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¿QUÉ ES EL PREDICADOR?

Nuestra predicación está íntimamente ligada a nuestra vida personal, y es un reflejo de nosotros mismos.
Hechos 20:17–38 y 1 Tesalonicenses 2:1–13 son dos pasajes claves en el tema de la gloria de la predicación, y como predicadores debiéramos estudiarlos de rodillas. Allí vemos el carácter de Pablo y la razón por la que Dios lo usó de manera tan poderosa.

La predicación es la combinación de la vida personal del predicador y la Palabra de Dios hablada. Nuestro mensaje es probablemente 50% lo que predicamos, pero no podemos esconder el otro 50% tras la cruz. Nuestros oyentes nos observan.

¿QUÉ ES EL PREDICADOR?

PROFETA

La misión del predicador cristiano es ser profeta cuya tarea es advertir y ser observador, según su experiencia, del don de Dios y la unción del Espíritu Santo.1

Al hablar de profecía no hacemos referencia específica a la predicción del futuro, sino a la declaración de las verdades de Dios. Vayamos a un ejemplo: «¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios» (1 Co. 6:9–10).

Esa es la palabra de un cristiano que observa la situación a su alrededor y con la autoridad de un profeta advierte en términos claros y cortantes que la maldad aleja al hombre del reino de Dios. Ante esa advertencia, habrá personas que se sentirán aludidas y arreglarán sus cuentas con Dios.

SACERDOTE

Cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: 2Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos» (Jn. 20:20–23)

Si bien todos los cristianos somos sacerdotes ante Dios, la idea aquí es comparar al predicador con el sacerdote que declaraba limpia a una persona. Sin embargo y por extensión, bajo el pacto de la gracia todos los creyentes pueden llevar a cabo esta misión.

¡Qué autoridad entrega el Señor a los predicadores de su Palabra! Estamos en el mundo para proclamar el mensaje de Dios con la misma autoridad que Cristo tuvo y que nos delegó. Al darnos el Espíritu Santo Jesucristo nos asegura que tenemos la autoridad de decirle a quien se convierte a Cristo: «Tus pecados te son perdonados» (Lucas 5:20).

VEHICULO

No somos la fuente de estos pensamientos grandiosos y profundos. La mayoría de las ideas que compartimos al predicar las hemos tomado—consciente o inconscientemente—de otros con más experiencia o que han pasado más años estudiando. Si la idea es nueva y original, el Señor nos las dio. Muy pocas cosas nacen de nosotros ya que no hay nada nuevo bajo el sol. La fuente es Dios mismo.
Algunos hemos sentido que Dios nos llamaba a ser predicadores (Gá. 1:15). Sin embargo, el estar conscientes de una vocación no significa que seamos la fuente de lo que hacemos. Sólo somos vehículos, instrumentos en el drama de la fe.

Predicar la palabra de Dios, ya sea para salvación o edificación, y reafirmar que es la Palabra de Dios, debiera producir en nosotros cierto temor de que en verdad estamos transmitiendo un mensaje de Dios, y no simplemente comunicando lo último que hemos leído.

Cuando hacemos que una criatura nazca espiritualmente, somos instrumentos. Es como si hubiéramos estado allí cuando el Señor hacía nacer al bebé espiritual.

Somos vehículo a través del cual Dios habla. Nuestra tendencia es olvidar que cuando hablamos, Dios mismo está hablando y somos sus instrumentos (Hch. 9:15). El mensaje no se originó en nosotros sino en la Escritura. Los pensamientos no son nuestros sino que el Espíritu Santo los trae a la memoria. Son pensamientos revelados en la Escritura que nunca hubieran venido por sí solos a nuestra mente.
En un sentido estamos hablando, pero es Dios quien lo está haciendo a través de nosotros (2 Co. 5:20).

VASO

Somos vasos/recipientes saturados de Dios y de la obra de Dios. Debemos estar llenos de Dios y de su Palabra (Sal. 119:11; Ef. 3:19).

Somos un vaso que rebosa (Sal. 23:5). Pidámosle a Dios que esto sea una realidad constante a fin de tener pasión por las almas; y asegurémonos de que la pasión continúe y el fuego siga ardiendo.
Somos vasos puros y útiles para el Maestro (2 Ti. 2:21).

VOZ

Somos la voz autorizada de Dios pues el Señor Jesús nos ha autorizado y predicamos en su nombre (Ef. 4:11); somos la voz del heraldo que viene en nombre del rey; la voz de un testigo que ha visto algo y actúa con responsabilidad de modo que su testimonio sea creíble (Hch. 1:8). Somos la voz de salvación que está presente cuando se opera el milagro de la conversión. También estamos presentes en la crisis de la santificación porque Dios nos utiliza para que un apartado regrese.2

ENCARNACION DE SU PROPIA PREDICACION

La vida y conducta del predicador deben estar acordes a su predicación (Stg. 1:22).3

Sed imitadores de mí (1 Co. 11:1) dice Pablo repetidamente. Si usted no es digno de ser imitado, es mejor que no predique. Eso no significa que seamos perfectos. Sabemos que nunca seremos la total encarnación de nuestro mensaje, de manera que en lo que decimos hay un toque de humildad y ternura.
También hemos de ser la encarnación de lo que predicamos en relación al cónyuge y a los hijos (1 Ti. 3:4–5).

No que el predicador sea automáticamente dicha encarnación, sino que procura serlo, y por ello actúa con humildad.

Fuente: Luis Palau, Predicación: Manos a la obra (Miami, FL: Editorial Unilit, 1995), 84–89.

1 Esto quizás sea más aplicable al evangelista y predicador itinerante que al pastor. Por otro lado, hallamos que Pablo define la misión del pastor en 1 Ti. 4:13. En ese caso, exhortación puede equivaler a la parte profética, aunque vez tras vez en Timoteo el apóstol habla de la misión de enseñar que tiene el pastor.

2 En mi caso, el predicador Ian Thomas fue la voz de santificación porque me enseñó qué significaba la obra del Cristo viviente en mi vida, y eso cambió mi ministerio, mi predicación, mi fruto, y todo mi ser.

3 Ver cap. “El predicador y su relación con Dios.”

Fuente: Luis Palau, Predicación: Manos a la obra (Miami, FL: Editorial Unilit, 1995), 84–89.

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