LLAMADA A SER UNA MENSAJERA (3)

Días difíciles desafiaron a los creyentes adventistas en Portland, Maine, tras el Gran Chasco del 22 de octubre de 1844. Algunos se aferraban a la esperanza de que el error implicaba una falla de cálculo de sólo unos pocos días, y vivían en constante expectativa. Creían que Jesús vendría casi en cualquier momento y que el tiempo de gracia había terminado. Pero cuando los días se convirtieron en semanas y Jesús no venía, su fe comenzó a vacilar. MV 26.1

“¿Por qué, oh, por qué sufrimos este chasco?”, clamaban sus corazones. Habían confiado en que Dios los había estado dirigiendo mientras estudiaban, trabajaban y oraban. ¿Cómo podían estar equivocados en cuanto a la validez de la fecha de 1844? MV 26.2
Para el mes de diciembre la mayoría de los creyentes en el área de Portland habían abandonado su confianza en la interpretación de Miller. Cada día que pasaba reforzaba la convicción de que en el 22 de octubre no había ocurrido nada de importancia profética. MV 26.3

Nada podría haber sido más oportuno y mejor calculado para animar los espíritus de los consagrados creyentes que la visión dada a Elena Harmon en diciembre en el hogar de los Haines. Esto presentaba un cuadro enteramente diferente. Dios había conducido a su pueblo. La luz que brillaba detrás de ellos a lo largo de todo el sendero era el clamor de medianoche. La visión revelaba que ellos estaban al comienzo del sendero en vez de hallarse al fin del mismo. Si confiaban en la luz y mantenían sus ojos fijos en Jesús, entrarían a salvo en su recompensa. MV 26.4

Alrededor de una semana más tarde Elena recibió una segunda visión. La visión la perturbó mucho porque en ella se le ordenaba que fuese donde estaba la gente y presentase las verdades que Dios le había revelado. Su salud era pobre; sufría de constantes dolores en su cuerpo; la tuberculosis hacía estragos en sus pulmones; y en toda forma parecía que estaba “marcada para la tumba”. Su familia no tenía dinero; era a mediados de invierno en Maine; ella era tímida, y alber-gaba serias dudas en cuanto a viajar y presentarse ante la gente con la afirmación de que había tenido visiones. MV 26.5

Durante varios días y hasta bien entrada la noche Elena oraba para que Dios le quitara la carga y la colocase sobre alguien más capaz de llevarla. Pero constantemente resonaban en sus oídos las palabras del ángel: “Comunica a los demás lo que te he revelado” (NB, p. 76). MV 26.6

La primera narración de la visión en el hogar de sus padres en Portland apa rentemente ocurrió pocos días después de la visión misma, que ella más tarde indicó con precisión que tuvo lugar en diciembre de 1844. ¡Qué alivio trajo el mensaje a los adventistas en Portland! Conocían a su familia. Habían oído que ella había recibido una visión, y cuando la oyeron de sus propios labios aceptaron lo que ella les dijo como un mensaje de Dios. Satisfacía una necesidad en la experiencia de ellos. De acuerdo a Jaime White, alrededor de 60 personas pertenecientes al grupo adventista en Portland aceptaron la visión y por medio de ella recuperaron su confianza en el cumplimiento de la profecía concerniente al 22 de octubre de 1844 (WLF, p. 22). MV 26.7

Pero a ella le parecía que la tarea de viajar y compartir la visión era imposible de cumplir y que estaba condenada al fracaso. Oh, ¡cuán bienvenida le habría sido la muerte, porque la habría liberado de las responsabilidades que la estaban abrumando! Habló con su padre sobre sus perplejidades. É le aseguró repetidamente que si Dios la había llamado a un ministerio público, no la defraudaría. Pero a Elena le parecía imposible someterse a la orden celestial. MV 27.1

Pronto la abandonó la paz de Dios que había disfrutado. Incluso ella se negó a asistir a las reuniones celebradas en su casa. Pero una noche se la persuadió a que asistiese. En esa reunión John Pearson la animó a rendir su voluntad a la voluntad de Dios. En su angustia no podía reunir suficiente valor como para poner en acción su propia voluntad. Pero ahora su corazón se unió a las peticiones de sus amigos. Más tarde ella recordó lo sucedido: MV 27.2

Mientras se oraba por mí para que el Señor me diese fortaleza y valentía para difundir el mensaje, se disipó la espesa oscuridad que me había rodeado y me iluminó una luz repentina. Una especie de bola de fuego me dio sobre el corazón, y caí desfallecida al suelo. Me pareció entonces hallarme en presencia de los ángeles, y uno de estos santos seres repetía las palabras: “Comunica a los demás lo que te he revelado” (NB, p. 78). MV 27.3

Cuando Elena recuperó el conocimiento, el pastor Pearson, quien a causa del reumatismo no podía arrodillarse, se puso de pie y declaró: MV 27.4
He visto algo como jamás esperaba ver. Una bola de fuego descendió del cielo e hirió a la Hna. Elena Harmon en medio del corazón. ¡Lo he visto! ¡Lo he visto! Nunca podré olvidarlo. Esto ha transformado todo mi ser. Hna. Elena, tenga ánimo en el Señor. Desde esta noche yo no volveré a dudar (Ibíd.). MV 27.5

TEMOR DE ENGREÍRSE

Una razón por la cual Elena rehuía la penosa prueba era porque recordaba la experiencia de algunos que se habían enorgullecido después que Dios les había confiado grandes responsabilidades. Estando en visión ella discutió esto con el ángel. “Si debo ir y relatar lo que tú me has mostrado —suplicó—, pre sérvame de caer en una exaltación indebida”. El ángel replicó: MV 27.6

“Tus oraciones han sido oídas y tendrán respuesta. Si te amenaza el mal que temes, extenderá Dios su mano para salvarte. Por medio de la aflicción, te atraerá a sí y conservará tu humildad. MV 28.1

“Comunica fielmente el mensaje. Persevera hasta el fin y comerás del fruto del árbol de vida y beberás del agua de vida” (Id. , p. 79). MV 28.2

Con esta seguridad, Elena se encomendó al Señor, lista para cumplir sus órdenes, cualesquiera fuesen éstas o cualquiera pudiera ser el costo. MV 28.3

La Providencia abrió rápidamente el camino para que Elena comenzara su trabajo. Un día a fines de enero de 1845, su cuñado, Samuel Foss, de Poland, Maine, pasó por la casa y le dijo que Mary estaba ansiosa de que ella fuese y la visitase. MV 28.4

“Pensé que ésta era una oportunidad que venía del Señor”, escribió más tarde Elena (Carta 37, 1890). Decidió ir con él. Con el frío intenso y a pesar de una salud débil, ella hizo el viaje de 50 kilómetros (30 millas) con su cuñado, acurrucada en el fondo del trineo con una piel de búfalo sobre su cabeza. Cuando llegó a Poland, se enteró de que pronto habría una reunión de los adventistas en la pequeña capilla en McGuire’s Hill. Mary invitó a Elena a asistir. Ella consintió y en la reunión se levantó para relatar lo que Dios le había mostrado en visión. Durante cinco minutos habló apenas en un susurro, luego su voz se aclaró y le habló a la audiencia por casi dos horas. Ésta fue la primera vez que relató su visión fuera de Portland. Ella informó: “En esta reunión el poder del Señor vino sobre mí y sobre la gente” (1LS, p. 196). MV 28.5

Antes de continuar con nuestro relato, debiéramos repasar un poco de historia. Durante los meses que condujeron al 22 de octubre de 1844, los creyentes estaban absolutamente unidos en su confianza de que Jesús vendría en el día señalado. Pero cuando las semanas se convirtieron en meses, una cuña comenzó a separar a los adventistas. Enseñanzas y acciones fanáticas de parte de algunos dividieron al pequeño grupo que se aferraba a su confianza de que la profecía se había cumplido el 22 de octubre. Unos pocos, siguiendo lo que interpretaban que eran los mandatos de la Palabra de Dios, pero que carecían de equilibrio y de una comprensión verdadera de lo que significa seguir a Cristo, se vieron involucrados en un fanatismo extraño y a veces alocado. MV 28.6

Sin embargo, un grupo pequeño, habiéndose desvinculado de los credos y la disciplina de la iglesia, mantuvieron su propósito de encontrar su guía sólo en la Palabra de Dios. Esperaron pacientemente el amanecer, para que pudiesen obtener una comprensión correcta de su posición y de su trabajo. Estos llegaron a ser los antepasados espirituales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. MV 28.7

Elena Harmon, de 17 años, fue colocada en esta escena. Comenzó su trabajo animando a los creyentes y contendiendo con el fanatismo, una obra que iba a continuar durante el próximo año o dos. MV 28.8

Después Je unos pocos días en Poland en la casa de su hermana, Elena regresó otra vez a Portland, convencida de que debía seguir las indicaciones de la voluntad de Dios. Había prometido ir si el Señor abría el camino, y ahora fue invitada por William Jordán y su hermana, Sarah, a viajar con ellos a la parte del este de Maine. “Me sentí urgida a ir con ellos —escribió— y relatar mis visiones” (2SG, p. 38). Los Jordán viajarían en trineo 160 kilómetros (100 millas) a Orrington, sobre el río Penobscot. MV 29.1

El Sr. Jordán tenía un caballo que pertenecía a un joven ministro adventista, Jaime White. Como él tenía asuntos que lo llevarían a ciertas partes al este de Maine, decidió devolver el caballo e invitar a la Srta. Harmon a que los acompañase para que pudiese dar su testimonio en un círculo más amplio. Poco se imaginaba Elena lo que le esperaba. Ahora había adoptado una actitud de total confianza en Dios. No le preocupaban los recursos financieros para su viaje. Tampoco sabía precisamente a dónde la llevaría su itinerario. En cuanto al mensaje que podría presentar, dependería totalmente de Dios. MV 29.2

En Orrington el Sr. Jordan entregó el caballo a Jaime White, Allí Elena encontró al joven pero ferviente ministro adventista, firme en su confianza en el cumplimiento de la profecía. MV 29.3

Jaime se había enterado acerca de Elena en un viaje anterior a Portland, y estaba contento de que ella había venido y que él tendría la oportunidad de oírle relatar sus visiones. Cuando ella se levantó para hablar, Jaime observó cada detalle de su rostro, de su vestimenta y de su manera de actuar. Ella parecía tan joven, tan tímida, tan humilde que él se sorprendió que tuviese el valor de hablar a este grupo de personas. Conocía bien la naturaleza de algunos de los que estaban en la audiencia. Cuando ella comenzó a hablar, su voz era débil, apenas más que un susurro. Ella vaciló un poco, y parecía que no podría continuar. Pero después de unos pocos minutos su voz se volvió clara y fuerte. Parecía perfectamente tranquila, y toda vacilación y turbación habían desaparecido. Su mensaje fue de fe sencilla y de aliento. MV 29.4

Después de esta visita en Orrington, Elena dio su testimonio en el este de Maine por varios meses, viajando día y noche y hablando casi cada día hasta que hubo visitado la mayoría de los grupos adventistas en Maine y en la parte del este de New Hampshire. Jaime White la acompañaba y también una dama que iba con ella en los viajes. MV 29.5

Su mensaje siempre tenía la presencia del Espíritu Santo, y doquiera se lo recibía como procedente del Señor, conmovía los corazones, fortalecía a los débiles yanimaba a los creyentes a mantenerse firmes en la fe. MV 29.6

 

Fuente:

Elena de White: Mujer de visión, 26-29

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