La palabra sangre se usa tanto en el AT como en el NT para referirse al fluido rojo que corre por las venas de los hombres y animales. También tiene usos metafóricos, como cuando se dice que la luna «se convertirá … en sangre (Joel 2:31). El uso más importante es el que denota una muerte por violencia, uso que es indubitable. En tiempos recientes ha surgido la idea de que la palabra «sangre» también se usa para denotar la vida que es liberada de la carne. De esta forma, se toma la sangre del sacrificio como si denotara la vida puesta en libertad para ser ofrecida a Dios. Según este concepto, entonces, el sacrificio de Cristo fue esencialmente el de la vida, una vida vivida en obediencia a su Padre. Por consiguiente, su muerte no sería la esencia del sacrificio, sino que sólo sería su ejemplo supremo. Obviamente, la evidencia debe examinarse con cuidado.
I. El AT emplea la palabra hebrea dām (= sangre) 362 veces. De éstas, 203 se refieren a muerte por violencia y 103 a sacrificios de sangre. Hay siete pasajes que conectan la vida con la sangre, con los cuales, quizá, deberíamos colocar también otros diecisiete que se refieren a comer carne con sangre. Los treinta y dos ejemplos restantes representan diversos usos que no son importantes para nuestro presente propósito.
Estadísticamente, la palabra está íntimamente ligada con la muerte (lo mismo que en nuestro idioma). La fuerza del argumento que quiere unir la vida con la sangre está en Lv. 17:11 y sus pasajes relacionados: «Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona». En forma similar Gn. 9:4 y Dt. 12:23 nos dicen que «la sangre es la vida».
Se afirma que estos pasajes indican que los hebreos pensaban que la vida residía de alguna forma en la sangre, por tanto, cuando se derramaba la sangre de un animal, su vida permanecía en la sangre. De esta forma, pues, se sostiene que el manejo ceremonial de la sangre en los sacrificios indica que se ofrece a Dios una vida pura. Es desafortunado que este proceso envuelva la muerte del animal, pero no hay otra forma en que los hombres puedan presentar la vida delante de Dios. (Algunos de los que sostienen esta teoría difieren en que piensan que la muerte es importante, para indicar las consecuencias penales del pecado, pero, enfatizan que lo verdaderamente significativo, no es la muerte, sino la representación de la vida.)
No hay evidencia que apoye este punto de vista. Se sostiene que es autoevidente por pasajes como los ya mencionados y por la reverencia tan generalizada que los pueblos primitivos tenían hacia la sangre. Este último debe ser descartado, ya que los hombres del AT estaban muy lejos de ser salvajes primitivos. En cuanto al primer argumento, los pasajes escriturales a los que se aluden pueden ser interpretados de una manera diferente. Existe una íntima conexión entre la vida y la sangre: cuando la sangre se derrama, la vida llega a su fin. La manipulación ceremonial que se hace de la sangre bien podría significar nada más que la presentación ritual de la evidencia que una muerte se ha llevado a cabo en obediencia al mandato del Señor.
La evidencia estadística está a favor del punto de vista que afirma que la sangre señala a la muerte. El término en la gran mayoría de los casos significa muerte. Los pasajes que la conectan con la vida son excepciones. También tenemos el concepto veterotestamentario que el pecado es algo muy serio, y que trae el castigo más severo. Esto se cristaliza en la sentencia: «el alma que pecare, ésta morirá» (Ez. 18–20). El derramamiento de sangre en el sacrificio se entiende mucho más naturalmente si se le conecta con este castigo. Por cierto, la mayor parte de los relatos sobre los sacrificios incluyen alguna mención de la muerte de la víctima, mientras que nada dicen de su vida. Nuevamente, hablar de la vida como si ésta continuara después de haber matado al animal sería pasar por alto la estrecha conexión que el pensamiento hebreo hacía entre el cuerpo y la vida (a tal grado que la vida del hombre después de la muerte se conecta con la resurreción del cuerpo, y no con la existencia continua de un alma inmortal). Cuando la expiación no se conecta con la sangre, jamás se lleva a cabo por medio de algo que simbolice la vida, aunque podría realizarse por medio de la muerte, así como cuando Finees mató a Zimri y a Cozbi (Nm. 25:13) o cuando David entregó a siete descendientes de Saúl para que fuesen ahorcados (2 S. 21:3ss.).
La evidencia del AT claramente muestra a la sangre como indicadora de la pena de muerte en el sacrificio, como en todas partes.
II. El NT usa la palabra haima noventa y ocho veces. Como en el caso del AT, el sentido más usual es el que indica una muerte violenta (totalmente aparte de las referencias a la sangre de Cristo), de lo cual contamos veintidós ejemplos (p. ej., Hch. 22:20). En doce ocasiones se hace referencia a la sangre de los animales sacrificados, y, si nuestras conclusiones del AT son válidas, éstas hacen referencia a la muerte. Hay otros usos diversos, y están también los importantes pasajes que se refieren a la sangre de Cristo.
Es imposible entender algunos de estos pasajes como si se estuviesen refiriendo a la vida. Así, Col. 1:20 se refiere a la «sangre de su cruz». Pues bien, la cruz no tenía nada que ver dentro del sistema de sacrificios, de manera que este texto sólo puede referirse a una muerte violenta. Nuevamente, Ro. 5:9 habla de ser «justificados por su sangre» y «por él seremos salvos de la ira», afirmaciones paralelas a «reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo» y «salvos por su vida» (v. 10). El contexto inmediato tiene varias referencias a la muerte, y ésta también parece ser la fuerza del término «sangre». Otros pasajes que también señalan claramente a la muerte de Cristo son Jn. 6:53ss. (note la separación de carne y sangre); Hch. 5:28; Ef. 2:13; 1 Jn. 5:6; Ap. 1:5; 19:13. Los pasajes que dicen que los hombres son redimidos por la sangre de Cristo (Hch. 20:28; Ef. 1:7, etc.) posiblemente apunten también en la misma dirección.
Hay algunos pasajes donde la sangre de Cristo es mencionada en una forma que da a entender que se hace alusión a los sacrificios (p. ej., Ro. 3:25 con su referencia a hilastērion; 1 P. 1:2 donde «rociados con la sangre» se refiere al sacrificio ritual). Pero ninguno de estos pasajes p 558 estorba nuestra conclusión que cuando el AT menciona la sangre del los sacrificios es para llamar nuestra atención a la muerte, y algunos la confirman. Es así que Heb. 9:14s., se refiere en forma bien clara a la sangre sacrificial, pero se hace mención específica a la «muerte» como un hecho consumado. De este modo, en Heb. 12:24 se contrasta la sangre de Cristo con la de Abel. En ambos casos es la muerte la que claramente se tiene en mente.
Por tanto, el testimonio de la Escritura es claro. Sólo tomando pasajes aislados, e interpretándolos, insistiendo en uno de sus posibles significados es que podemos defender la idea de que la sangre se refiere a la vida. Cuando se examina toda la evidencia como una unidad, no puede haber ninguna duda. La sangre señala, no a una vida que es indultada, sino a una vida entregada a la muerte.
BIBLIOGRAFÍA
Arndt; BDB; J. Behm en TWNT; F.J. Taylor en RTWB; H.C. Trumbull, The Blood Covenant; S.C. Gayford, Sacrifice and Priesthood; A.M. Stibbs, The Meaning of the Word “Blood” in Scripture; Leon Morris, The Apostolic Preaching of the Cross, chap. 3.
Leon Morris, «SANGRE», ed. Everett F. Harrison, Geoffrey W. Bromiley, y Carl F. H. Henry, Diccionario de Teología (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2006), 556–558.