Dos raíces veterotestamentarias apuntan a una perfección ética o religiosa: šlm, tmm. Ambas implican un estado completo, íntegro, entero. Véase Dt. 25:15; 27:6 para el sentido literal de šālēm y Lv. 3:9; 23:15 para tāmîm.
En la evaluación de la integridad espiritual de los gobernantes en Reyes y Crónicas, šālēm aparece frecuentemente, p. ej. 1 R. 11:4; 15:3 «y no fue su corazón perfecto con Jehová su Dios …». La palabra šālēm significa «integridad de vida moral e intelectual» (lo mismo que los derivados de tmm) y el que se restrinja su uso a tales pasajes, cuando se usa éticamente, sugiere que esta palabra tiene el pacto como trasfondo. Los reyes estaban bajo la obligación especial de cumplir los términos del pacto davídico y guardar las normas davídicas de devoción piadosa (cf. 2 S. 7:12ss.; 1 R. 11:4).
En contraste, tāmîm y los afines tām, tōm, tummāh aparecen sin una referencia al pacto, especialmente en Job (1:1, 8; 2:3; 8:20, etc.) y los Salmos (37:37; 64:4; 101:2, etc.). Las descripciones de la excelencia de Job son instructivas porque ellas definen su perfección como temor de Dios y evitar el mal (Job 1:1, 8, etc.). La perfección en el AT es mantener una correcta relación con Dios, norma y juez de la perfección, cuyos caminos son perfectos (Dt. 32:4; Sal. 18:30).
En el NT se traducen varias palabras por «perfecto». El cristiano artios (2 Ti. 3:17) se describe como exērtismenos «enteramente equipado». Es perfecto en el sentido que tiene el equipo espiritual necesario y lo usa apropiadamente. Un creyente holoklēros no carece de nada que contribuya a su perfección (Stg. 1:4); es completo, sólido en todos los sentidos (1 Ts. 5:23).
Katartidsō y los vocablos afines significan «poner en una condición apropiada» a través del equipamiento o entrenamiento. Algunas veces subyace la idea de desarrollo como en 2 Corintios 13:9 (katartisis) y 13:11, donde la voz pasiva significa «enderezar la senda». (Cf. Heb. 13:21, equipar; 1 P. 5:10).
Teleios y sus derivados significan perfecto en el sentido de que el propósito deseado (telos) es alcanzado. Dios, quien es el único perfecto, es la regla de perfección (Mt. 5:48, donde el contexto se refiere al amor por los enemigos). Cuando se usa en relación con los creyentes, teleios tiene un significado relativo aparentemente. La perfección absoluta no está implicada, porque el Cristo sin pecado fue perfeccionado a través del sufrimiento (Heb. 2:10; 5:9). Pablo, aunque exhorta a sus lectores a la madurez (cf. Ef. 4:13; Col. 1:28; 4:12) y da por sentado que muchos son maduros (Fil. 3:15), niega que él hubiera alcanzado la perfección absoluta (Fil. 3:12; cf. 1 Jn. 1:8–2:1).
p 469 El sacrificio de Cristo es la base de la perfección (Heb. 10:14). Su justicia imputada es la garantía de la santificación final (2 Co. 5:21; Col. 1:22). Firmeza en la prueba (Stg. 1:4), sensibilidad a la voluntad de Dios (Col. 4:12), dependencia del Espíritu (Gá. 3:3), seguridad y respuesta al amor perfecto de Dios (1 Jn. 4:17, 18): estas cosas se encuentran entre las actitudes que ayudan en la búsqueda de la perfección, la cual culmina con la venida de Cristo (Fil. 1:6) o con la muerte, cuando el creyente se una «a los espíritus de los justos hechos perfectos» (Heb. 12:23) y llegue a ser como Cristo (1 Jn. 3:2).
Esta información escritural ha sugerido diferentes interpretaciones. Las tradiciones luteranas y reformadas rechazan cualquier idea de una perfección terrena absoluta. El veredicto del Catecismo de Heidelberg representa la posición típica al afirmar que nuestras mejores obras son imperfectas y están contaminadas por el pecado.
Los reformados definieron la santificación como el proceso de toda la vida en el cual el Espíritu graciosamente mortifica las tendencias pecaminosas y lleva a la madurez las disposiciones santas implantadas en el creyente mediante la regeneración. Este proceso es perfeccionado solamente cuando el creyente es trasladado a la presencia de Dios.
En contraste, Juan Wesley y sus seguidores mantuvieron la posibilidad de la santificación perfecta, aunque resistiendo la idea de la ausencia de pecado. La diferencia entre las dos posiciones se encuentra en la definición de pecado: Wesley hace una diferencia entre errar y transgredir voluntariamente la ley de Dios que uno ya conoce. La posición reformada entiende como pecado cualquier transgresión a la ley de Dios, sea intencional o no.
Para Wesley, la perfección era un proceso instantáneo que seguía a la justificación aunque el creyente no percibiera el momento exacto. No es infalibilidad sino salvación del pecado, y se manifiesta mejor en la pureza de la intención y en el amor perfecto por Dios y el hombre. Los teólogos reformados responden que el amor perfecto de Wesley es una ficción: el amor cristiano más ardiente no puede escapar de los lazos del pecado. B.B. Warfield analiza histórica y críticamente los principios pelagianos y arminianos en el perfeccionismo de diversas figuras tales como Albrecht Ritschl, Charles Finney y Charles G. Trumbull. El punto de vista wesleyano aún persiste dentro de los llamados movimientos de «santidad» y entre algunos teólogos metodistas como Vincent Taylor, quien negando la perfección sin pecado mantiene que la comunión con Dios expresada en el amor perfecto es el ideal de santificación. Con algunas modificaciones la posición reformada continúa en las obras de Karl Barth y Reinhold Niebuhr.
Bibliografía:
David A. Hubbard, «PERFECTO, PERFECCIÓN», ed. Everett F. Harrison, Geoffrey W. Bromiley, y Carl F. H. Henry, Diccionario de Teología (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2006), 468–469.