A. Ideas erróneas sobre el Espíritu Santo
1. El Espíritu Santo es una emoción. El estudio del Espíritu Santo es estorbado con muchas ideas erróneas. Algunos piensan que el Espíritu Santo es sólo una emoción. Algunos se tocarán la caja torácica y dirán: “Puedo sentir al Espíritu Santo en mi corazón”. Si el culto es animoso y estimuladas las emociones, se dice que con toda seguridad el Espíritu está presente. Pero si la adoración no despierta o incita las emociones, se dice que es una señal segura de que el Espíritu no está presente.
El Espíritu trae gozo y paz al creyente. Él no estimula las emociones, sino que es mucho más que una emoción.
2. Otros consideran al Espíritu Santo simplemente como una influencia divina. No creen que es una persona distinta, sino una influencia buena que procede de Dios y de Jesús.
3. Otros hasta lo han identificado con la Palabra de Dios, la Biblia. Debido a que el Nuevo Testamento afirma que el Espíritu Santo hace ciertas cosas y después dice que es la Palabra la que las hace, algunos han concluido que son la misma cosa. Por ejemplo: Jesús dijo que somos “nacidos” del Espíritu (Juan 3:8); Pedro declara que somos “renacidos… por la palabra de Dios” (1 Pedro 1:23–25). He aquí otros ejemplos de actos que se atribuyen tanto al Espíritu Santo como a la Palabra: (a) Dar vida (2a a los Corintios 3:6; Santiago 1:18); (b) Crear (Génesis 1:2; Job 33:4; Hebreos 11:3; 2a de Pedro 3:5); (c) Salvar (Tito 3:5; Santiago 1:21); (d) Santificar (2 Tesalonicenses 2:13; 1 Corintios 6:11; Juan 17:17); y (e) Morar en… (Romanos 8:11; Colosenses 3:16).
El Espíritu Santo y la Palabra de Dios son inseparables en sus actos. Esto se debe a que la Palabra es la “espada del Espíritu” (Efesios 6:17). Es el instrumento a través del cual obra Él. Pero no debemos confundir el instrumento con el agente. El arma no es idéntica al soldado, ni el martillo al carpintero. El Espíritu Santo es el agente de todas estas cosas, y la Palabra es el instrumento que Él emplea. El Espíritu Santo y la Palabra de Dios son inseparables, pero no lo mismo.
B. El Espíritu Santo es una persona
La Biblia enseña que el Espíritu Santo es una persona. Una persona es un ser que está consciente de sí, dotado de la facultad de pensar y razonar; que tiene sentimientos y emociones y que tiene libre albedrío y que puede actuar responsablemente. La Palabra de Dios dice que el Espíritu Santo posee todas estas características o cualidades. He aquí tres pruebas de que Él es una persona:
1. Se dice que hace lo que solamente personas pueden hacer.
a. Habla (1 Timoteo 4:1; Apocalipsis 2:7.
b. Testifica (Juan 15:26).
c. Enseña (Juan 14:26; 1 Corintios 2:13).
d. Guía, dirige y prohíbe (Hechos 16:6–7)
2. Se dice que tiene características de una persona.
a. Mente (Romanos 8:27).
b. Afecto o amor (Romanos 15:30).
c. Voluntad (1 Corintios 12:11).
d. Se contrista o se enoja (Isaías 63:10; Efesios 4:30).
e. Se le resiste (Hechos 7:51).
f. Se peca contra Él (Mateo 12:24’32).
3. Se aplican al Espíritu Santo pronombres personales en género masculino. El nombre “espíritu” es de género neutro. Todos sus pronombres y modificadores normalmente serían neutros. Pero en el Nuevo Testamento, todos los pronombres que se refieren al Espíritu Santo son masculinos. Una buena ilustración tocante a esto es Juan 16:13: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”.
En este versículo hay un pronombre personal Él y un pronombre posesivo Su, ambos de género masculino de tercera persona singular y otros cuatro implícitos de la misma persona y número. No debe referirse o aludirse al Espíritu Santo con el pronombre neutro “ello”, una cosa inexistente, sino como “Él”: una persona viviente, pensante, actuante y que siente.
C. El Espíritu Santo es una persona divina
La Biblia enseña que el Espíritu Santo es una persona divina con deidad como la del Padre y Cristo.
1. Tiene los atributos de Dios.
a. Es eterno (Hebreos 9:14). Estaba con Dios en la creación (Génesis 1:2).
b. Sabe lo que Dios sabe (1 Corintios 2:10, 11).
c. Ejerce el poder de Dios (Lucas 1:35; Hechos 1:8; Miqueas 3:8; Jueces 14:6).
d. Uno se bautiza en su nombre (Mateo 28:19, 20).
e. Es omnipresente como Dios (Salmos 139:7–10).
f. Es santo, el Espíritu de santidad (Romanos 1:4); el Espíritu de gracia (Hebreos 10:29); Espíritu de verdad (Juan 14:17; 16:13); Espíritu de sabiduría (Isaías 11:2).
2. El Espíritu hace obras como Dios.
a. Crea (Génesis 1:2; Job 33:4; Salmos 104:30).
b. Da vida (Génesis 2:7; Romanos 8:11; Juan 3:5; 6:63; Gálatas 6:8).
c. Autor de las profecías (2a de Pedro 1:21).
d. Hace milagros (Mateo 12:28; 1 Corintios 12:9, 11).
EL DON DEL ESPÍRITU SANTO
Al concluir su mensaje el día de Pentecostés, el apóstol Pedro les dijo a los inquisitivos judíos: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
A. ¿Qué es el “don del Espíritu Santo”? Algunos dicen que es el don de la salvación que Dios da a los que obedecen el Evangelio. Sostienen que la última oración en Hechos 2:38 es repetición de la precedente; en otras palabras, el don que el Espíritu Santo da es la salvación “perdón [remisión] de los pecados”. Ésta es una repetición innecesaria, y en vista de otras Escrituras se rechaza que sea el significado de la promesa de Pedro.
¿Qué es, entonces, este “don”? Es el propio Espíritu Santo que es dado a todo creyente bautizado en Cristo. Pedro prometió dos dones si se arrepentían y se bautizaban: el perdón de los pecados y el Espíritu Santo como don. Examinemos la prueba en cuanto a este punto de vista.
B. ¿Cuáles son las evidencias para esta explicación?
1. Jesús prometió que el Espíritu Santo viviría en el creyente. “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:16–17; cf 7:37–39).
Por esta Escritura es claro que el día de Pentecostés Pedro repitió lo que Jesús ya había prometido. Jesús dijo que sus discípulos, no el mundo, recibirían el Espíritu Santo. Pedro prometió el Espíritu Santo a los que fueren limpiados de sus pecados.
Esto también está en armonía con las leyes de purificación del Antiguo Testamento. Cuando se iba a consagrar un levita para el sacerdocio, era llevado al atrio y lavado completamente. Luego se le ungía con el aceite y vestido con las vestiduras santas. El lavamiento era simbólico del bautismo y de la limpieza interna del pecado. El ungimiento era simbólico del don del Espíritu Santo (Véase Hechos 10:38; Hebreos 1:9).
2. Los apóstoles enseñaron la morada del Espíritu Santo. En Hechos 5:32, Pedro dijo: “Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen”. Pablo agrega: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios…?” (1 Corintios 6:19; cf. 3:16; 1 Juan 3:24b; Gálatas 4:6). Además, Pablo declara: “Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo” (1 Tesalonicenses 4:8).
La maravillosa verdad es que no sólo el Espíritu hace morada en nosotros, sino también el Padre y el Hijo por el Espíritu que está en nosotros. “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23; cf. 14:18). Así como Cristo Jesús es “Dios con nosotros”, así también el Espíritu Santo es “Dios en Cristo” con nosotros.
C. ¿Cómo sabe el cristiano que el Espíritu Santo mora en él? Esta pregunta angustia a mucha gente, especialmente los que dependen de la emoción como seguridad primaria de que han recibido el Espíritu. Las emociones son cosas momentáneas y pueden engañar; se necesita un fundamento más fuerte y seguro. He aquí algunas maneras en que podemos estar seguros de que tenemos el Espíritu de Dios.
1. Por fe cuando se obedece el Evangelio. ¿Cómo supo la gente el día de Pentecostés que tenía el Espíritu morando en ella? Supieron que las condiciones para recibir este don celestial eran fe en Cristo, arrepentimiento de sus pecados y bautismo en Cristo para perdón de pecados. Supieron cuándo habían cumplido estas condiciones, y creyeron que Dios cumpliría su promesa cuando lo hicieron. Por tanto, sabían que habían recibido el Espíritu porque Dios lo había prometido, y creían en Dios. ¿Cómo sabe uno que tiene perdonados sus pecados? De la misma manera. Uno debe estar seguro que cuando hace su parte, Dios hará la suya. Por fe creemos y aceptamos la promesa de Dios de estas dos grandes bendiciones.
2. Es evidencia la presencia del “fruto del Espíritu” en nuestras vidas. El Espíritu le es dado al cristiano para producir fruto de justicia. Cuando este fruto se manifiesta, es prueba de que el Espíritu está presente y está trabajando en esa vida. Este fruto se menciona en Gálatas 5:22–23: “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza”. Pablo claramente dice en Romanos 5:5: “Y la esperanza no avergüenza, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”. Esta es la segunda prueba de su presencia.
3. Podemos saber que poseemos el Espíritu porque testifica del señorío de Jesús. “…nadie puede llamar a ‘Jesús Señor’, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3; cf. 1 Juan 4:2). El Espíritu Santo convence al pecador de pecado y lo guía a confesar a Cristo como Señor (Juan 16:8–11; cf. Romanos 10:9–10). Entonces viene a vivir con él y a ayudarlo a seguir reconociendo a Jesús como el Señor de su vida. “Guardando sus mandamientos nos demostramos a nosotros mismos y a los demás, que Jesús es nuestro Señor”.[1] Esto confirma la presencia del Espíritu en la vida de uno como cristiano.
[1]W. A. Fite, Did You Receive the Holy Spirit When You Believed? (Tract)
FUENTE: Denver Sizemore, Lecciones de Doctrina Bíblica, vol. 2 (Joplin, MO: Literatura Alcanzando a Todo el Mundo, 2003), 54–59. Editorial Northwestern, 2001), 31–47.