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LA PERSONA DEL ESPÍRITU SANTO – 2

BENDICIONES QUE TRAE EL ESPÍRITU SANTO

La noche previa a la muerte de Jesús, estaba consolando y fortaleciendo a sus discípulos por su ida de la tierra al cielo. Él dijo: “No os dejaré huérfanos [solitarios – desconsolados]; vendré a vosotros” (Juan 14:18). Esto es como lo haría. “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador [ayudante, intercesor], para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16). Este Ayudante era el Espíritu Santo. Sería como Jesús y ocuparía su lugar de señorío o liderazgo con los discípulos. He aquí algunas bendiciones que concede a los seguidores de Cristo.

A. Hace posible que el cristiano produzca fruto de justicia. En Gálatas 5:22–23, a estas gracias se les llama “el fruto del Espíritu”. Son el fruto espiritual que el Espíritu hace crecer en la vida de uno como cristiano. Amor en nuestros corazones es obra del Espíritu Santo (Romanos 5:5). Solos no podemos desarrollar estas características. Pero cuando de veras deseamos estas gracias, el Espíritu Santo suministra el poder para lograrlas (cf. Efesios 3:14–19).

B. Otorga poder para ayudar al cristiano a vencer el pecado. “… mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13b). En la primera parte de este versículo Pablo asentó que “porque si vivís conforme a la carne, estáis en camino a la muerte” (Romanos 8:13a, Moffat). El cristiano se encuentra en una lucha de vida o muerte contra el pecado. Si gana el pecado entonces su fin es muerte: “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Si el cristiano tiene que vivir, entonces el pecado debe morir en su vida. La cuestión es “matar o ser muerto”. En esta lucha el Espíritu Santo se une al cristiano para hacerle posible que gane. Esto se hace por un acto de voluntad y con la ayuda del Espíritu Santo. Nosotros nos formamos el propósito o la determinación de vencer el pecado, y el Espíritu otorga el poder para hacerlo (Efesios 3:16). La victoria se alcanza por un esfuerzo conjunto del cristiano y el Espíritu Santo. ¡Qué bendición es ésta! Pablo se regocijó: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2a a Timoteo 1:7).

C. Sella al cristiano. “…habiendo creído en él [Cristo], fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa [‘como promesa’]” (Efesios 1:13). En la antigüedad existió una gran variedad de sellos. Un sello era un utensilio de metal o caucho que traía grabado figuras, divisas, cifras, nombre o palabras hechos de tal manera que se pudiese estampar una impresión sobre una esencia suave como arcilla o cera. Al endurecerse la cera o la arcilla, quedaba permanentemente la impresión del sello. El sello se usó con diversos motivos. Los dos principales fueron:

1. Como signo de autenticidad y autoridad en cartas, mandatos reales y documentos semejantes (1o de Reyes 21:8; Ester 3:12; 8:10). Hoy en día los sellos se usan en documentos de autoridades gubernamentales, en certificados o títulos, etcétera, para probar que son legítimos y auténticos. Pablo usó la palabra “sello” para calificar a sus convertidos en Corinto. “Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor” (1a a los Corintios 9:2). Eran la prueba o vindicación de su apostolado. La presencia del Espíritu Santo en la vida del individuo es la evidencia de su aprobación y aceptación ante Dios. Él ha sido autenticado con el sello de Dios. Pablo dijo: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ‘¡Abba, Padre!’ ” (Gálatas 4:6).

2. Como señal de propiedad. Hoy, así como entonces, los hombres estampan sus productos con un sello o marca de propiedad. El ranchero reconoce a su ganado por la marca del hierro en ellos. Dios reconoce su propiedad por la marca de su hierro: el Espíritu Santo. “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: ‘Conoce el Señor a los que son suyos’ ” (2a a Timoteo 2:19). Los hombres hierran animales, marcan cosas o las sellan porque son de valor para ellos y no quieren perderlos o no quieren que se las roben. Los creyentes son preciosos para Dios, pues fueron comprados con la sangre de su amado Hijo. Él les ha puesto su sello de aprobación y propiedad: el Espíritu. Pablo escribió: “… Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9).

D. Intercede por el cristiano y suministra poder para la oración. “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8:26–27; cf. Efesios 6:18; Judas versículo 20).

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Todos queremos orar eficazmente, pero a menudo tenemos dificultad. Somos débiles en la oración. Muchas veces no sabemos cómo y por qué orar. Pablo describe hermosamente al Espíritu Santo situándose a nuestro lado en el preciso momento de nuestra debilidad para suministrarnos el poder que necesitamos. ¿De qué manera nos ayuda?

¿No sería la ayuda otorgada al cristiano para hacerle posible que formule inteligentemente sus peticiones al Padre a través del Hijo? Bajo el encierro de la tristeza, el dolor o la decepción, no nos brotan más que sollozos, gemidos y suspiros incapaces de expresar algo en la oración. El Espíritu Santo hace su trabajo intercesor con estos gemidos y sollozos indecibles. Descifra las necesidades más profundas del corazón humano-él conoce el corazón del Padre. Los sollozos y gemidos del cristiano se hacen inteligibles por el Espíritu – el Espíritu Santo ayuda a hacer de mucho significado la comunicación con Dios por medio de su Hijo.[1]

Roy Key, en su discurso, “El Espíritu y la Vida de Oración”, escribe:

Dios no escucha simplemente o hasta principalmente nuestras palabras. Nos escucha a nosotros, a nuestros gemidos y suspiros más profundos, al hambre y ansiedad de nuestro corazón, al clamor de nuestras células nerviosas y a la médula de nuestros huesos. La realidad es que somos nosotros (no nuestras palabras) nuestra verdadera oración, y a veces nuestro anhelo más profundo de ningún modo es lo que nuestras palabras están diciendo.[2]

E. Mantiene en esperanza al cristiano. “Pues nosotros por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de la justicia” (Gálatas 5:5). Tal esperanza incluye el regreso de Cristo, la resurrección corporal y la eternidad con Dios. Estas cosas son prometidas al cristiano debido a la justicia que le trajo el Evangelio. El Espíritu nos mantiene en esperanza.

En otra referencia al Espíritu se le llama “las arras de nuestra herencia” (Efesios 1:14); en la Nueva Versión Internacional tiene “garantiza nuestra herencia” como un depósito. Pablo menciona “las primicias del Espíritu” (Romanos 8:23). La palabra “arras” significa “prenda”, “fianza”, “pago inicial” o “enganche” de nuestra herencia eterna. El Espíritu Santo ha sido dado al cristiano como una anticipación de la dicha por venir. Como el dinero del enganche, es la prenda de Dios que Él nos dará en garantía de todas las riquezas que su amante corazón ha provisto. El Espíritu nos ayuda a mantenernos fieles hasta que esta “esperanza bienaventurada” se haga realidad.

F. Su presencia asegura la resurrección del creyente. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:11; cf. 1a a los Corintios 6:14). Si morimos en Cristo, Dios por el Espíritu nos levantará del sepulcro para vestirnos del nuevo cuerpo que Él ha preparado (2a a los Corintios 5:1–2).

¡Cuán múltiples o variadas bendiciones trae el Espíritu al creyente! Cuando el hombre está perdido en el pecado, el Espíritu lo convence de pecado y lo lleva a Cristo para perdonarlo. Entonces el Espíritu viene a vivir en el cristiano para ser su “Paráclito” o Ayudante para que viva fielmente hasta la muerte (Apocalipsis 2:10). El creyente está entonces seguro de su salvación y de la vida eterna con Dios por el Espíritu que mora en él. ¿Qué más podría hacer el Espíritu para asegurar nuestra salvación? ¡Gracias a Dios que nos da su Espíritu!

INUESTRA OBLIGACIÓN Y RESPUESTA A LA MORADA DEL ESPÍRITU

Con todas estas bendiciones allí, el hombre tiene su responsabilidad. Algunas de estas obligaciones son:

A. No debemos contristar al Espíritu. “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30). El contexto de este versículo indica que el Espíritu es contristado por palabras corrompidas, la mentira, el robo, la malicia, la ira y el rencor, es decir, no perdonar. Siendo el templo de Dios en la tierra (1a a los Corintios 3:16; 6:19; Efesios 2:19–22), debemos conducirnos como es digno de este honorable Huésped celestial. ¡No podemos darnos el lujo de que él nos abandone!

B. No debemos apagar al Espíritu. “No apaguéis al Espíritu” (1a a los Tesalonicenses 5:19).

La palabra “apagar” sugiere un fuego ahogado [asfixiado, reprimido] – por lo tanto, el Espíritu Santo no es un objeto inanimado sino una persona. Es fácil recordar la reacción de un ser amado que se desanima por una actitud que se opone. El fuego del entusiasmo se ahoga con una reacción o respuesta fría. Precisamente así es con el Espíritu de Dios. Él quiere llenar nuestras vidas de todo su bendito fruto; cuando nos negamos a decidir a su favor, su poder y su presencia dentro de nosotros se apagan o se ahogan.[3]

Tal como el fuego se puede ahogar con tanto material no combustible, de la misma manera se puede apagar el celo del cristiano y obstaculizada la obra del Espíritu por las preocupaciones y ansiedades de este mundo. El fuego también se acaba por falta de combustible. El Espíritu Santo puede persuadirnos por Su Palabra a hacer muchas cosas, pero si nos negamos o las descuidamos hemos frustrado la obra del Espíritu en nuestras vidas.

C. Debemos andar por el Espíritu. En lugar de contristar o apagar al Espíritu, el Nuevo Testamento nos insta a que andemos por el Espíritu. “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:25). La Nueva Versión Internacional dice: “andemos guiados por el Espíritu”.

Pablo hace distinción entre vivir y andar por el Espíritu. “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:25). Andar por el Espíritu es una vida espiritual más avanzada que vivir por el Espíritu; porque no sólo significa vivir por el Espíritu sino ser conducido, guiado, fortalecido y ayudado en todas las cosas dichas y hechas día tras día. Tal vida llega a ser un verdadero poder de Dios en la iglesia y en la comunidad. Todas las capacidades o el ingenio, el tiempo, el dinero y las aptitudes, posiciones y habilidades [destrezas] del individuo se pueden usar para la gloria de Cristo, porque todas estas cosas están puestas y usadas por su Espíritu. Sólo por una total sumisión y dedicación podemos alcanzar esa experiencia suprema de “andar por el Espíritu”.[4]


[1]Don DeWelt, The Power of the Holy Spirit, Vol. I (Joplin: College Press, 1963), p. 29.

[2]Carl Ketcherside, ed., The Holy Spirit in Our Lives Today, p. 48.

[3]DeWelt, The Power of The Holy Spirit, p. 32.

[4]Fite, Did You Receive the Holy Spirit?

FUENTE: Denver Sizemore, Lecciones de Doctrina Bíblica, vol. 2 (Joplin, MO: Literatura Alcanzando a Todo el Mundo, 2003), 54–59. Editorial Northwestern, 2001), 31–47.

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