1844 Y EVENTOS SUBSIGUIENTES
Durante las últimas pocas semanas que culminaron en el 21 de abril de 1844 —la fecha que se pensó primeramente que marcaba el fin de la profecía de los 2.300 días— se intensificaron los preparativos para el advenimiento glorioso de Cristo. Los ricos y los pobres, los encumbrados y los humildes, los ministros y los laicos, se agolparon en el Salón Beethoven de Portland para oír las últimas exhortaciones al arrepentimiento. Elena de White recordó más tarde la unidad y la paz que prevalecían entre esos sinceros creyentes en su círculo de amigos y en su familia: MV 19.4
Con temblorosa cautela nos acercábamos al tiempo en que se esperaba la aparición de nuestro Salvador. Todos los adventistas procurábamos con solemne fervor purificar nuestra vida y así estar preparados para ir a su encuentro cuando viniese… MV 19.5
Durante algunas semanas, la mayor parte de los fieles abandonaron los negocios mundanales. Todos examinábamos los pensamientos de nuestra mente y las emociones de nuestro corazón, como si estuviéramos en el lecho de muerte… No confeccionábamos “mantos de ascensión” para el gran acontecimiento; sentíamos la necesidad de la evidencia interna de que estuviéramos preparados para ir al encuentro de Cristo… MV 19.6
Pero pasó el tiempo de la expectación… Grande fue la desilusión del expectante pueblo de Dios” (Id., pp. 60-63). MV 20.1
Aunque perplejos y chasqueados, no renunciaron a su fe. Dijo Elena: MV 20.2
Creíamos plenamente que Dios, en su sabiduría, dispuso que enfrentásemos un chasco, el cual tenía el propósito deliberado de revelar los corazones y desarrollar el verdadero carácter de aquellos que habían profesado aguardar y regocijarse en la venida del Señor (1LS, p. 186). MV 20.3
Su confianza parecía bien fundada, porque aun los eruditos que no estaban convencidos del próximo advenimiento de Cristo no veían la menor falla en el cómputo de la profecía. Los creyentes habían proclamado ardientemente lo que ellos entendían que era el mensaje del primer ángel de Apocalipsis: “La hora de su juicio ha llegado” (Apoc. 14:7). La Biblia contenía numerosas profecías concernientes al segundo advenimiento de Cristo, la más importante de las cuales había sido dada por Jesús mismo: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2-3). MV 20.4
Algunas de estas promesas parecían ligadas al juicio. La profecía de Daniel 8:14 era básica: “Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado”. Pensaban que esta tierra era el santuario y que sería purificada por fuego en la segunda venida de Cristo. MV 20.5
Cuando pasó el 21 de abril de 1844 y Jesús no vino, los creyentes examinaron y volvieron a examinar las bases de su cómputo. MV 20.6
Nuestro cómputo del tiempo profético era tan claro y sencillo, que hasta los niños podían comprenderlo. A contar desde la fecha del edicto del rey de Persia, registrado en Esdras 7, y promulgado el año 457 a.C., se suponía que los 2.300 años de Daniel 8:14 habían de terminar en 1843. Por lo tanto, esperábamos para el fin de dicho año la venida del Señor. Nos sentimos tristemente chasqueados al ver que había transcurrido todo el año sin que hubiese venido el Salvador. MV 20.7
En un principio, no nos dimos cuenta de que, para que el período de los 2.300 años terminase a fines de 1843, era preciso que el decreto se hubiera emitido a principios del año 457 a.C.; pero al establecer nosotros que el decreto se promulgó a fines del año 457, el período profético había de concluir en el otoño [hemisferio norte], o sea a fines de 1844. Por lo tanto, aunque la visión del tiempo parecía tardar, no era así (NB, p. 64). MV 20.8
Un estudio cuidadoso de los tipos y los antitipos condujo a la observación de que la crucifixión de Cristo ocurrió en el mismo día, en la secuencia anual de ceremonias dadas a Israel, cuando el cordero pascual era sacrificado. ¿La purificación del santua rio tipificada en el Día de Expiación —que caía en el décimo día del séptimo mes— no ocurriría igualmente en el mismo día del año celebrado en el tipo o símbolo? Este día, según el verdadero cómputo mosaico del tiempo, sería el 22 de octubre. MV 20.9
Este punto de vista fue presentado a comienzos de agosto de 1844, en una reunión campestre en Exeter, New Hampshire, y se lo aceptó como la fecha para el cumplimiento de la profecía de los 2.300 días. La parábola de las diez vírgenes en Mateo 25:1-13 adquirió un significado particular: la demora del esposo, la espera y el hecho de que se durmieron las que aguardaban la boda, el clamor a medianoche, el cierre de la puerta, etc. El mensaje que Cristo vendría el 22 de octubre llegó a conocerse como el “clamor de medianoche”. “El ‘clamor de medianoche’ fue proclamado por miles de creyentes” (CS, p. 451). MV 21.1
Sus esperanzas ahora se centraban en la venida del Señor el 22 de octubre de 1844. MV 21.2
Aquélla era también la época a propósito para proclamar el mensaje del segundo ángel que, volando por en medio del cielo, clamaba: “Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad” (Apoc. 14:8)… En consecuencia fueron muchos los que abandonaron las decadentes iglesias. En relación con este mensaje, se dio el “clamor de medianoche”, que decía: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (NB, p. 65). MV 21.3
“Aquél fue el año más feliz de mi vida —recordó Elena—. Mi corazón estaba henchido de gozosa esperanza, aunque sentía mucha conmiseración e inquietud por los desalentados que no esperaban en Jesús” (Id., p. 66). MV 21.4
En todos los puntos del país se recibió luz acerca de este mensaje, y millares de personas despertaron al oírlo. Resonó de ciudad en ciudad y de aldea en aldea, hasta las más lejanas comarcas rurales. Conmovió tanto al erudito como al ignorante, al encumbrado como al humilde (Id., pp. 65-66). MV 21.5
A pesar de las evidencias de una obra que se estaba extendiendo por todo el país y que atraía a miles a la fe en el segundo advenimiento, y a unos 200 ministros de diversas iglesias para esparcir unidos el mensaje, las iglesias protestantes como un todo lo rechazaron y usaron todos los medios a su disposición para impedir que se extendiese la creencia en la pronta venida de Cristo. Nadie se atrevía a mencionar en un servicio de iglesia la esperanza del pronto regreso de Jesús, pero para aquellos que aguardaban el evento era algo completamente diferente. Elena de White describió cómo era la experiencia de los que esperaban el regreso de Cristo: MV 21.6
Cada momento me parecía de extrema importancia. Comprendía que estábamos trabajando para la eternidad y que los descuidados e indiferentes corrían gravísimo peligro. Mi fe era muy clara y me apropiaba de las preciosas promesas de Jesús… MV 21.7
Confesando humildemente nuestros pecados, después de examinar con… [toda diligencia] nuestro corazón, y orando sin cesar, llegamos al tiempo [que estábamos esperando]. Cada mañana era nuestra primera tarea aseguramos de que andábamos rectamente a los ojos de Dios, pues teníamos por cierto que, de no adelantar en santidad de vida, sin remedio retrocederíamos. Aumentaba el interés de unos por otros, y orábamos mucho en compañía y cada uno por los demás. MV 22.1
Nos reuníamos en los huertos y arboledas para comunicamos con Dios y ofrecerle nuestras peticiones, pues nos sentíamos más plenamente en su presencia al vernos rodeados de sus obras naturales. El gozo de la salvación nos era más necesario que el alimento corporal. Si alguna nube oscurecía nuestra mente, no descansábamos ni dormíamos hasta disiparla con el convencimiento de que el Señor nos había aceptado (Id., pp. 66-67). MV 22.2
EL GRAN CHASCO DEL 22 DE OCTUBRE DE 1844
Con el aliento contenido, los adventistas, no menos de 50.000 y probablemente cerca de 100.000 esparcidos a lo largo de la sección noreste de Norteamérica, se levantaron para saludar el día memorable, el martes 22 de octubre de 1844. MV 22.3
Algunos buscaron lugares ventajosos donde pudieran escrutar los cielos claros, con la esperanza de advertir la primera vislumbre de la venida de su Señor que volvía a la tierra. ¿Cuándo vendría Jesús? Las horas de la mañana pasaron lentamente. Llegó el mediodía y luego la tarde. Finalmente las tinieblas descendieron sobre la tierra. Pero todavía era el 22 de octubre y seguiría siéndolo hasta la medianoche. Finalmente llegó esa hora, pero Jesús no vino. MV 22.4
Su chasco casi trasciende toda descripción. En años posteriores algunos escribieron sobre esa tremenda experiencia. Hiram Edson dio un relato vivido de cómo esperaron la venida del Señor “hasta que el reloj tocó las doce campanadas a medianoche. Entonces nuestro chasco se convirtió en una certeza”. MV 22.5
Nuestras más caras esperanzas y expectativas quedaron destrozadas, y se apoderó de nosotros un ansia de llorar como yo nunca había experimentado antes. Parecía que la pérdida de todos los amigos terrenales no podía compararse [a este dolor]. Lloramos y lloramos, hasta que amaneció. MV 22.6
Reflexionaba en mi corazón, diciendo: “Mi experiencia adventista ha sido la más rica y brillante de toda mi experiencia cristiana. Si esto ha resultado un fracaso, ¿qué valor tenía el resto de mi experiencia cristiana? ¿La Biblia ha demostrado ser un fracaso? ¿Será que no hay Dios, ni cielo, ni una ciudad con una casa de oro, ni Paraíso? ¿Será que todo esto es una fábula ingeniosamente concebida? ¿Será que nuestras más caras esperanzas y expectativas de estas cosas carecen de realidad?” Si todas nuestras esperanzas más queridas se habían perdido, por cierto teníamos algo por lo cual entristecemos y llorar. Y como dije, lloramos hasta que amaneció (DF 588, manuscrito de Hiram Edson [ver también RH, 23 de junio, 1921]). MV 22.7
Elena de White dio el siguiente relato como testigo presencial: MV 23.1
Quedamos… chasqueados, pero no descorazonados. Resolvimos evitar toda murmuración en la experiencia crucial con que el Señor eliminaba de nosotros las escorias y nos afinaba como oro en el crisol. Decidimos sometemos pacientemente al proceso de purificación que Dios consideraba necesario para nosotros, y aguardar con paciente esperanza que el Señor viniese a redimir a sus probados fieles. MV 23.2
Estábamos firmes en la creencia de que la predicación del tiempo señalado era de Dios. Fue esto lo que movió a muchos a escudriñar diligentemente la Biblia, con lo cual descubrieron en ella verdades no advertidas por ellos hasta entonces… MV 23.3
Nuestra desilusión no fue tan grande como la de los primeros discípulos. Cuando el Hijo del hombre entró triunfalmente en Jerusalén, ellos esperaban que fuese coronado rey… Sin embargo, a los pocos días, estos mismos discípulos vieron que su amado Maestro, acerca de quien ellos creían que iba a reinar sobre el trono de David, estaba pendiente de la cruenta cruz por encima de los fariseos que lo escarnecían y denostaban. Sus elevadas esperanzas quedaron chasqueadas, y los envolvieron las tinieblas de la muerte. Sin embargo, Cristo fue fiel a sus promesas (NB, pp. 68-69). MV 23.4
ELENA HARMON RECIBE SU PRIMERA VISIÓN
Durante este período de incertidumbre y de amarga desilusión, la salud de Elena, ya deteriorada, empeoró rápidamente. Parecía que la tuberculosis le quitaría la vida. Sólo podía hablar en un susurro o con la voz quebrada. Su corazón estaba seriamente afectado. Le resultaba difícil respirar estando acostada y de noche era sostenida casi en una posición sentada. Frecuentemente se despertaba del sueño a causa de la tos y de una hemorragia en sus pulmones. MV 23.5
Estando en esta condición Elena respondió a una invitación de una amiga íntima, la Sra. Elizabeth Haines, apenas un poco mayor que ella, para que la visitase en su casa del otro lado de la carretera en el sur de Portland. Era diciembre y hacía frío, pero aun así Elena fue a pasar unos pocos días con ella. La Sra. Haines estaba perpleja a causa del aparente fracaso del cumplimiento de la profecía en octubre. Elena, también, ya no confiaba más en la validez de la fecha de octubre. Para ella y para sus compañeras de creencia, el 22 de octubre parecía no tener verdadero signi-ficado. Ahora consideraban que aun estaban en el futuro los eventos que habían esperado que ocurriesen el 22 de octubre (Carta 3, 1847; WLF, p. 22). MV 23.6
En el culto matutino de la familia otras tres jóvenes se les unieron a la Sra. Haines y a Elena. Comúnmente se cree que esta experiencia de adoración ocurrió en un cuarto del segundo piso de la casa ubicada en la esquina de las calles Ocean y C. No se sabe la fecha exacta, pero en 1847 Elena de White la ubicó en diciembre de 1844. Ella más tarde la recordó así: MV 24.1
Mientras estaba orando ante el altar de la familia, el Espíritu Santo descendió sobre mí, y me pareció que me elevaba más y más, muy por encima del tenebroso mundo. Miré hacia la tierra para buscar al pueblo adventista, pero no lo hallé en parte alguna, y entonces una voz me dijo: “Vuelve a mirar un poco más arriba”. MV 24.2
Alcé los ojos y vi un sendero recto y angosto trazado muy por encima del mundo. El pueblo adventista andaba por ese sendero, en dirección a la ciudad que se veía en su último extremo. En el comienzo del sendero, detrás de los que ya andaban, había una brillante luz, que, según me dijo un ángel, era el “clamor de medianoche”. Esta luz brillaba a todo lo largo del sendero, y alumbraba los pies de los caminantes para que no tropezaran. Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los ojos de él, iban seguros. MV 24.3
Pero no tardaron algunos en cansarse, diciendo que la ciudad estaba todavía muy lejos, y que contaban con haber llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los alentaba levantando su glorioso brazo derecho, del cual dimanaba una luz que ondeaba sobre la hueste adventista, y exclamaban: “¡Aleluya!” MV 24.4
Otros negaron temerariamente la luz que brillaba tras ellos, diciendo que no era Dios quien los había guiado hasta allí. Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco y a Jesús, cayeron fuera del sendero abajo, en el mundo sombrío y perverso. Pronto oímos la voz de Dios, semejante al ruido de muchas aguas, que nos anunció el día y la hora de la venida de Jesús. Los 144.000 santos vivientes reconocieron y entendieron la voz; pero los malvados se figuraron que era fragor de truenos y de terremoto. Cuando Dios señaló el tiempo, derramó sobre nosotros el Espíritu Santo, y nuestros semblantes se iluminaron refulgentemente con la gloria de Dios, como le sucedió a Moisés al bajar del Sinaí. MV 24.5
Los 144.000 estaban todos sellados y perfectamente unidos. En su frente llevaban escritas estas palabras: “Dios, Nueva Jerusalén”, y además una brillante estrella con el nuevo nombre de Jesús. MV 24.6
Los impíos se enfurecieron al vemos en aquel santo y feliz estado, y querían apoderarse de nosotros para encarcelamos, cuando extendíamos la mano en el nombre del Señor y caían rendidos en el suelo. Entonces conoció la sinagoga de Satanás que Dios nos había amado, a nosotros que podíamos lavamos los pies unos a otros y saludamos fraternalmente con ósculo santo, y ellos adoraron a nuestras plantas. MV 24.7
Pronto se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, donde había aparecido una nubecilla negra del tamaño de la mitad de la mano de un hombre, que era, según todos comprendían, la señal del Hijo del hombre. En solemne silencio, contemplábamos cómo iba acercándose la nubecilla, volviéndose cada vez más esplendorosa hasta que se convirtió en una gran nube blanca cuya parte inferior parecía fúego. Sobre la nube lucía el arco iris y en tomo de ella aleteaban diez mil ángeles cantando un hermosísimo himno. En la nube estaba sentado el Hijo del hombre. Sus cabellos, blancos y rizados, le caían sobre los hombros; y llevaba muchas coronas en la cabeza. Sus pies parecían de fuego; en la mano derecha tenía una hoz aguda y en la izquierda llevaba una trompeta de plata. Sus ojos eran como llama de fuego, y escudriñaban a sus hijos hasta lo íntimo del ser. MV 25.1
Palidecieron entonces todos los semblantes y se tomaron negros los de aquellos a quienes Dios había rechazado. Todos nosotros exclamamos: “¿Quién podrá permanecer? ¿Está mi vestidura sin manchas?” Después cesaron de cantar los ángeles, y por un rato quedó todo en pavoroso silencio cuando Jesús dijo: “Quienes tengan las manos limpias y puro el corazón podrán subsistir. Bástaos mi gracia”. Al escuchor estas palabras, se iluminaron nuestros rostros y el gozó llenó todos los corazones. Los ángeles pulsaron una nota más alta y volvieron a cantar, mientras la nube se acercaba a la tierra. MV 25.2
Luego resonó la argentina trompeta de Jesús, a medida que él iba descendiendo en la nube, rodeado de llamas de fuego. Miró las tumbas de sus santos dormidos. Después alzó los ojos y las manos hacia el cielo, y exclamó: “¡Despertad! !Despertad! ¡Despertad los que dormís en el polvo, y levantaos!” Hubo entonces un formidable terremoto. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los muertos revestidos de inmortalidad. Los 144.000 exclamaron: “¡Aleluya!” al reconocer a los amigos que la muerte había arrebatado de su lado, y en el mismo instante nosotros fuimos transformados y nos reunimos con ellos para encontrar al Señor en el aire. MV 25.3
Juntos entramos en la nube y durante siete días fuimos ascendiendo al mar de vidrio (PE, pp. 14-16 [ver también The Day-Star, 24 de enero, 1846]). MV 25.4