Este salmo es una introducción muy adecuada del salterio, porque resume los dos caminos que están frente a la humanidad, el camino del justo y el del impío. Puede clasificarse como un salmo sapiencial, porque hace hincapié en esas dos alternativas de vida, usa símiles, y anuncia la bendición y la centralidad de la ley para tener una vida plena. Las características dominantes de este salmo vuelven a aparecer una y otra vez a través de toda la colección.
El pasaje describe a un hombre bienaventurado que lleva una vida intachable y próspera obedeciendo la palabra del Señor, y lo contrasta con los malos, los cuales perecerán.
A. El hombre bienaventurado (1:1–3)
1:1. Haciendo uso de tres trilogías de expresiones, el salmista describe la vida del hombre bienaventurado diciendo: no anduvo …, ni estuvo …, ni … se ha sentado …, en consejo, camino, o silla de malos (impíos), pecadores y escarnecedores (burladores). Con cada unidad paralela, la expresión se hace más intensa. Esto indica una progresión que va desde una influencia casual de los malos hasta llegar a la participación activa con ellos en su burla contra los justos. Aquel que no se caracteriza por esa clase de influencias, es “bienaventurado”, i.e., está en buenos términos con Dios y disfruta de la paz espiritual y alegría que proceden de esa relación.
1:2. Un justo no se deja influenciar por los impíos, sino por la meditación en la ley de Jehová. Esa meditación necesariamente incluye el estudio y la memorización, lo cual sólo es posible si existe el deseo de hacerlo, que aquí se describe como su delicia. Los salmistas encontraban dirección, no aburrimiento, en la ley divina.
1:3. Hay prosperidad para todos aquellos que se deleitan en vivir conforme a la palabra de Dios. Usando la imagen de un árbol fructífero, el salmista declaró que todo lo que hace ese hombre, prosperará (cf. 92:12–14). Pero se deben notar dos condiciones. Primera, el fruto, i.e., la prosperidad, se produce en su tiempo y no inmediatamente después de plantar. Segundo, todo lo que esa persona justa hace, está controlado por la ley de Dios (1:2). Así que si una persona medita en la palabra de Dios, sus acciones serán justas, y sus actividades controladas por el Señor también prosperarán, i.e., tendrán un cumplimiento dirigido divinamente.
B. Los malos (1:4)
1:4. Hay un contraste enorme entre una persona bienaventurada (v. 1) y una mala. La palabra hebr. rāšā‘ con frecuencia se trad. malos (cf. vv. 1, 5–6), pero el problema es que ese término puede denotar extrema maldad. Los que se describen con rāšā‘ no tienen una relación pactal con Dios; viven siguiendo sus pasiones, y por lo tanto, no son justos. Puede que hagan toda clase de obras caritativas, pero la evaluación que Dios hace de ellos es que no tienen mérito eterno.
El salmista los compara con el tamo, la cascarilla sin valor que arrebata el viento durante el proceso de aventar y limpiar el grano. Ese es el contraste con la persona fructífera (cf. v. 3), valiosa y justa.
C. El juicio (1:5–6)
1:5. Con base en el contraste entre los piadosos y los malos, el salmista dice que en el día del juicio, Dios va a separar a los pecadores de los justos. Estos últimos son aquellos que están relacionados con Dios por medio del pacto, que viven por su palabra, que realizan obras de valor eterno. Dios va a dividir a los justos de los pecadores, así como un agricultor separa el trigo de la cizaña.
1:6. El fundamento del juicio es el conocimiento que Dios tiene de la gente. La primera parte del v. donde dice que Jehová conoce, i.e., que observa el camino de los justos, se entiende mejor con el paralelismo antitético que sigue: mas la senda de los malos perecerá. La salvación en el día del juicio se equipara con ser conocido por el Señor (cf. Mt. 7:23). En Salmos 1:6 se contrasta “el camino de los justos” con “la senda de los malos”. “El camino” significa toda la manera de vivir de alguien, incluyendo lo que la dirige y lo que produce. Por eso, la vida fútil de los impíos no perdurará.
John F. Walvoord y Roy B. Zuck, El conocimiento bíblico, un comentario expositivo: Antiguo Testamento, tomo 4: Job-Cantar de los Cantares (Puebla, México: Ediciones Las Américas, A.C., 2000), 111–112.