Pueden definirse como las perfecciones de Dios reveladas en las Escrituras, ejercidas en la relación redentora de Dios con el hombre, y demostradas en las diversas obras de Dios. Las perfecciones divinas, llamadas atributos, describen esencialmente lo que Dios es y cómo actúa. Estas perfecciones divinas no son rasgos, cualidades o características que Dios posee. Son más bien expresiones esenciales de lo que Dios es. Los atributos tampoco son cualidades específicas que el hombre le asigna a Dios con el fin de entenderlo. Los atributos son objetivos y reales. Los nombres que designan los atributos son formas de describir a Dios tal como es, de acuerdo con la revelación.
Por tanto, Dios no posee la cualidad del amor. Dios es amor. Cuando Dios ama no manifiesta una cualidad particular de su naturaleza. Cuando Dios ama expresa su ser esencial. De igual modo, cuando se dice que Dios es santo, se hace referencia a su ser esencial y no a una característica de su naturaleza.
Enfoques actuales. Muchos teólogos de mediados o fines del siglo XX tienden a rechazar el uso de la palabra “atributo”. Una razón que aducen es que el uso tradicional del término a veces parece reducir a Dios a la suma total de todas sus cualidades o atributos. Otra razón es que en la terminología bíblica no aparecen palabras como omnisciencia, omnipresencia y omnipotencia. Declaran que, en lugar de usar términos abstractos que expresan el pensamiento griego, las Escrituras emplean términos que describen a Dios en acción.
Es cierto que la Biblia usa palabras en acción para describir a Dios. Pero también emplea imperativos para describir la naturaleza de Dios y su relación soberana con el hombre. Así lo vemos en Levítico 19:2: “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios”. Inclusive, en ocasiones, las Escrituras utilizan términos abstractos. Por ejemplo, Moisés pide que se le permita ver la gloria de Dios (Éx. 33:18). También el salmista dice que “Jehová es Dios grande, y Rey grande sobre todos los dioses” (Sal. 95:3). La grandiosa visión que Isaías tuvo de Dios incluye la exclamación gozosa de los serafines: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (Is. 6:3).
Por lo tanto, parece correcto emplear cualquier término a nuestra disposición para referimos a Dios, siempre y cuando comunique exactamente la revelación de Dios en las Escrituras. Por ejemplo, alguien pudiera usar la frase “Dios está en todo lugar”, o decir que Dios es omnipresente. Tanto “Dios está en todo lugar” como” omnipresente” significa que no hay límites para su presencia, que Dios se encuentra libre de las restricciones del espacio.
La revelación es la fuente del conocimiento. El misterio de Dios descarta toda posibilidad de conocer a Dios, excepto cuando él mismo se da a conocer por medio de la revelación. Como dice Emil Brunner, Dios no es un objeto que puede ser manipulado por el ser humano mediante su propio razonamiento (The Christian Doctrine of God, 14). Excepto cuando Dios decide revelarse a sí mismo, Dios es un misterio que se encuentra en las profundidades de la luz inaccesible. E incluso cuando se revela a sí mismo, “el creyente ni siquiera es capaz de comprender a cabalidad todo lo que Dios ha revelado en cuanto a sus atributos” (Fred H. Klooster, Basic Christian Doctrines, 22). El ser humano finito jamás podrá entender totalmente al Dios infinito.
Sin embargo, el hombre debe declarar ciertas afirmaciones fundamentales y finales acerca del ser esencial de Dios, o el concepto total de Dios se vuelve meramente formal, teórico y estéril. La mente moderna, inclinada hacia el secularismo, parece ser incapaz o estar poco dispuesta a presentar o aceptar ideas fundamentales acerca de Dios. Esta confusión respecto a la naturaleza de Dios ha minimizado la influencia del mensaje de redención. Carl Henry escribe: “La incapacidad moderna para hablar literalmente del ser esencial de Dios, la satisfacción con una mera reflexión de relación… pronostican una decadencia religiosa más profunda en el mundo occidental” (Christian Faith and Modern Theology, 92).
Tomando como base la enseñanza de la Biblia, la siguiente sección trata sobre atributos específicos de Dios.
Clasificación de los atributos. Los atributos divinos pueden dividirse en dos clasificaciones: (1) Absolutos o incomunicables; y (2) morales o comunicables.
1 – Atributos absolutos o incomunicables. El término “absoluto” se deriva del latín absolutus, compuesto por ab (de) y solvere (soltar). Absoluto significa “libre” como condición o estado, o libre de limitaciones o restricciones. Los atributos absolutos están reservados únicamente para Dios. Ni el universo, la creación general, ni el ser humano, la creación especial, poseen estas perfecciones divinas. Los atributos absolutos de Dios son infinitud, autoexistencia, eternidad, inmutabilidad, inmensidad (omnipresencia), conocimiento perfecto (omnisciencia), poder perfecto (omnipotencia), y el ser Espíritu.El término “infinito” señala la perfección de Dios por la cual él es libre de toda limitación. Dios no está limitado de ninguna manera por el mundo creado, por relaciones de tiempo y espacio. La perfección de Dios es su infinitud. Las limitaciones de Dios son las que él mismo se impone o las que son inherentes a su naturaleza. Por ejemplo, Dios no puede mentir, pecar, cambiar ni negarse a sí mismo (Nm. 23:19; 1 S. 15:29; 2 Ti. 2:13; He. 6:18; Stg. 1:13, 17).
La “autoexistencia” (autosuficiencia o independencia) se refiere a que Dios no tiene origen. Él no fue creado y no depende de nada. La autoexistencia de Dios se expresa en el nombre Jehová. Dios es el YO SOY (Éx. 3:14). Juan declara que Dios existe por sí mismo: “Porque… el Padre tiene vida en sí mismo” (Jn. 5:26). La enseñanza de que Dios es independiente de todas las cosas, y que todas las cosas existen solamente a través de él, se encuentra en Salmos 94:8ss., Isaías 40:18ss. y Hechos 17:25. Véase también Romanos 11:33–34, Efesios 1:5 y Apocalipsis 4:11.
La “eternidad” de Dios señala que él no está limitado por el tiempo. Dios existe sin las restricciones de las categorías de tiempo o espacio. Moisés exaltó a Dios al entonar: “Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios” (Sal. 90:2; véanse Gn. 21:33; Is. 57:15; 1 Ti. 1:17).
La “inmutabilidad” se refiere a la inalterable naturaleza de Dios. Un ser perfecto no crece ni declina en ningún aspecto. Dios no cambia en relación con su ser, sus decretos, o respecto a sus obras. El profeta Malaquías lo declara en forma precisa: “Porque yo Jehová no cambio” (Mal. 3:6). Véase también Éxodo 3:14; Salmos 102:26–28; Isaías 41:4; Hebreos 1:11–12; 6:17; Santiago 1:17. En Dios, como perfección absoluta, no puede existir progreso ni deterioro.
Cuando se afirma que Dios es superior al espacio, o trascendente al espacio, o que no está limitado por el espacio, este atributo es llamado “inmensidad”. Cuando se dice que Dios está presente en todo lugar, este atributo es llamado “omnipresencia”. Aunque Dios es distinto de la creación y no debiera ser identificado con el mundo, no obstante él está presente en cada lugar de su creación. La omnipresencia de Dios es una enseñanza básica de la Biblia. El cielo y la tierra no pueden contener a Dios (1 R. 8:27; Is. 66:1; Hch. 7:48–49); sin embargo, se encuentra en ambos a la vez, porque es un Dios que está siempre presente (Sal. 139:7–10; Jer. 23:23–24; Hch. 17:27–28).
El conocimiento perfecto de Dios es llamado “omnisciencia”. Dios sabe todo lo que puede ser sabido. Su conocimiento es inclusivo y comprensivo. Se conoce a sí mismo y todo lo que procede de él. Sabe todo exactamente como sucede, en el pasado, presente y futuro. Conoce todas las relaciones existentes. Sabe lo que es real y lo que es posible. La omnisciencia de Dios es claramente revelada en las Escrituras. La sabiduría de Dios es perfecta (Job 37:16). Él conoce lo más profundo del corazón del ser humano (1 S. 16:7; 1 Cr. 28:9; Sal. 139:1–4; Jer. 17:10). Dios conoce la vida de las personas (Dt. 2:7; Job 23:10; 24:23; Sal. 1:6; 37:18). Dios conoce también los eventos contingentes (1 S. 23:10–12; 2 R. 13:19; Sal. 81:14–15; Is. 42:9; Ez. 3:6; Mt. 11:21).
La “omnipotencia”, o poder perfecto de Dios, significa que mediante el ejercicio de su voluntad, Dios puede realizar todo lo que está presente en su voluntad. La idea de la omnipotencia de Dios se expresa en el nombre El-Shaddai. La Biblia es enfática al hablar de Jehová Dios “el Todopoderoso” (Ap. 1:8; Job 9:12; Sal. 115:3; Jer. 32:17; Mt. 19:26; Lc. 1:37; Ro. 1:20; Ef. 1:19); Dios revela su poder en la creación (Is. 44:24; Ro. 4:17); a través de obras de providencia (He. 1:3) y en la redención de los pecadores (Ro. 1:16; 1 Co. 1:24). Sin embargo, el poder absoluto de Dios nunca puede separarse de sus perfecciones.
La Biblia no provee una definición de Dios. Lo más cercano a una definición se encuentra en las palabras de Cristo a la mujer samaritana: “Dios es Espíritu” (Jn. 4:24). “Al enseñar que Dios es Espíritu, la teología recalca que Dios posee un Ser sustancial, propio y distinto al del mundo, y que este Ser sustancial es inmaterial, invisible, y carece de composición o extensión” (Erickson, ed., The Living God, 347s.). Al aceptar que Dios es Espíritu se afirma que él no posee ninguna de las propiedades características de la materia, y que no puede ser discernido por los sentidos físicos. Pablo habla de Dios como el “Rey de los siglos, inmortal, invisible” (1 Ti. 1:17).
2 – Atributos morales o comunicables. Entre las perfecciones divinas que Dios puede impartir, en cierta medida, se encuentran la santidad, la verdad, la justicia, el amor, la gracia, la bondad y la fidelidad. Trataremos brevemente sobre algunas de ellas.
En el AT, la palabra “santidad” tiene tres significados: Gloria, separación o consagración y pureza (Éx. 29:43; Lv. 10:3; Is. 6:3; 10:17; 1 R. 8:10–11; Éx. 13:2; 28:41; Is. 40:25; Ez. 43:7–9). Aunque la santidad es, en cierto sentido, el atributo exclusivo de Dios, bajo condiciones señaladas por él puede ser impartida a personas, lugares y cosas. Wiley afirma que “el amor de Dios es, de hecho, el deseo de impartir la santidad; y este deseo se satisface solo cuando los seres que este busca se vuelven santos” (Wiley y Culbertson, Introducción a la teología cristiana, 120). En esencia, el amor de Dios es su deseo incesante y benevolente de otorgar sus mismas perfecciones al hombre hasta donde es posible.
La “verdad” como atributo de Dios significa que Dios no puede actuar en forma caprichosa, extravagante, engañosa, o indulgente. Todo acto y toda palabra de la revelación otorgada por Dios es una expresión de amor santo. La verdad como atributo de Dios indica que el análisis que Dios hace del hombre se basa en su conocimiento perfecto de lo que el hombre es y puede ser.
Dios es verdadero y fiel porque siempre actúa en armonía con su naturaleza. Sus propósitos no titubean y sus promesas no se invalidan. Pablo escribió a los corintios inconstantes: “Fiel es Dios” (1 Co. 10:13).
La “justicia” es la conformidad de Dios a la ley moral y espiritual que él ha revelado. En otras palabras, la justicia es la expresión invariable de la naturaleza de Dios y que está en completa armonía con su santidad. Para Brunner la justicia de Dios significa “la constancia de la voluntad de Dios respecto a su propósito y plan para Israel” (The Christian Doctrine of God, 275). Por tanto, la justicia “es simplemente la santidad de Dios expresada al confrontarse con el mundo creado” (Ibid., 278). Para Barth la justicia de Dios significa que, al iniciar y mantener la comunión con su creación, Dios “desea, expresa y establece lo que corresponde a su propia dignidad” (Church Dogmatics, 2:377).
El salmista cantó de la justicia de Dios (Sal. 19:9). Isaías anhelaba el momento cuando la justicia de Dios dominaría (Is. 11:5). Pablo escribió que la justicia era la gloria del evangelio (Ro. 1:17). Al final de la Biblia los ángeles testifican de la justicia de Dios: “Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas” (Ap. 16:5).
Ibid. en el mismo lugar
FUENTE: Donald S. Metz, «ATRIBUTOS DIVINOS», ed. Richard S. Taylor et al., trans. Eduardo Aparicio, José Pacheco, y Christian Sarmiento, Diccionario Teológico Beacon (Lenexa, KS: Casa Nazarena de Publicaciones, 2009), 70–73.