GÉNEROS LITERARIOS DE LA BIBLIA (Parte 2)

El drama bíblico

Aunque ningún libro de la Biblia fue escrito para el teatro, y aunque solamente uno es dramático en su formato, el impulso dramático se encuentra en toda la Biblia. La incidencia de discursos directamente citados en la Biblia no tiene paralelo en la literatura antigua, y no tiene precedente hasta que llegamos a la novela moderna. La forma más común de narrativa bíblica es, sin ninguna duda, la escena dramatizada que se construye del diálogo entre personajes en un escenario definido. De manera similar, los libros proféticos son dramas cósmicos que tienen lugar en un escenario mundial, y el libro del Apocalipsis está tan lleno de escenas y de diálogos descritos esmeradamente que es muy probable que haya sido influenciado por las costumbres del drama griego.

El libro de Job es el único libro de la Biblia que está estructurado como un drama. El libro presenta un problema—¿por qué sufren los justos?—y luego presenta los discursos de los personajes mientras debaten las posibles soluciones a dicho problema. Por supuesto que los discursos son más largos y oratorios de lo que esperaríamos en el drama moderno. Pero como en todos los dramas, el enfoque de nuestra atención está en las discordias entre los personajes, mientras Job argumenta con sus visitantes y con Dios. Si leemos el libro dramático de Job buscando principalmente acción, nos vamos a sentir frustrados. El ritmo es lento, mientras el orador repite unas pocas ideas comunes. El estilo poético nos invita a deleitarnos por la forma en que se expresa una idea, mientras escuchamos todo por lo menos dos veces.

La superestructura de este drama es por lo menos tripartita. Un principio de organización es la búsqueda del héroe del entendimiento y de la unión con Dios. Un segundo punto de unidad es la actitud obtusa de sus tercos amigos, cuyos discursos repetitivos sirven de trasfondo estático contra el que podemos medir el progreso intelectual y espiritual de Job. Un tercer elemento que unifica en el drama es la ironía. En el caso de los amigos, vemos la ironía de la ortodoxia—de creer en principios que generalmente son verdad, pero que no concuerdan con la situación de Job. Equilibrando esto se encuentra la ironía de la rebelión contra Dios, mientras observamos a Job haciendo acusaciones contra Dios que sabemos del prólogo que no son ciertas.

Proverbios bíblicos

La Biblia es uno de los libros más aforísticos, o proverbiales, del mundo. Está llena de dichos concisos y memorables desde el principio hasta el fin.

Los rasgos literarios de los proverbios explican su poder. Los proverbios son concisos y memorables. Su meta es hacer que un dicho de sabiduría sea permanente. Son a la vez simples (breves y de fácil comprensión) y profundos (tratan de los asuntos importantes de la vida y son inagotables en su aplicación). A menudo los proverbios son tanto específicos como universales: abarcan una gran cantidad de experiencias similares, y con frecuencia usan una situación particular para que represente un principio de la vida más amplio (la declaración de que «donde cae [el árbol] allí se queda» [Eclesiastés 11:3, NVI], en realidad está hablando del principio de la finalidad que caracteriza a muchos eventos en la vida).

Los proverbios también a menudo son poéticos en su forma, y usan los recursos de la imaginación, la metáfora y el símil. Algunos proverbios bíblicos son descriptivos de lo que es, mientras que otros son descriptivos de lo que debería ser. La veracidad de los proverbios es veracidad en cuanto a la experiencia humana. Los proverbios están siendo continuamente confirmados en nuestra experiencia y observaciones de la vida. Nunca pasan de moda.

Como los hemos definido, los proverbios son una forma literaria que se encuentra en toda la Biblia. Los libros de Proverbios y Eclesiastés consisten completamente de una colección de proverbios, a veces arreglados en grupos de proverbios con un tema común. Pero el paralelismo de la poesía bíblica casi inevitablemente tiende hacia un efecto aforístico. Los discursos de Jesús se basan mucho en los proverbios o dichos como un elemento básico. Las epístolas del Nuevo Testamento contienen muchos aforismos, y a través de todo el libro de Santiago se emplean las técnicas de la literatura de sabiduría. Aun las historias de la Biblia han provisto sus propios dichos proverbiales al caudal común de proverbios.

La sátira

La sátira es la exposición, por medio del ridículo o la reprensión, del vicio o del desatino humano. Consiste de tres elementos esenciales: un objeto al que se ataca, un medio satírico, y un criterio normal satírico (el criterio declarado o insinuado por el cual se critica al objeto del ataque). El medio satírico es, a menudo, una historia, pero puede ser algo tan específico como una metáfora (como cuando Jesús llama a los fariseos sepulcros blanqueados). A menudo, pero no siempre, la sátira va acompañada de un tono cómico o sarcástico.

La Biblia es un libro mucho más satírico de lo que se reconoce por lo general. El impulso satírico no está reservado para los libros que son principalmente satíricos. Por ejemplo, está presente en la narrativa bíblica, donde los personajes que se idealizan completamente son casi desconocidos y donde las fallas de carácter de la mayoría de los personajes se exponen satíricamente. La sátira se presenta igualmente en la literatura de sabiduría, en la que muchos de los proverbios atacan los defectos humanos como la codicia, la pereza, el desenfreno y el desatino.

La mayor cantidad de sátira se encuentra en los escritos proféticos. Los dos tipos más importantes de oráculos son el oráculo de salvación y el de juicio. El mejor enfoque al oráculo de juicio es la sátira. Estos pasajes siempre tienen un objeto de ataque visible y un criterio por medio del cual se presenta el juicio. Además, el ataque se presenta en una amplia gama de formas literarias, desde la simple predicción de la calamidad a las amplias exposiciones del mal y del juicio. Un libro como Amós es una obra satírica desde el principio hasta el fin: ataca la maldad pública sobre las bases de normas espirituales y morales claramente expuestas usando una gran variedad de técnicas literarias.

La sátira también es frecuente en los Evangelios. En la historia misma, los opositores de Jesús, especialmente los fariseos, se presentan con desdén satírico. Los discursos de Jesús con frecuencia son satíricos (Mateo 23, por ejemplo, es un discurso satírico que ataca a los fariseos con un aluvión de recursos satíricos). Y muchas de las parábolas que dijo Jesús son típicamente satíricas porque usan la forma narrativa para incorporar un ataque a una actitud o a un comportamiento específico.

La gran obra maestra de sátira bíblica en el Antiguo Testamento es el libro de Jonás. El objeto del ataque es la clase de fervor nacionalista que hizo que Dios fuera la propiedad exclusiva de Israel y que rehusó aceptar la universalidad de la gracia de Dios. El protagonista de la historia personifica las actitudes que el escritor usa para el ataque satírico. El otro protagonista principal de la historia es Dios, cuyo amor universal y misericordia son la norma por la cual las actitudes de Jonás se exponen como malas. La ironía del ignominioso comportamiento del caprichoso profeta produce el humor latente en la historia.

La epístola

Las Epístolas del Nuevo Testamento son modificaciones de cartas convencionales del mundo clásico. Al igual que las cartas griegas y romanas, las Epístolas contienen una apertura (el que la envía, el que la recibe, un saludo), un cuerpo y un cierre (saludos y deseos finales). Pero dos agregados importantes aparecen en las Epístolas del Nuevo Testamento—el agradecimiento (una oración pidiendo el bien espiritual, y un recuerdo o elogio de las riquezas espirituales de la persona a quien se envía) y la paraenesis (una lista de exhortaciones, virtudes, vicios, mandamientos o proverbios). Mientras que el contenido de las cartas comunes en el mundo antiguo podía ser sobre cualquier tema, las Epístolas del Nuevo Testamento mantienen el foco en los asuntos teológicos y morales.

En cuanto al estilo, las Epístolas son totalmente literarias. Es común el uso del lenguaje figurado como las imágenes, las metáforas y la paradoja. A menudo, las frases y las cláusulas se arreglan artísticamente y la influencia del paralelismo es tan prominente que muchos pasajes se podrían arreglar como poemas. Los apóstrofes dramáticos, las preguntas retóricas, las prosopopeyas, las construcciones de preguntas y respuestas y la antítesis, aunque menos frecuente, no obstante son comunes. La pura exuberancia de estas cartas produce su propio notable estilo y, en efecto, a menudo es lírico. Y, por supuesto, hay una presencia continua de proverbios y aforismos—declaraciones notables que se quedan en la memoria.

Las Epístolas son escritos ocasionales, escritas en respuesta a ocasiones específicas en la vida de las iglesias primitivas. De una forma que nos recuerda a las historias, proveen una imagen de muchas facetas de la vida diaria. Debido a que los autores están respondiendo a situaciones y preguntas específicas que se han presentado, las Epístolas no son (excepto por los libros de Romanos, Efesios y Hebreos) tratados de teología sistemática. Los puntos que tratan no son necesariamente los más importantes; simplemente son los que se han presentado.

La oratoria

La oratoria bíblica consiste en discursos formales y estilizados dirigidos a una audiencia específica, normalmente por motivo de una ocasión importante. Por lo general, la dignidad de la ocasión produce un estilo elevado. Un libro completo—el libro de Deuteronomio—es una oratoria que contiene el discurso de despedida de Moisés dirigido a la nación de Israel.

El patrón acostumbrado es que la oratoria esté contenida dentro de otro material. Por ejemplo, las historias del Antiguo Testamento contienen oratorias dichas dentro de su contenido narrativo—pasajes como cuando Jacob bendice a sus hijos (Génesis 49), cuando Samuel instala a Saúl como rey (1 Samuel 12), el discurso de Salomón y la oración de dedicación del templo (1 Reyes 8), el discurso de Esdras cuando se reinstituyó la ley (Nehemías 9). El libro de Job es una pequeña colección de oratorias. Con frecuencia, los libros proféticos tienen protagonistas que usan la oratoria, ya sea que el que habla es un profeta o Dios. Y la parte en la cual Dios le da la ley a Moisés (Éxodo–Números) tiene naturaleza oratoria.

Un patrón similar aparece en el Nuevo Testamento. Los discursos de Jesús son un ejemplo principal, con el Sermón del monte (Mateo 5–7) siendo el ejemplo por excelencia. El libro de Hechos contiene varias oratorias de defensa (las cuales, de paso, siguen la forma de las oratorias forenses clásicas); sermones; y el famoso discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (Hechos 17), el cual sigue todas las reglas retóricas de la oratoria clásica. Finalmente, la naturaleza oral de las Epístolas a menudo hace que produzcan un efecto oratorio.

Escritos visionarios

Los escritos visionarios forman una categoría grande en la Biblia. Tienen dos subcategorías: los escritos proféticos y los escritos apocalípticos (con el libro del Apocalipsis como su ejemplo principal). Los principios literarios fundamentales son los mismos en ambas categorías.

Los escritos visionarios presentan escenarios, personajes y eventos que difieren de la realidad corriente. Esto no quiere decir que los eventos de la literatura visionaria no ocurrieron en la historia pasada o no ocurrirán en la historia futura. Pero los eventos presentados por el autor todavía no habían sucedido o no existían en el mundo de esa época. Son imaginados.

El elemento de «ser algo distinto» llena los escritos visionarios. La literatura visionaria transforma el mundo conocido o el estado presente de las cosas en una situación que en el tiempo en que se escribió aún sólo era imaginada. La forma más simple de tal transformación es un cuadro futurista del cambio de la suerte de una persona o nación. De una forma más radical, la literatura visionaria nos lleva no sólo a un tiempo diferente, sino también a un modo de existencia diferente. Nos transporta a esferas que trascienden la realidad terrenal, por lo general a las esferas sobrenaturales del cielo o del infierno.

La peculiaridad de la literatura visionaria se extiende tanto a las escenas como a los actores. Típicamente, la escena es cósmica en lugar de ser localizada. En este escenario cósmico hay actores con los cuales no nos encontramos directamente en la vida diaria—Dios, los santos en el cielo, ángeles, dragones, monstruos, un guerrero montando en un caballo rojo (Apocalipsis 6:4, NVI), mujeres que vuelan y tienen alas como las de una cigüeña (Zacarías 5:9). La mezcla de lo familiar con lo que no es familiar, un sello de la literatura visionaria, toma una forma aún más extraña cuando objetos inanimados y fuerzas de la naturaleza de pronto se convierten en actores—como cuando las estrellas rehúsan mostrar su luz, o cuando cae en la tierra granizo mezclado con sangre.

Todo este espectáculo imaginario produce una estructura distintiva. La literatura visionaria está estructurada como un caleidoscopio de elementos que cambian—escenas visuales, discursos, diálogos, breves trozos de narrativa, oraciones, himnos y mucho más. El sueño, o la visión, provee la organización. Los sueños, después de todo, consisten de figuras momentáneas, impresiones fugaces, personajes y escenas que actúan su breve parte y luego se pierden de vista y saltos abruptos de una acción a otra.

Si la fantasía es un elemento de la escritura visionaria, también lo es el simbolismo. Los extraños acontecimientos que se ofrecen son imágenes de otra cosa. De acuerdo a esto, la pregunta correcta que debemos formularnos es la siguiente: Dado el contexto específico de un pasaje visionario, ¿a qué evento histórico o a qué hecho teológico representa esta imagen?

La mejor ayuda para la interpretación es un ojo agudo para lo obvio. Cuando Isaías vio un río que inundaría toda la tierra de Judá (8:5–8), el contexto a su alrededor deja claro que es una figura simbólica de la inminente invasión de los ejércitos de Asiria. Cuando el libro del Apocalipsis pinta los intentos infructuosos de un dragón de destruir a un niño que gobernará a todas las naciones y quien milagrosamente se escapa del dragón ascendiendo al cielo (12:1–5), lo reconocemos como un relato simbólico de la incapacidad de Satanás de frustrar la obra de Jesús durante su vida encarnada en la tierra.

LA UNIDAD LITERARIA DE LA BIBLIA

La Biblia es una antología de tantos géneros y técnicas literarias que el efecto, al final, puede amenazar confundirnos. Pero la unidad literaria va a surgir si recordamos los principios fundamentales.

La estructura general de la Biblia es la estructura de una historia. Comienza con la creación del mundo, y termina con la consumación de la historia y la re-creación del mundo. El conflicto de la trama es una prolongada batalla espiritual entre el bien y el mal. El personaje central es Dios, y todas las criaturas y las naciones interactúan con ese poderoso protagonista. Toda historia, poesía o proverbio de la Biblia concuerda con esta historia que la envuelve por completo.

Aún más, todas las partes literarias de la Biblia comparten los rasgos que definen a la literatura misma. En concreto, esas historias presentan la experiencia humana para que nosotros podamos compartir una experiencia con el autor y con los personajes de una historia o poesía. Todas las partes literarias de la Biblia despliegan habilidad técnica y belleza. También emplean recursos especiales del lenguaje para que estemos conscientes de que los escritores están usando el lenguaje de una forma que va más allá del uso común.

Finalmente, a pesar de la diversidad de géneros literarios que encontramos en la Biblia, el principio del género en sí mismo ayuda a organizar el todo. Cualquiera que sea el pasaje al que vayamos en la Biblia, siempre nos damos cuenta de que dicho pasaje o libro pertenece a un género literario específico, un género que sigue sus propias reglas convencionales y que requiere un conjunto de expectativas definidas de parte del lector.

La Biblia es un libro para toda la gente y para todos los temperamentos, desde la persona prosaica y práctica hasta aquella a la que le gusta volar con la fantasía y las visiones. Uno de los personajes del novelista ruso Fyodor Dostoyevsky exclamó: «Vaya libro que es la Biblia, qué milagro, qué fortaleza se le da al hombre con ella. Es como un molde tomado del mundo y del hombre y de la naturaleza humana, todo está allí, y una ley para cada cosa para todas las edades. Y qué misterios se resuelven y son revelados» (Los hermanos Karamazov).

Philip Wesley Comfort y Rafael Alberto Serrano, El Origen de la Biblia (Carol Stream, IL: Tyndale House Publishers, Inc., 2008), 146–155.

El segundo género literario más prominente en la Biblia es la poesía. Se identifica a la poesía por medio de dos rasgos principales: se escribe en forma de verso y tiene un idioma o estilo poético.

El paralelismo

La forma en verso de la poesía bíblica se conoce con el nombre de paralelismo. Evita la rima y, en cambio, consiste de pensamientos dobles o triples. El paralelismo se puede definir como dos o más líneas que expresan algo con palabras diferentes pero en forma gramaticalmente similar.

La poesía bíblica consta de cuatro tipos principales de paralelismo. El paralelismo sinónimo expresa un pensamiento, más de una vez, con una estructura de la frase o forma gramatical similares:

    Los cielos cuentan la gloria de Dios,

    el firmamento proclama la obra de sus manos. (Salmo 19:1)

En el paralelismo antitético, la segunda línea declara la veracidad de la primera en forma negativa o contrastante:

    Porque el SEÑOR cuida el camino de los justos,

    mas la senda de los malos lleva a la perdición. (Salmo 1:6)

En el paralelismo culminante, la segunda línea completa a la primera al repetir parte de ella y luego agregándole algo:

    Tributen al SEÑOR, seres celestiales,

    tributen al SEÑOR la gloria y el poder. (Salmo 29:1)

El paralelismo sintético («que crece») consiste de un par de líneas que juntas forman una unidad completa en la cual la segunda línea completa o expande el pensamiento de la primera (pero sin repetir nada de la primera línea):

    Dispones ante mí un banquete

    en presencia de mis enemigos. (Salmo 23:5)

El paralelismo sirve varios propósitos. Es parte del arte de la poesía bíblica, comunicando la impresión de un lenguaje usado con maestría. También es una herramienta mnemónica que ayuda a aprender de memoria, recitar o aun a la improvisación oral de la composición. El paralelismo produce un efecto meditativo, porque posee un elemento dilatorio por medio del cual hacemos girar en la luz al prisma del pensamiento o del sentimiento.

El lenguaje peculiar de la poesía

Los poetas hablan un lenguaje propio. Este lenguaje peculiar poético es el corazón de la poesía; es mucho más importante que la forma de verso en la que está incluido.

Por sobre todo, los poetas piensan en imágenes—palabras que nombran algo relacionado con los sentidos o con una acción. La poesía evita la abstracción lo más posible, aunque en la poesía bíblica la forma en verso de paralelismo, a menudo, lleva a un poeta a combinar lo concreto con una declaración abstracta. La poesía requiere que el lector experimente una serie de experiencias de los sentidos. Cuando hemos experimentado la imagen, debemos interpretarla; es decir, interpretar sus connotaciones, su relevancia al tema del poema, sus significados emocionales y si es positiva o negativa en el contexto de un pasaje determinado.

El siguiente elemento importante de la poesía es la comparación. Por lo general toma la forma de metáfora (una comparación implícita) o símil (una comparación explícita que usa la fórmula «como» o «al igual que»). Tanto la metáfora como el símil están basados en el principio de la correspondencia. La palabra «metáfora» implica eso, porque se basa en la palabra griega que quiere decir «transportar».

La metáfora y el símil colocan una obligación doble al lector. Una es experimentar el nivel literal de la imagen. Si el poeta nos dice que «el SEÑOR es sol y escudo» (Salmo 84:11, NVI), primero debemos experimentar el fenómeno físico del sol y del escudo. Luego debemos proceder a la tarea interpretativa de determinar cómo Dios es como el sol y el escudo. La metáfora y el símil se basan en el principio de transferir el significado. Aseguran un efecto en un nivel, y luego se nos pide que transfiramos esos significados (que generalmente son múltiples) a otro nivel—el nivel del tema real del poema.

Otras varias figuras del lenguaje componen el repertorio del poeta. La prosopopeya consiste en tratar algo que no es humano (y frecuentemente inanimado) como si fuera un ser humano capaz de responder. La hipérbole (exageración consciente para lograr un efecto) no expresa una verdad literal sino una verdad emocional. Otra forma normal de expresar un sentimiento fuerte es con el apóstrofe—dirigirse a alguien ausente como si estuviera presente y pudiera escuchar. Una alusión es una referencia a literatura o historia pasadas.

La lírica como forma poética básica

Debido a que la Biblia está llena de tipos específicos de poesías, es importante notar que el concepto de «poesía» es virtualmente sinónimo de «lírica». Prácticamente todas las poesías de la Biblia deberían ser vistas como ejemplo del género «lírico» antes de ser consideradas como ejemplos de una clase particular.

Una poesía lírica es una poesía breve (a menudo fue diseñada para ser cantada), que expresa los pensamientos y, especialmente, los sentimientos de un orador. En otras palabras, las características que identifican la lírica son tres: es breve, personal o subjetiva (el orador habla con su propia voz), y reflexiva o emocional.

El impacto unificado es importante en la lírica, y la mejor manera de observar su presencia es emplear el sistema de tema y variación, analizando la forma en que una unidad específica contribuye al tema que controla dicha lírica. La gran mayoría de las líricas está construida basándose en el principio de la estructura tripartita: una declaración de apertura que enuncia el tema (el estímulo que mueve a cantar al poeta), el desarrollo del tema y la resolución que concluye. Los poetas líricos han desarrollado sus temas eligiendo entre cuatro posibilidades: la repetición, el catálogo o lista, la asociación (partiendo de una idea inicial a una relacionada) y el contraste.

El libro de Salmos

El libro de poesía más conocido de la Biblia es el libro de Salmos. Es una antología de poemas compilados para usar en la adoración en el templo de Jerusalén. Todos los salmos son poemas líricos, pero una cantidad de subtipos hace que la consideración de género sea especialmente importante como factor en el enfoque literario del libro de Salmos.

La categoría más grande de salmos son los de lamento o queja. Es una forma fija que incluye cinco elementos que pueden aparecer en cualquier orden y que pueden ocurrir más de una vez en un salmo específico. Los ingredientes son una invocación o clamor a Dios, el lamento o queja (una definición de la crisis), la petición o súplica, una declaración de confianza en Dios y un voto de alabar a Dios.

La segunda categoría de acuerdo al tamaño son los salmos de alabanza, los cuales siguen un formato que consta de tres partes. Comienzan con un llamado a la adoración, que puede consistir de tres ingredientes: una exhortación a alabar a Dios, el nombramiento de la persona o el grupo al cual se dirige el mandamiento y la identificación del modo de alabanza (voz, arpa, etcétera). Por lo general, el desarrollo de la alabanza está construido sobre el principio de un catálogo de los hechos o atributos de Dios dignos de alabanza, aunque ocasionalmente aparecen técnicas de pintar retratos. Los salmos de alabanza concluyen con una nota de finalidad, que a menudo se presenta en la forma de una corta oración o deseo.

El contenido, más que el formato, debe ser la base para identificar subtipos adicionales dentro del libro de Salmos. Las categorías predominantes son los poemas sobre la naturaleza; los salmos de adoración (también llamados cánticos de Sión); los salmos penitenciales; los salmos históricos; los salmos reales; los salmos meditativos; los salmos que alaban un tipo de personalidad o una cualidad abstracta, que son conocidos con el nombre de «encomio»; los salmos imprecatorios; y aun un epitalamio (un poema de boda, el Salmo 45).

El Cantar de los Cantares de Salomón

El Cantar de los Cantares de Salomón es una colección de poemas de amor que juntos hacen un exaltado epitalamio (un poema de bodas) construido alrededor de un solo noviazgo y boda. Los poemas pastorales son poemas de amor en los cuales el escenario es rústico y los amantes se pintan (de manera por lo menos parcialmente ficticia) como un pastor y una pastora. Una colección de poemas líricos no es la forma en que se cuenta una historia. En cambio, el Cantar de los Cantares de Salomón pinta una serie de sentimientos y estados de ánimo bajo el principio de monólogo interior.

Ambos, el estilo y los géneros específicos del Cantar de los Cantares, les son familiares tanto a la poesía de amor antigua como a la moderna. El estilo es conscientemente artificial y altamente sensual («sensorial»), metafórico, hiperbólico y apasionado. Dentro del marco general pastoral, los géneros específicos incluyen la invitación a amar, la alabanza al amado, blasones emblemáticos (listas de rasgos del amado, con cada rasgo comparado a un objeto de la naturaleza), el cortejo y los poemas de boda y los cantos de separación, anhelo y reunión.

Los himnos del Nuevo Testamento

Los poemas líricos también son comunes en el Nuevo Testamento. La historia de la natividad (Lucas 1–2) está salpicada de himnos de natividad. También podemos encontrar fragmentos de himnos en las epístolas (por ejemplo, Efesios 5:14; 2 Timoteo 2:11–13; Hebreos 1:3). Los himnos de adoración recalcan las visiones del Apocalipsis (por ejemplo 4:8, 11; 5:9–10). Tres himnos famosos acerca de Cristo son especialmente dignos de notar: Juan 1:1–18; Filipenses 2:5–11 y Colosenses 1:15–20.

El encomio

El encomio se encuentra a través de ambos, el Antiguo y el Nuevo Testamento. Mientras que algunos encomios bíblicos están escritos en prosa más que en poesía, en efecto son líricos, y por lo general tienen un estilo tal que pueden ser impresos fácilmente en la forma de paralelismo hebreo.

El encomio es un poema o ensayo escrito para la alabanza de una cualidad abstracta o de un tipo de personaje generalizado. Los temas comunes son una introducción al sujeto de la alabanza, el distinguido abolengo de ese sujeto, una lista o descripción de hechos y cualidades encomiables, la naturaleza superior o indispensable del sujeto, las recompensas que acompañan a lo que se alaba y una conclusión instando al lector a que imite al sujeto del encomio.

Los encomios bíblicos que alaban una cualidad abstracta incluyen poemas de alabanza a la sabiduría en el libro de Proverbios (3:13–20; 8), a la ley de Dios (Salmo 119), al amor (1 Corintios 13) y la fe (Hebreos 11). Los encomios que alaban tipos de personaje incluyen los Salmos 1, 15, 112 y 128 (la persona piadosa) y Proverbios 31:10–31 (la esposa virtuosa). El canto del siervo sufriente en Isaías 53 es una parodia del estilo, alabando al siervo que sufre por razones poco convencionales.

Partes poéticas adicionales de la Biblia

Además de los lugares que he mencionado en los que hay poesía, es importante notar que la poesía también se encuentra en otros libros de la Biblia que, por lo general, asignamos a otro género como la forma primaria. El libro de Job, un drama, contiene poesía, excepto por su marco de prosa narrativa. La mayoría de los libros proféticos del Antiguo Testamento está escrita en una forma predominantemente poética. Lo mismo ocurre con la literatura de sabiduría del Antiguo Testamento—los libros de Proverbios y Eclesiastés (donde aun los pasajes de prosa son, en efecto, poéticos). Dentro de las historias del Antiguo Testamento encontramos dicha variedad de formas líricas como los cánticos de liberación (el cántico de Moisés en Éxodo 15 y el cántico de Débora en Jueces 5) y una elegía (la elegía de David por Jonatán en 2 Samuel 1).

Encontramos poesía a través de todo el Nuevo Testamento. Jesús es uno de los poetas más famosos del mundo. En sus discursos, que son apasionados y están llenos de paradojas, hace uso de la imaginación, las metáforas y la hipérbole. El movimiento de sus frases está lleno de paralelismo. Las epístolas del Nuevo Testamento son apenas un poco menos poéticas. Y el libro del Apocalipsis usa los recursos de la poesía—la imagen, el símbolo y la alusión.

Philip Wesley Comfort y Rafael Alberto Serrano, El Origen de la Biblia (Carol Stream, IL: Tyndale House Publishers, Inc., 2008), 140–146.

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