TIEMPO DE ANGUSTIA

“YEN AQUEL tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro”.1

Cuando termine el mensaje del tercer ángel, la misericordia divina no intercederá más por los habitantes culpables de la Tierra. El pueblo de Dios habrá cumplido su obra. Habrá recibido “la lluvia tardía”, el “refrigerio de la presencia del Señor”, y estará preparado para la hora de prueba que le espera. Los ángeles se apuran, van y vienen de acá para allá en el cielo. Un ángel que regresa de la Tierra anuncia que su obra está terminada; el mundo ha sido sometido a la prueba final, y todos los que han resultado ser fieles a los preceptos divinos han recibido “el sello del Dios vivo”. Entonces Jesús deja de interceder en el Santuario celestial. Levanta sus manos y con gran voz dice “Hecho es”; toda la hueste de ángeles deposita sus coronas mientras él anuncia en tono solemne: “Que el injusto siga cometiendo injusticias y el manchado siga manchándose; que el justo siga practicando la justicia y el santo siga santificándose”.2 Cada caso ha sido fallado para vida o para muerte. Cristo ha hecho expiación por su pueblo y borrado sus pecados. El número de sus súbditos está completo; “el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo”3 van a ser dados a los herederos de la salvación y Jesús va a reinar como Rey de reyes y Señor de señores.

Cuando él deje el Santuario, las tinieblas envolverán a los habitantes de la Tierra. Durante ese tiempo terrible los justos deben vivir a la vista del santo Dios sin un intercesor. El poder restrictivo impuesto sobre los malos es quitado y Satanás domina totalmente a los impenitentes empedernidos. La paciencia de Dios ha concluido. El mundo ha rechazado su misericordia, despreciado su amor y pisoteado su ley. Los impíos han traspuesto los límites de su tiempo de gracia; el Espíritu de Dios, al que se opusieran obstinadamente, acabó por apartarse de ellos. Desamparados ya de la gracia divina, no tienen protección del maligno. Entonces Satanás sumirá a los habitantes de la Tierra en una gran tribulación final. Cuando los ángeles de Dios dejen ya de contener los feroces vientos de las pasiones humanas, todos los elementos de contención se soltarán. El mundo entero será envuelto en una ruina más espantosa que la que cayó antiguamente sobre Jerusalén.

Un solo ángel dio muerte a todos los primogénitos de los egipcios y llenó al país de duelo. Cuando David ofendió a Dios al censar al pueblo, un ángel causó la terrible mortandad con la cual fue castigado su pecado. El mismo poder destructor ejercido por los santos ángeles cuando Dios se los ordena, lo ejercerán los ángeles malvados cuando él lo permita. Actualmente hay fuerzas listas que sólo esperan el permiso divino para sembrar desolación por todas partes.

Los que honran la ley de Dios han sido acusados de atraer los castigos sobre la Tierra, y se los considerará los causantes de las terribles convulsiones de la naturaleza y de las luchas sangrientas entre los hombres que llenarán la Tierra de aflicción. El poder que acompañe la última advertencia enfurecerá a los malvados; su ira se ensañará contra todos los que hayan recibido el mensaje, y Satanás despertará el espíritu de odio y persecución en un grado de intensidad aún mayor.

Cuando la presencia de Dios finalmente se retiró de la nación judía, tanto los sacerdotes como el pueblo lo ignoraron. Aunque estaban bajo el dominio de Satanás y guiados por las pasiones más horribles y malignas, todavía se consideraban el pueblo escogido de Dios. Los servicios del Templo seguían su curso; se ofrecían sacrificios en los altares profanados, y cada día se invocaba la bendición divina sobre un pueblo culpable de la sangre del Hijo amado de Dios y que trataba de asesinar a sus ministros y apóstoles. Así también, cuando la decisión irrevocable del Santuario haya sido pronunciada y el destino del mundo haya sido fijado para siempre, los habitantes de la Tierra no lo sabrán. Las formas de la religión seguirán en vigor por parte de los seres de quienes el Espíritu de Dios se habrá retirado definitivamente; y el celo satánico, con el cual el príncipe del mal los inspirará para que cumplan sus designios malignos, se asemejará al celo por Dios.

Una vez que el sábado llegue a ser el punto especial de controversia en toda la cristiandad, y las autoridades religiosas y civiles se unan para imponer la observancia del domingo, la negativa persistente, por parte de una pequeña minoría, de ceder a la exigencia popular, la convertirá en objeto de execración universal. Se recomendará con insistencia que no se tolere a los pocos que se oponen a una institución de la Iglesia y a una ley del Estado; pues vale más que esos pocos sufran y no que naciones enteras sean precipitadas a la confusión y anarquía. Este mismo argumento fue presentado contra Cristo hace 1.800 años por los “príncipes del pueblo”. El astuto Caifás dijo: “Nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca”.4 Este argumento parecerá concluyente, y finalmente se expedirá contra todos los que santifiquen el sábado del cuarto mandamiento un decreto que los declare merecedores de las penas más severas y autorice a la gente para que, pasado cierto tiempo, los mate. El romanismo en el Viejo Mundo y el protestantismo apóstata en el Nuevo Mundo actuarán de la misma manera contra los que honren todos los preceptos divinos.

Entonces el pueblo de Dios se verá sumido en las escenas de aflicción y tribulación descritas por el profeta como el tiempo de angustia de Jacob: “Porque así ha dicho Jehová: Hemos oído voz de temblor; de espanto, y no de paz… y se han vuelto pálidos todos los rostros. ¡Ah, cuán grande es aquel día!, tanto que no hay otro semejante a él; tiempo de angustia para Jacob; pero de ella será librado”.5

La noche de la angustia de Jacob, cuando luchó en oración para ser librado de manos de Esaú,6 representa la experiencia del pueblo de Dios en el tiempo de tribulación. Debido al engaño practicado para asegurarse la bendición que su padre intentaba dar a Esaú, Jacob había huido para salvar su vida, atemorizado por las amenazas de muerte que profería su hermano. Después de haber permanecido muchos años en el exilio, se puso en camino por mandato de Dios para regresar a su país con sus esposas e hijos, sus rebaños y ganados. Al acercarse a los límites del país se llenó de terror al tener noticia de que Esaú se acercaba al frente de una compañía de guerreros, sin duda para vengarse de él. Los que acompañaban a Jacob, sin armas e indefensos, parecían destinados a caer irremisiblemente víctimas de la violencia y la matanza. A esta carga de angustia y temor se agregaba el peso abrumador del autorreproche, pues era su propio pecado el que había originado semejante peligro. Su única esperanza estaba en la misericordia de Dios; su única defensa debía ser la oración. Sin embargo, hizo cuanto estuvo de su parte para reparar el agravio a su hermano y para alejar el peligro que lo amenazaba. Así deberán hacer los seguidores de Cristo al acercarse el tiempo de angustia: hacer todo esfuerzo posible para estar muy bien conceptuados por la gente, con el fin de desarmar los prejuicios y evitar los peligros que amenazan la libertad de conciencia.

Después de haber despedido a su familia para que no presencie su angustia, Jacob permanece solo para interceder con Dios. Confiesa su pecado y reconoce agradecido la bondad de Dios para con él, a la vez que humillándose profundamente invoca en su favor el pacto hecho con sus padres y las promesas que le fueran hechas a él en su visión nocturna en Betel y en la tierra de su exilio. Ha llegado la crisis en su vida; todo está en peligro. En las tinieblas y la soledad sigue orando y humillándose ante Dios. De pronto una mano se apoya en su hombro. Piensa que un enemigo va a matarlo, y con toda la energía de la desesperación lucha contra su agresor. Cuando el día empieza a rayar, el desconocido hace uso de su poder sobrenatural; al sentir su toque, el hombre fuerte parece paralizado y cae, impotente, tembloroso y suplicante con lágrimas, sobre el cuello de su misterioso antagonista. Jacob sabe entonces que es con el Ángel del pacto contra quien ha estado luchando. Aunque incapacitado y presa de los más agudos dolores, no ceja en su propósito. Durante mucho tiempo ha sufrido perplejidades, remordimientos y angustia por causa de su pecado; ahora debe obtener la seguridad de que está perdonado. El visitante celestial parece estar por marcharse; pero Jacob se aferra a él y le pide su bendición. El Ángel lo insta: “¡Suéltame, que ya raya el alba!”, pero el patriarca exclama: “No te soltaré hasta que me hayas bendecido” (VM). ¡Qué confianza, qué firmeza y qué perseverancia las de Jacob! Si esta petición hubiese sido jactanciosa y presuntuosa, Jacob habría sido destruido instantáneamente; pero lo suyo era la seguridad del que confiesa su debilidad e indignidad y sin embargo confía en la misericordia de un Dios que cumple su pacto.

“Luchó con el Ángel, y prevaleció”.7 Mediante la humillación, el arrepentimiento y la rendición ese mortal pecador y descarriado prevaleció sobre la Majestad del cielo. Se había aferrado con un apretón tembloroso a las promesas de Dios, y el Amor infinito no podía rechazar la súplica del pecador. Como evidencia de su triunfo y estímulo para que otros imitasen su ejemplo, se le cambió el nombre; en lugar del que recordaba su pecado, recibió otro que conmemoraba su victoria. Y el hecho de que Jacob había prevalecido con Dios era una garantía de que prevalecería con los hombres. Ya no tenía que temer enfrentar la ira de su hermano, pues el Señor era su defensa.

Satanás había acusado a Jacob ante los ángeles de Dios y reclamaba el derecho a destruirlo por causa de su pecado; había inducido a Esaú a marchar contra él, y durante la larga noche de lucha del patriarca, Satanás procuró embargarlo con el sentimiento de su culpabilidad para desanimarlo y apartarlo de Dios. Jacob fue empujado casi a la desesperación; pero sabía que sin la ayuda del cielo debía perecer. Se había arrepentido sinceramente de su gran pecado, y apelaba a la misericordia de Dios. No se dejó desviar de su propósito, sino que se adhirió firmemente al ángel y se apresuró a hacer su petición con ardientes clamores de agonía hasta que prevaleció.

Así como Satanás influyó en Esaú para que marchase contra Jacob, así también instigará a los malos para que destruyan al pueblo de Dios en el tiempo de angustia. Como acusó a Jacob, acusará también al pueblo de Dios. Cuenta a las multitudes del mundo entre sus súbditos, pero la pequeña compañía de los que guardan los mandamientos de Dios resiste su supremacía. Si pudiese hacerlos desaparecer de la Tierra, su triunfo sería completo. Ve que santos ángeles los protegen, e infiere que sus pecados han sido perdonados; pero no sabe que la suerte de cada uno de ellos ha sido resuelta en el Santuario celestial. Él tiene un conocimiento exacto de los pecados que los ha tentado a cometer, y los presenta ante Dios con la mayor exageración y asegura que esa gente es tan merecedora como él mismo de ser excluida del favor de Dios. Declara que el Señor no puede con justicia perdonar los pecados de ellos y, al mismo tiempo, destruirlos a él y a sus ángeles. Los reclama como presa suya y exige que le sean entregados en sus manos para destruirlos.

Mientras Satanás acusa al pueblo de Dios haciendo hincapié en sus pecados, el Señor le permite probarlos hasta lo máximo. Su confianza en Dios, su fe y firmeza, serán probadas rigurosamente. El recuerdo de su pasado hará decaer sus esperanzas, pues es poco el bien que pueden ver en toda su vida. Son plenamente conscientes de su debilidad e indignidad. Satanás trata de aterrorizarlos con el pensamiento de que su caso no tiene esperanza, de que las manchas de su impureza no serán jamás lavadas. Así espera destruir su fe para que se rindan a sus tentaciones y se aparten de su lealtad a Dios.

Aun cuando el pueblo de Dios se ve rodeado de enemigos dispuestos a destruirlos, la angustia que sufre no procede del temor de ser perseguidos a causa de la verdad; lo que temen es no haberse arrepentido de cada pecado y de que debido a alguna falta en ellos mismos no puedan ver realizada en ellos la promesa del Salvador: “Yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero”.8 Si pudiesen tener la seguridad del perdón, no retrocederían ante las torturas ni la muerte; pero si fuesen reconocidos indignos de perdón y hubiesen de perder la vida a causa de sus propios defectos de carácter, entonces el santo nombre de Dios sería vituperado.

De todos lados oyen hablar de conspiraciones y traiciones y observan la actividad amenazante de la rebelión; eso hace nacer en ellos un deseo intensísimo, un profundo anhelo del alma, de ver terminarse la apostasía y de que la maldad de los impíos llegue a su fin. Pero mientras piden a Dios que detenga el progreso de la rebelión, se reprochan a sí mismos con agudo sentimiento el no tener mayor poder para resistir y contrarrestar la potente invasión del mal. Les parece que si hubiesen dedicado siempre toda su habilidad al servicio de Cristo, avanzando de virtud en virtud, las fuerzas de Satanás tendrían menos poder para prevalecer sobre ellos.

Afligen sus almas ante Dios, recordándole sus pasados arrepentimientos de sus numerosos pecados y la promesa del Salvador: “¿Forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo”.9 Su fe no decae si sus oraciones no reciben inmediata contestación. Aunque sufren la ansiedad, el terror y la angustia más desesperantes, no dejan de orar. Echan mano del poder de Dios así como Jacob se aferró al Ángel; y el lenguaje de su alma es: “No te soltaré hasta que me hayas bendecido”.

Si Jacob no se hubiese arrepentido previamente del pecado que cometió al adueñarse fraudulentamente del derecho de primogenitura, Dios no habría escuchado su oración ni le hubiese preservado la vida misericordiosamente. Así, en el tiempo de angustia, si el pueblo de Dios tuviese pecados sin confesar cuando lo atormenten el temor y la angustia, sería aniquilado; la desesperación les quitaría su fe y no podrían tener confianza para rogar a Dios que los libre. Pero por muy profundo que sea el sentimiento que tienen de su indignidad, no tienen culpas escondidas que revelar. Sus pecados han sido traídos previamente a juicio y han sido borrados, y no pueden recordarlos.

Satanás induce a muchos a creer que Dios pasará por alto su infidelidad en los asuntos menores de la vida; pero, en su trato con Jacob, el Señor demuestra que de ninguna manera sancionará ni tolerará el mal. Todos los que tratan de excusar u ocultar sus pecados, dejándolos sin confesar y sin haber sido perdonados en los registros del cielo, serán vencidos por Satanás. Cuanto más exaltada sea su profesión y honroso el puesto que ocupen, tanto más graves aparecen sus faltas a la vista de Dios, y tanto más seguro es el triunfo de su gran adversario. Los que tardan en prepararse para el día de Dios no lo podrán hacer en el tiempo de angustia ni en ningún momento posterior. El caso de los tales es desesperado.

Los cristianos profesos que llegarán sin preparación al último y terrible conflicto confesarán, en su desesperación, sus pecados con palabras de angustia consumidora, mientras que los impíos se reirán de esa angustia. Esas confesiones son del mismo carácter que las de Esaú o Judas. Los que las hacen lamentan los resultados de la transgresión, pero no su culpa. No sienten verdadera contrición ni aborrecen el mal. Reconocen sus pecados por temor al castigo; pero, lo mismo que Faraón en el pasado, volverían a menospreciar el Cielo si se suspendiesen los juicios de Dios.

Soñar con Oscuridad bosque

La historia de Jacob también nos da la seguridad de que Dios no rechazará a los que han sido engañados, tentados y arrastrados al pecado, pero que han vuelto a él con verdadero arrepentimiento. Mientras Satanás trata de aniquilar a esta clase de personas, Dios enviará a sus ángeles para consolarlas y protegerlas en tiempos de peligro. Los asaltos de Satanás son feroces y resueltos, sus engaños terribles, pero el ojo del Señor descansa sobre su pueblo y su oído escucha sus súplicas. Su aflicción es grande, las llamas del horno parecen estar a punto de consumirlos; pero el Refinador los sacará como oro purificado por el fuego. El amor de Dios para con sus hijos durante el período de su prueba más dura es tan grande y tierno como en los días de su más grata prosperidad; pero necesitan pasar por el horno de fuego; debe consumirse su mundanalidad, para que la imagen de Cristo se pueda reflejar perfectamente.

Los tiempos de aflicción y angustia que nos esperan requieren una fe capaz de soportar el cansancio, la demora y el hambre; una fe que no desmaye aunque sea probada severamente. El tiempo de gracia les es concedido a todos con el fin de que se preparen para ese momento. Jacob prevaleció porque fue perseverante y resuelto. Su victoria es una evidencia del poder de la oración importuna. Todos los que se aferren a las promesas de Dios como lo hizo él, y sean tan fervientes y perseverantes como él lo fue, tendrán tan buen éxito como él. Los que no están dispuestos a negarse a sí mismos, a agonizar ante Dios y a orar mucho y con empeño para obtener su bendición, no lo conseguirán. ¡Cuán pocos cristianos saben lo que es luchar con Dios! ¡Cuán pocos son los que alguna vez suspiraron por Dios con deseo tan intenso hasta el punto de tener todas las facultades en tensión! Cuando olas de indescriptible desesperación envuelven al suplicante, ¡cuán raro es verlo aferrarse con fe inquebrantable a las promesas de Dios!

Quienes sólo ejercitan poca fe están en mayor peligro de caer bajo el dominio de los engaños satánicos y del decreto que violentará las conciencias. Y aun si soportan la prueba, en el tiempo de angustia se verán sumidos en mayor aflicción y angustia porque jamás tuvieron el hábito de confiar en Dios. Bajo la terrible presión del desánimo se verán obligados a aprender las lecciones de fe que hayan descuidado.

Deberíamos aprender ahora a conocer a Dios poniendo a prueba sus promesas. Los ángeles toman nota de cada oración ferviente y sincera. Sería mejor sacrificar nuestros gustos egoístas antes que descuidar la comunión con Dios. La mayor pobreza y la más absoluta abnegación, con la aprobación divina, es mejor que las riquezas, los honores, las comodidades y las amistades sin dicha aprobación. Debemos darnos tiempo para orar. Si reconocemos que nuestra mente está adsorbida por intereses mundanos, el Señor puede darnos ese tiempo que necesitamos por medio de la extirpación de dentro de nosotros de nuestros ídolos, sean éstos el oro, las casas o los campos fértiles.

La juventud no sería seducida por el pecado si se negase a entrar en cualquier camino salvo aquel sobre el cual pudiera pedir la bendición de Dios. Si los mensajeros que proclaman la última advertencia solemne al mundo rogasen por la bendición de Dios no con frialdad, desgano e indolencia, sino con fervor y fe como lo hizo Jacob, encontrarían muchas ocasiones en que podrían decir: “Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma”.10 Serían considerados como príncipes del cielo, con poder para prevalecer con Dios y con los hombres.

Cuando la ciudad se vuelve una boca de lobo

El “tiempo de angustia, cual nunca fue”, se iniciará pronto; y para entonces necesitaremos una experiencia que hoy por hoy no poseemos y que muchos no pueden lograrla debido a su indolencia. Sucede muchas veces que los peligros que se esperan no resultan tan grandes como uno se los había imaginado; pero éste no es el caso respecto de la crisis que nos espera. La imaginación más fecunda no puede abarcar la magnitud de la severa prueba. En ese tiempo de tribulación cada alma deberá sostenerse por sí sola ante Dios. Si “Noé, Daniel y Job” estuvieren en el país, “vivo yo, dice Jehová el Señor, no librarían a hijo ni a hija; ellos por su justicia librarían solamente sus propias vidas”.11

Ahora, mientras nuestro gran Sumo Sacerdote está haciendo la expiación por nosotros, debemos tratar de llegar a ser perfectos en Cristo. Nuestro Salvador no pudo ser inducido a ceder a la tentación ni siquiera en un pensamiento. Satanás encuentra en el corazón humano algún lugar para poner un pie adentro; algún deseo pecaminoso que se acaricia por medio del cual sus tentaciones se fortalecen. Pero Cristo declaró de sí mismo: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí”.12 Satanás no pudo encontrar nada en el Hijo de Dios que le permitiese ganar la victoria. Jesús guardó los mandamientos de su Padre y no hubo en él ningún pecado de que Satanás pudiese sacar ventaja. Esta es la condición en que deben encontrarse los que subsistirán en el tiempo de angustia.

Es en esta vida que debemos separar el pecado de nosotros por medio de la fe en la sangre expiatoria de Cristo. Nuestro precioso Salvador nos invita a que nos unamos a él, a unir nuestra debilidad a su fortaleza, nuestra ignorancia a su sabiduría, nuestra indignidad a sus méritos. La providencia de Dios es la escuela en la cual debemos aprender la mansedumbre y humildad de Jesús. El Señor nos está presentando siempre no el camino que elegiríamos, y que nos parecería más fácil y agradable, sino los verdaderos objetivos de la vida. En nosotros está, pues, que cooperemos con los factores que el Cielo emplea en la tarea de conformar nuestros caracteres al modelo divino. Nadie puede descuidar o aplazar esta obra sin el más grave peligro para su alma.

El apóstol Juan, al estar en visión, oyó una gran voz que exclamaba en el cielo: “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar!, porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo”.13 Espantosas son las escenas que provocaron esta exclamación de la voz celestial. La ira de Satanás crece a medida que se va acercando el fin, y su obra de engaño y destrucción alcanzará su apogeo en el tiempo de angustia.

Pronto aparecerán en el cielo signos pavorosos de carácter sobrenatural, en prueba del poder de obrar milagros de los demonios. Los espíritus de los demonios irán a los reyes de la Tierra y a todo el mundo para encarcelarlos en engaños y urgirlos a que se unan a Satanás en su última lucha contra el gobierno del Cielo. Mediante esos agentes, tanto los príncipes como los súbditos serán engañados. Surgirán personas que se darán por el mismo Cristo y reclamarán los títulos y el culto que pertenecen al Redentor del mundo. Realizarán maravillosos milagros de sanidad y asegurarán haber recibido del cielo revelaciones contrarias al testimonio de las Escrituras.

El acto que coronará el gran drama del engaño será que el mismo Satanás se hará pasar por Cristo. Hace mucho que la iglesia profesa esperar el advenimiento del Salvador como consumación de sus esperanzas. Pues bien, el gran engañador simulará que Cristo ha venido. En varias partes de la Tierra Satanás se manifestará a los hombres como un ser majestuoso, de un brillo deslumbrador, parecido a la descripción que del Hijo de Dios da Juan en el Apocalipsis.14 La gloria que lo rodee superará cuanto hayan visto los ojos mortales. El grito de triunfo repercutirá por el aire: “¡Cristo ha venido! ¡Cristo ha venido!” La gente se postrará en adoración ante él, mientras él levantará sus manos y pronunciará una bendición sobre ellos así como Cristo bendecía a sus discípulos cuando estaba en la Tierra. Su voz es suave y subyugadora, aunque llena de melodía. En tono amable y compasivo enuncia algunas de las mismas verdades celestiales y llenas de gracia que pronunciaba el Salvador; cura las enfermedades de la gente y luego, en su ficticio carácter de Cristo, asegura haber cambiado el sábado al domingo y manda a todos que santifiquen el día que él ha bendecido. Declara que aquellos que persisten en santificar el séptimo día blasfeman su nombre porque se niegan a oír a sus ángeles, quienes les fueron enviados con luz y verdad. Es el engaño más poderoso y resulta casi irresistible. Como los samaritanos, quienes fueron engañados por Simón el Mago, así también las multitudes, desde los más pequeños hasta los mayores, creen en ese acto de magia negra y dicen: “Este es el poder de Dios llamado grande”.15

Pero el pueblo de Dios no será engañado. Las enseñanzas del falso Cristo no están de acuerdo con las Escrituras. Su bendición va dirigida a los que adoran a la bestia y su imagen, precisamente aquellos sobre quienes la Biblia declara que la ira de Dios será derramada sin mezcla.

Además, a Satanás no se le permitirá falsificar la manera en que vendrá Cristo. El Salvador previno a su pueblo contra este engaño y predijo claramente cómo será su segundo advenimiento. “Se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos… Así que, si os dijeren: Mirad, está en el desierto, no salgáis; o mirad, está en los aposentos, no lo creáis. Porque como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre”.16 No existe posibilidad alguna de imitar semejante venida. Se la reconocerá universalmente; el mundo entero la presenciará.

Sólo quienes hayan sido estudiantes diligentes las Escrituras y hayan recibido el amor de la verdad serán protegidos de los poderosos engaños que cautivarán al mundo. Merced al testimonio de la Biblia detectarán al engañador debajo de su disfraz. El tiempo de prueba llegará para todos. Por medio de la criba de la tentación se descubrirá a los cristianos genuinos. Actualmente, ¿están los hijos de Dios tan firmemente afirmados en la Palabra como para no rendirse ante la evidencia de sus sentidos? En semejante crisis, ¿se aferrarán a la Biblia y a la Biblia sola? Si le es posible, Satanás les impedirá que logren la preparación para estar firmes en ese día. Dispondrá las cosas de tal manera que el camino les esté obstruido, los aturdirá con bienes terrenales, les hará llevar una carga pesada y abrumadora, para que sus corazones se sientan recargados con los cuidados de esta vida y el día de la prueba los sorprenda como ladrón.

Cuando el decreto promulgado por los diversos dignatarios de la cristiandad contra quienes guardan los mandamientos retire la protección del gobierno y los abandone a los que desean eliminarlos, el pueblo de Dios huirá de las ciudades y los pueblos y se unirá en grupos para vivir en los lugares más desolados y solitarios. Muchos encontrarán refugio en puntos de difícil acceso en las montañas. Como los cristianos de los valles del Piamonte, convertirán los lugares elevados de la Tierra en santuarios suyos y agradecerán a Dios por las “fortalezas de rocas”.17 Pero muchos de todas las naciones y todas las clases, grandes y pequeños, ricos y pobres, negros y blancos, serán arrojados a la más injusta y cruel servidumbre. Los amados de Dios pasarán días penosos, encadenados, encerrados en cárceles, sentenciados a muerte, algunos abandonados adrede para morir de hambre y sed en sombríos y repugnantes calabozos. Ningún oído humano estará abierto para oír sus lamentos; ninguna mano humana estará dispuesta para socorrerlos.

¿Olvidará el Señor a su pueblo en esa hora de prueba? ¿Olvidó al fiel Noé cuando sus juicios cayeron sobre el mundo antediluviano? ¿Olvidó a Lot cuando descendió fuego del cielo para consumir las ciudades de la llanura? ¿Olvidó a José cuando estaba rodeado de idólatras en Egipto? ¿Olvidó a Elías cuando el juramento de Jezabel lo amenazaba con la suerte de los profetas de Baal? ¿Olvidó a Jeremías en el oscuro y húmedo pozo donde había sido echado? ¿Olvidó a los tres jóvenes en el horno ardiente o a Daniel en el foso de los leones?

“Pero Sión dijo: Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí. ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida”.18 El Señor de los ejércitos ha dicho: “La nación que toca a mi pueblo, me toca la niña de los ojos”.19

Aunque los enemigos los arrojen a la cárcel, las paredes de los calabozos no pueden interceptar la comunicación entre sus almas y Cristo. Aquel que conoce todas sus debilidades, que está familiarizado con todas sus pruebas, está por encima de todos los poderes terrenales; y acudirán ángeles a sus celdas solitarias trayéndoles luz y paz del cielo. La prisión se volverá un palacio, pues allí moran los ricos en fe, y los lóbregos muros serán alumbrados con luz celestial como cuando Pablo y Silas oraban y alababan a Dios a medianoche en el calabozo de Filipos.

Los juicios de Dios caerán sobre quienes traten de oprimir y aniquilar a su pueblo. Su gran paciencia para con los impíos envalentona a los hombres en sus transgresiones, pero su castigo no será menos cierto ni terrible por mucho que se haya demorado. “Jehová se levantará como en el monte Perasim, y se indignará como en el valle de Gabaón; para hacer su obra, su obra extraña, y para ejecutar su acto, su acto extraño”.20 Para nuestro Dios misericordioso el acto de castigar es un acto extraño. “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío”.21 El Señor es “compasivo y clemente, lento en iras y grande en misericordia y en fidelidad… perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado”. Sin embargo, “de ningún modo tendrá por inocente al malvado”. “¡Jehová es lento en iras y grande en poder, y de ningún modo tendrá por inocente al rebelde!”22 Por derecho propio, él vindicará con terribles manifestaciones la autoridad de su ley pisoteada. Puede juzgarse cuán severa ha de ser la retribución que espera a los transgresores por la repugnancia del Señor para hacer justicia. La nación a la que soporta desde hace tanto tiempo y a la que no destruirá hasta que no haya llenado la medida de sus iniquidades, según el cálculo de Dios, finalmente beberá de la copa de su ira sin mezcla de misericordia.

Cuando Cristo deje de interceder en el Santuario, se derramará sin mezcla la ira de Dios amenazada contra los que adoran a la bestia y su imagen y reciben su marca.23 Las plagas que cayeron sobre Egipto cuando Dios estaba por libertar a Israel fueron de índole análoga a los juicios más terribles y extensos que caerán sobre el mundo inmediatamente antes de la liberación final del pueblo de Dios. En el Apocalipsis se lee lo siguiente con referencia a esas mismas plagas tan temibles: “Vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen”. El mar “se convirtió en sangre como de muerto; y murió todo ser vivo que había en el mar”. Y “los ríos, y… las fuentes de las aguas… se convirtieron en sangre”. Por terribles que sean estos castigos, la justicia de Dios está plenamente vindicada. El ángel de Dios declara: “Justo eres tú, oh Señor… porque has juzgado estas cosas. Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen”.24 Al condenar a muerte al pueblo de Dios, son tan culpables de su sangre como si la hubiesen derramado con sus propias manos. De la misma manera Cristo declaró que los judíos de su tiempo eran culpables de toda la sangre de los santos varones que había sido derramada desde los días de Abel, pues poseían el mismo espíritu y estaban tratando de hacer lo misma obra que los asesinos de los profetas.

En la plaga que sigue se le da poder al sol para “quemar a los hombres con fuego. Y los hombres se quemaron con el gran calor”.25 Los profetas describen como sigue el estado de la Tierra en ese terrible tiempo: “El campo está asolado… porque se perdió la mies del campo… Todos los árboles del campo se secaron; por lo cual se extinguió el gozo de los hijos de los hombres… El grano se pudrió debajo de los terrones, los graneros fueron asolados. ¡Cómo gimieron las bestias!, ¡cuán turbados anduvieron los hatos de los bueyes, porque no tuvieron pastos!… Se secaron los arroyos de las aguas, y fuego consumió las praderas del desierto”.26 “Los cantores del templo gemirán en aquel día, dice Jehová el Señor; muchos serán los cuerpos muertos; en todo lugar los echarán fuera en silencio”.27

Esas plagas no son universales, pues de lo contrario los habitantes de la Tierra serían eliminados totalmente. Sin embargo, serán los azotes más horribles que jamás hayan conocido los mortales. Todos los juicios que cayeron sobre los hombres antes del fin del tiempo de gracia habían sido mezclados con misericordia. La sangre propiciatoria de Cristo había impedido que el pecador recibiese el pleno castigo de su culpa; pero en el juicio final la ira se derramará sin mezcla de misericordia.

En ese día las multitudes desearán el escudo de la misericordia de Dios que por tanto tiempo despreciaran. “He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán”.28

El pueblo de Dios no quedará libre de sufrimientos; pero aunque perseguido y angustiado, y aunque sufra privaciones y falta de alimento, no será abandonado para perecer. El Dios que cuidó de Elías no abandonará a ninguno de sus abnegados hijos. El que cuenta los cabellos de sus cabezas, cuidará de ellos y los satisfará en tiempos de hambruna. Mientras los malvados estén muriéndose de hambre y pestilencia, los ángeles protegerán a los justos y suplirán sus necesidades. Para el que “camina en justicia” está la promesa: “Se le dará su pan, y sus aguas serán seguras”. “Los afligidos y menesterosos buscan las aguas, y no las hay; seca está de sed su lengua; yo Jehová los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé”.29

“Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya fruto; aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales”, sin embargo los que teman a Jehová se regocijarán en él y se alegrarán en el Dios de su salvación.30

“Jehová es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha. El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche. Jehová te guardará de todo mal; él guardará tu alma”. “Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el temor nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni de mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará. Ciertamente con tus ojos mirarás y verás la recompensa de los impíos. Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”.31

Sin embargo, a la vista de los hombres, parecería que los hijos de Dios pronto deben sellar su testimonio con su sangre, como lo hicieron los mártires que los precedieron. Ellos mismos empiezan a temer que el Señor los deje caer en manos de sus enemigos. Es un tiempo de terrible agonía. Día y noche claman a Dios para que los libre. Los malos se regocijan y se oye este grito de burla: “¿Dónde está ahora vuestra fe? ¿Por qué Dios no los libra de nuestras manos si en verdad son su pueblo?” Pero mientras aguardan, esos fieles recuerdan que cuando Jesús moría en la cruz del Calvario los sacerdotes y príncipes gritaban en tono de mofa: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él”.32 Como Jacob, todos luchan con Dios. Sus semblantes expresan su agonía interior. La palidez está instalada en cada rostro. Sin embargo, no dejan de orar con fervor.

Si los hombres pudiesen ver con visión celestial, contemplarían compañías de ángeles poderosos en fuerza estacionados en torno de los que han guardado la palabra de la paciencia de Cristo. Con tierna simpatía los ángeles han presenciado la angustia de ellos y han escuchado sus oraciones. Aguardan la orden de su Comandante para arrebatarlos del peligro. Pero tienen que esperar un poco más. El pueblo de Dios tiene que beber de la copa y ser bautizado con el bautismo. La misma dilación que es tan penosa para ellos, es la mejor respuesta a sus peticiones. Mientras procuran esperar con confianza que el Señor obre, son inducidos a ejercitar su fe, esperanza y paciencia como no lo hicieron durante su experiencia religiosa anterior. Sin embargo, el tiempo de angustia será acortado por amor a los elegidos. “¿Acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche?… Os digo que pronto les hará justicia”.33 El fin vendrá más rápido de lo que los hombres esperan. El trigo será recogido y atado en gavillas para el granero de Dios; la cizaña será atada en haces para los fuegos destructores.

Los centinelas celestiales, fieles a su cometido, continúan vigilando. Por más que un decreto general haya fijado el tiempo en que los observadores de los mandamientos pueden ser muertos, sus enemigos, en algunos casos, se anticiparán al decreto y tratarán de quitarles la vida antes del tiempo fijado. Pero nadie puede atravesar el cordón de poderosos guardianes colocados en torno de cada fiel. Algunos son atacados al huir de las ciudades y villas, pero las espadas levantadas contra ellos se quiebran y caen como si fueran de paja. Otros son defendidos por ángeles en forma de guerreros.

En todos los tiempos Dios se valió de santos ángeles para socorrer y liberar a su pueblo. Los seres celestiales tomaron parte activa en los asuntos de los hombres. Aparecieron con vestiduras que relucían como el rayo; vinieron como hombres con ropa de caminantes. Hubo casos en que ángeles aparecieron en forma humana a los hombres de Dios. Descansaron bajo los robles al mediodía como si estuviesen cansados. Aceptaron la hospitalidad en hogares humanos. Sirvieron de guías a viajeros extraviados. Con sus propias manos encendieron los fuegos del altar. Abrieron las puertas de las cárceles y liberaron a los siervos del Señor. Vestidos de la armadura celestial, vinieron para quitar la piedra de sepulcro del Salvador.

A menudo suele haber ángeles en forma humana en las asambleas de los justos; y también visitan las de los impíos, como lo hicieron en Sodoma para tomar nota de sus actos y para determinar si cruzaron el límite de la paciencia de Dios. El Señor se complace en la misericordia; así que, por causa de los pocos que le sirven verdaderamente, mitiga las calamidades y prolonga la tranquilidad de las multitudes. Los que pecan contra Dios no se dan cuenta de que deben la vida a los pocos fieles a quienes les gusta ridiculizar y oprimir.

Aunque los gobernantes de este mundo no lo sepan, ha sido frecuente que en sus asambleas hablaran ángeles. Ojos humanos los han mirado; oídos humanos han escuchado sus apelaciones; labios humanos se han opuesto a sus sugerencias y ridiculizado sus consejos; y manos humanas los han maltratado con insultos y abusos. En las salas de consejo y en los tribunales estos mensajeros celestiales han revelado su íntimo conocimiento de la historia de la humanidad, y se han mostrado más capaces de defender la causa de los oprimidos que los abogados más hábiles y elocuentes. Han frustrado propósitos y detenido males que habrían atrasado en gran manera la obra de Dios y habrían causado grandes padecimientos a su pueblo. En la hora de peligro y angustia, “el ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende”.34

El pueblo de Dios espera con ansia intensa las señales de la venida de su Rey. Y cuando se les pregunta a los centinelas: “¿Qué de la noche?”, se oye la respuesta terminante: “ ‘La mañana viene, y después la noche’.35 La luz dora las nubes que coronan las cumbres. Pronto se revelará su gloria. El Sol de Justicia ya está por salir. Tanto la mañana como la noche van a principiar: la mañana del día interminable para los justos y la instauración de la noche eterna para los impíos”.

Mientras los combatientes insisten con sus peticiones ante Dios, el velo que los separa del mundo invisible parece casi descorrido. Los cielos se encienden con la aurora del día eterno, y cual melodía de cánticos angélicos llegan a sus oídos las palabras: “Manténganse firmes en su fidelidad. Ya les llega ayuda”. Cristo, el Vencedor todopoderoso, ofrece a sus cansados soldados una corona de gloria inmortal; y su voz se deja oír por las puertas entornadas: “He aquí yo estoy con ustedes. No teman. Estoy familiarizado con todas vuestras penas; he cargado con vuestros dolores. No están lidiando contra enemigos que me sean desconocidos. He peleado la batalla en favor de ustedes, y en mi nombre ustedes son más que vencedores”.

Nuestro amado Salvador nos enviará ayuda en el momento mismo en que la necesitemos. El camino al cielo quedó consagrado por sus pisadas. Toda espina que hiere nuestros pies hirió también los suyos. Toda cruz que debamos cargar ya la cargó él antes que nosotros. El Señor permite los conflictos con el fin de preparar al alma para la paz. El tiempo de angustia es una prueba severa y terrible para el pueblo de Dios; pero es el momento para que todo verdadero creyente mire hacia arriba y, por medio de la fe, pueda ver el arco de la promesa que lo envuelve.

“Ciertamente, volverán los redimidos de Jehová; volverán a Sión cantando, y gozo perpetuo habrá sobre sus cabezas; tendrán gozo y alegría, y el dolor y el gemido huirán. Yo, yo soy vuestro consolador. ¿Quién eres tú para que tengas temor del hombre, que es mortal, del hijo del hombre, que es como heno? Y ya te has olvidado de Jehová tu Hacedor… y todo el día temiste continuamente del furor del que aflige, cuando se disponía para destruir. ¿Pero en dónde está el furor del que aflige? El preso agobiado será libertado pronto; no morirá en la mazmorra, ni le faltará su pan. Porque yo Jehová, que agito el mar y hago rugir sus ondas, soy tu Dios, cuyo nombre es Jehová de los ejércitos. Y en tu boca he puesto mis palabras, y con la sombra de mi mano te cubrí”.36

“Oye, pues, ahora esto, afligida, ebria, y no de vino: Así dijo Jehová tu Señor, y tu Dios, el cual aboga por su pueblo: He aquí he quitado de tu mano el cáliz de aturdimiento, los sedimentos del cáliz de mi ira; nunca más lo beberás. Y lo pondré en mano de tus angustiadores, que dijeron a tu alma: Inclínate, y pasaremos por encima de ti. Y tú pusiste tu cuerpo como tierra, y como camino, para que pasaran”.37

El ojo de Dios, al mirar a través de las edades, se fijó en la crisis que tendrá que enfrentar su pueblo, cuando los poderes de la Tierra se dispongan en orden de batalla contra él. Como los cautivos exiliados, temerán morir de hambre o por violencia. Pero el Santo que dividió las aguas del Mar Rojo ante Israel manifestará su gran poder y los liberará de su cautiverio. “El día que yo actúe ellos serán mi propiedad exclusiva –dice el Señor Todopoderoso–. Tendré compasión de ellos, como se compadece un hombre del hijo que le sirve”.38 Si la sangre de los fieles testigos de Cristo fuese entonces derramada, no sería, como la sangre de los mártires, una semilla destinada a dar una cosecha para Dios. Su fidelidad no sería un testimonio para convencer a otros de la verdad, pues los corazones endurecidos han repelido las oleadas de misericordia hasta que éstas no vuelven más. Si los justos cayesen entonces presa de sus enemigos, sería un triunfo para el príncipe de las tinieblas. El salmista dice: “Él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; me ocultará en lo reservado de su morada”.39 Cristo ha dicho: “Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un corto momento, en tanto que pasa la indignación. Porque he aquí que Jehová sale de su lugar para castigar al morador de la tierra por su maldad”.40 Gloriosa será la liberación de quienes han esperado pacientemente su venida y cuyos nombres están escritos en el libro de la vida.

Fuente: Conflictos de los siglos, capítulo 40

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