra visita a la Dieta de Worms. Muchos protestantes se han olvidado de qué protestan y han llegado nuevamente al punto de elevar sus decisiones presentes a la iglesia más que a la autoridad de los apóstoles. Cuando esto sucede, tenemos una cristiandad de cabeza. Si podemos confiar en los escritores del evangelio, probablemente podremos confiar en su exactitud cuando consignan que Jesús llamó a los profetas y a los apóstoles los cimientos de la iglesia. En la mente de mis amigos aquellos cimientos han sido destruidos y se han colocado cimientos nuevos en su lugar: las opiniones contemporáneas de los laicos.
Si Pablo y Pedro y los demás autores del Nuevo Testamento recibieron su autoridad como apóstoles del mismo Jesús, ¿cómo podemos criticarlos en su enseñanza y todavía afirmar que seguimos a Cristo? Esta es la misma cuestión que Jesús discutió con los fariseos. Ellos afirmaban orar a Dios mientras que rechazaban al Dios enviado y atestiguado. Afirmaban ser hijos de Abraham mientras que se lamentaban de aquel que causó regocijo a Abraham. Apelaban a la autoridad de Moisés mientras que rechazaban a aquel de quien Moisés escribió.
Ireneo introdujo la cuestión contra los gnósticos de la primera iglesia, quienes atacaron la autoridad de los apóstoles. El dijo, sí no obedecéis a los apóstoles no podéis ser obedientes a Dios, porque, si rechazáis a los apóstoles, rechazáis a aquel que los envió (Jesús); y, si rechazáis a aquel que envió a los apóstoles, rechazáis a aquel que lo envió (Dios Padre). Aquí, contra los gnósticos, Ireneo meramente llevó el argumento de Jesús con los fariseos un paso más allá.
Así pues, el principio de la interpretación de la narración por el método didáctico no está concebido para poner a un apóstol contra otro o a un apóstol contra Cristo. Es meramente para reconocer una de las tareas principales del apóstol: enseñar e interpretar la mente de Cristo para su rebaño.
Una de las principales razones por las que esta regla es importante es la de evitar el derivar demasiadas inferencias de los relatos acerca de lo que la gente hace. Por ejemplo: ¿Podemos realmente componer un manual de comportamiento cristiano puramente a base del análisis de cómo Jesús actuó? Con frecuencia cuando un cristiano se enfrenta a una situación problemática, se le dice que se pregunte a sí mismo: “¿Qué haría Jesús en esta situación?” Esta no es siempre una pregunta sabia. Una pregunta mejor sería: “¿Qué querría Jesús que yo hiciera en esta situación?”
¿Por qué es peligroso simplemente tratar de modelar nuestras vidas de acuerdo con lo que Jesús hizo? Si tratamos de modelar nuestras vidas precisamente de acuerdo con el ejemplo de Jesús, podremos tener varias clases de problemas. En primer lugar nuestros deberes como hijos de Dios obedientes no son exactamente los mismos que la misión de Jesús. Yo no fui enviado al mundo para salvar a los hombres de sus pecados. Jamás podré hablar con una absoluta autoridad de cualquier tema como lo hizo Jesús. No puedo ir a la iglesia con un látigo y echar a los laicos corruptos. No soy el Señor de la iglesia.
Segundo, y quizás no tan obvio, Jesús vivió bajo un período diferente de la historia redentora del que vivo yo. A Él se le exigió el cumplir todas las leyes del Antiguo Pacto incluyendo las leyes de dieta y ceremonia. Jesús estaba siendo perfectamente obediente al Padre cuando fue circuncidado como un rito religioso. Si yo fuese circuncidado, no por razones de salud e higiene sino como un rito formal religioso, estaría con ese rito, repudiando la obra final de Cristo y retrocediendo a la maldición de la Ley del Antiguo Testamento. En otras palabras, podríamos ser culpables de un serio pecado si tratáramos de imitar exactamente a Jesús. He aquí donde las epístolas son tan importantes. Nos llaman, cierto, a imitar a Cristo en muchos aspectos; pero nos ayudan a determinar cuáles son esos puntos y cuáles no.
Un tercer problema con imitar la vida de Jesús se presenta al hacer el cambio sutil de lo que es permitido a lo que es obligatorio. Por ejemplo, conozco personas que sostienen que es deber del cristiano efectuar visitas de misericordia en el día de descanso. El razonamiento es que Jesús lo hizo en el día sabático, y por lo tanto nosotros también debemos hacerlo así.
La sutilidad aquí está en lo siguiente: que Jesús hiciera estas cosas en el día del Sabath revela que tales actividades no violan el día de descanso y son buenas. Pero Jesús en ningún momento nos restringe a hacerlas en el día de descanso exclusivamente. Su ejemplo nos enseña que se puede hacer, pero no necesariamente que tienen que hacerse en ese día. Nos manda visitar a los enfermos, pero en ningún lugar estipula cuándo deben efectuarse esas visitas. El hecho de que Jesús no contrajo matrimonio demuestra que el celibato es bueno; pero su celibato no nos exige repudiar el matrimonio, como dejaron bien sentado las epístolas.
Hay otro problema serio al tratar de derivar demasiadas inferencias de las narraciones. La Biblia registra no solamente las virtudes de los santos sino también sus vicios. Los retratos de los santos se pintan con verrugas y todo. Deberemos tener cuidado de no imitar las “verrugosidades”. En verdad, cuando leemos acerca de las actividades de David o Pablo podemos aprender mucho ya que estas son actividades de hombres que han alcanzado un alto grado de santificación. Pero ¿deberíamos imitar el adulterio de David o la deshonestidad de Jacob? ¡Dios no lo permita!
Aparte de conjeturar en materia de carácter y ética en las narraciones, existe también el problema de extraer doctrina. Por ejemplo, en la narración de Abraham ofreciendo a Isaac sobre el monte Moriah, Abraham es detenido en el último instante por el ángel de Dios, quien le dice: “¡Abraham, Abraham! No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada, porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusas tu hijo, tu único” (Gn. 22:11–12). Nótense las palabras: “ya conozco”. ¿No sabía Dios de antemano lo que Abraham haría? ¿Se sentó en el cielo en un estado de ansiedad divina esperando el resultado del juicio de Abraham? ¿Caminó de un lado para otro por las moradas celestiales pidiendo boletines a sus ángeles en cuanto al progreso del drama? Por supuesto que no. Las porciones didácticas de la Escritura evitan estas inferencias. Pero, si establecemos nuestra doctrina de Dios puramente de narraciones tales como esta, tendríamos que concluir que nuestro Dios está siempre aprendiendo y nunca llegando a un conocimiento de la verdad.
El construir doctrina de narraciones solamente es un asunto peligroso. Me entristece decir que parece existir una fuerte tendencia hacia ello en la teología popular evangélica de nuestro día. Todos debemos ser cuidadosos y resistir esta tendencia.
El problema del lenguaje fenomenológico en la narración histórica. La Biblia está escrita en el lenguaje humano. Es el único tipo de lenguaje que podemos entender porque somos humanos. Las limitaciones del lenguaje humano se aplican a la Biblia. De hecho, mucho ha sido escrito en años recientes acerca de este problema. El escepticismo en ocasiones ha llegado al punto de declarar que todo lenguaje humano es inadecuado para expresar la verdad de Dios. Tal escepticismo no se justifica en el mejor de los casos y resulta cínico en el peor. Nuestro lenguaje podrá no ser perfecto, pero es adecuado.
No obstante, estas limitaciones se vuelven aparentes cuando tratamos con lenguaje fenomenológico, especialmente en las narraciones históricas. El lenguaje fenomenológico es aquel que describe las cosas tal y como aparecen a simple vista. Cuando los escritores de la Biblia describen el universo a su alrededor, lo hacen en términos de apariencias externas y no con miras a la precisión científica y tecnológica.
¿Cuántas acaloradas controversias ha habido sobre si la Biblia enseña o no que la Tierra y no el Sol es el centro del sistema solar? Recuerden a Galileo, quien fue excomulgado porque enseñó la heliocentricidad (el sistema solar centrado en el Sol) contra la geocentricidad (el sistema solar centrado en la Tierra), que la iglesia había aprobado. Esto dio origen a una gran crisis con respecto a la credibilidad de la Escritura. Aun así, en ningún pasaje encontramos una porción didáctica de la Escritura que nos enseñe que la Tierra es el centro del sistema solar. Cierto, en algunas narraciones el Sol se describe como moviéndose a través de los cielos. Este es el efecto que les causaba a las personas en la antigüedad, y este es el aspecto que tiene hoy.
En cierto modo me divierte la mixtura de jerigonza técnica y lenguaje fenomenológico que se utiliza en nuestro mundo moderno de la ciencia. Considérese el informe de cada noche acerca del tiempo. En nuestra ciudad ya no es un informe del tiempo sino un estudio meteorológico. En este estudio me quedo deslumbrado por las gráficas y los mapas y la nomenclatura tecnológica utilizada por el locutor. Oigo hablar de los centros de alta presión y las perturbaciones aeronáuticas. Aprendí en cuanto a la velocidad del viento y la presión barométrica. La predicción para el día siguiente se da en términos de cocientes de probabilidad de precipitación. Entonces, al final del estudio, el hombre dice; “Mañana saldrá el sol a las 6:45 A.M.” Me quedo maravillado. ¿Debería yo llamar por teléfono a la estación y protestar contra esta evidente conspiración por reconstruir la geocentricidad?
¿Protestaré contra el fraude y los errores del informe porque el locutor habla acerca de la salida a del sol? ¿Qué está sucediendo aquí? Cuando todavía hablamos del sol que se pone y el sol que sale, estamos hablando de apariencias y nadie nos llama mentirosos. ¿Puede usted imaginarse leyendo porciones de la narración de II Crónicas que contienen descripciones del mundo exterior en términos de presión barométrica y porcentajes de probabilidad de precipitación? Si leemos las narraciones de la Biblia como si se tratase de libros de texto científicos, estamos en un grave problema.
Esto no es afirmar que no hay porciones didácticas de la Escritura que lleguen a bordear abundantemente con lo científico. Ciertamente las hay, y en las mismas nos vemos a menudo en verdaderos conflictos en materias de psicología y teorías biológicas de la naturaleza y el origen del hombre. Pero muchos otros conflictos jamás surgirían si reconociéramos el carácter y el lenguaje fenomenológico de las narraciones.
Fuente: R. C. Sproul, Cómo estudiar e interpretar la Biblia (Miami, FL: Editorial Unilit, 1996), 63–76.