Home / LIBROS DE LA BIBLIA / LA MUJER QUE PADECÍA FLUJO DE SANGRE

LA MUJER QUE PADECÍA FLUJO DE SANGRE

Una gran multitud seguía a Jesús, y lo presionaba por todos lados; entonces se produjo un toque que Jesús reconoció de inmediato como distinto a los demás; fue un toque de fe que imploraba su ayuda. Se trataba de una mujer que había padecido por doce años de sangrados hemorrágicos; había consultado a todos los médicos que podía sin haber recibido ningún beneficio; de hecho, su situación empeoró en lugar de mejorar; y también había gastado todo su dinero porque las consultas con los médicos eran tan costosas como hoy. Pero había oído de Jesús, y lo que oyó de él fue suficiente para hacer brotar la fe en su corazón y la convicción de que sólo Jesús podía sanarla. Ateniéndonos a las curaciones del Señor, que hasta este momento aparecen reseñadas por Marcos, la mujer podía haber sabido de sólo dos de ellas: la del paralítico y la del leproso. Por lo tanto, eran razones más que suficientes para estar segura de que ella también recibiría ayuda.

La enfermedad de esta mujer, de haberse tratado como es de suponer, de un flujo similar al de una menstruación continua, constituía motivo de constante vergüenza e impureza ceremonial que le impedían concurrir al templo y a la sinagoga. Esquivada por todos los que conocían su problema, era una mujer solitaria, pobre y enferma, pero tenía una gran esperanza. Apenada hasta el punto de no que no quería pedir ayuda públicamente, se dijo para sí misma: “Si toco tan sólo su manto, seré salva”; rápidamente hizo tal como había pensado y al instante sintió la curación de su cuerpo.

Jesús también lo supo. Se dio cuenta que había salido poder de él. Y sabía así mismo a quién había sanado. Al indagar, y mirar en su derredor, quiso que la mujer se adelantara y acercara a él para corregir a sus discípulos y edificar la fe de ella. La Biblia de las Américas, en contraste a otras, traduce con mayor precisión el versículo 32 de este capítulo cuando dice: “pero él miraba a su alrededor para ver a la (mujer) que lo había hecho”. Con miedo y temblando, la mujer se adelantó y le dijo toda la verdad. ¿Tendría temor de que el Señor deshiciera el milagro, o la reprendiera por no haber seguir lo estaba prescrito en la ley levítica?

No sabemos lo que estaba pensando, pero sí sabemos cuáles fueron las palabras de Jesús; él la llamó afectuosamente “hija”, con mucho cariño, aunque es muy probable se tratara de una mujer con más edad que él. Las palabras, “tu fe te ha salvado”, es decir, tu fe en mi capacidad y deseo de sanarte te ha dado la curación. Con los términos: “Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”, Cristo le aseguró que estaba completa y definitivamente libre de sus sufrimientos y no estaba soñando; su padecimiento nunca volvería. La mujer le había dicho a Jesús “toda la verdad”, y seguramente la mención que hizo de sus doce años de enfermedad debió haber sorprendido a Jairo, cuya hija contaba precisamente con esa edad. ¡La fe de este hombre se fortaleció aún más al ver este milagro que hizo Jesús! No hay duda de que ésta también fue la razón por la que Cristo permitió que la mujer diera su testimonio.

Fuente 1: Harold E. Wicke, Marcos, ed. Roland Cap Ehlke, Armin J. Panning, y Mentor Kujath, La Biblia Popular (Milwaukee, WI: Editorial Northwestern, 2000), 82–83.


25–27. Y una mujer que había padecido hemorragias por doce años, y que había sufrido mucho en manos de muchos médicos, y que había gastado todo lo que tenía y que en lugar de aliviarse había empeorado, después de oír acerca de Jesús vino por detrás entre la multitud y tocó su manto.
Mientras Jesús se dirige a casa de Jairo, de pronto se produce esta interrupción. Durante su ministerio terrenal, Jesús fue interrumpido muchas veces; por ejemplo: mientras hablaba a la multitud (Mr. 2:1ss), o conversaba con sus discípulos (Mr. 8:31ss; 14:27ss; Lc. 12:12ss), o viajaba (Mr. 10:46ss), o dormía (Mr. 4:38, 39), u oraba (Mr. 1:35ss). Ninguna de estas intrusiones lo confundió, nunca se quedó momentáneamente desorientado en cuanto a qué decir o qué hacer. ¡Esto demuestra que nos hallamos frente al Hijo del Hombre que es a la vez el Hijo de Dios! Lo que nosotros llamaríamos una “interrupción” fue para él fue un trampolín o punto de partida para pronunciar grandes palabras, o como aquí, para realizar una obra maravillosa, revelando su poder, sabiduría y amor. Lo que para nosotros hubiera sido una situación penosa, para él fue una oportunidad preciosa.

Esta vez, quien le interrumpe es una mujer. Durante doce años había estado sufriendo hemorragias; literalmente ella había estado “en (una condición de) flujo de sangre”. Hay quienes creen que el flujo era constante. Otro opinión dice que a través de los doce años la periódica y excesiva pérdida de sangre, le impedía sentirse fuerte y con salud, y que en este preciso instante estaba nuevamente sufriendo a causa de una hemorragia.

Había sufrido mucho a manos de muchos médicos. Respecto a la forma de esta expresión, véase Mateo 16:21. Un libro apócrifo declara, “Fui a los médicos, pero no me aliviaron” (Tobías 2:10). Por otro lado, léase la declaración de otro libro apócrifo, “Honra al médico conforme a la necesidad que de él tienes, con la honra que se le debe, porque, por cierto, el Señor lo ha creado” (Eclesiástico 38:1). El versículo 3 del mismo capítulo habla de la “destreza del médico” y afirma: “Por los poderosos será admirado”. Aunque es cierto que aun hoy día los médicos a veces cometen errores, como sucede con otros profesionales, sería difícil sobrestimar el valor de un médico capaz y dedicado a su labor. En el caso que aquí se relata, los resultados de los tratamientos no habían sido favorables. La salud de la pobre mujer se había deteriorado gradualmente, y esto en parte a causa del mismo cuidado (¿?) que los doctores le habían prodigado.

Esto no debe interpretarse como si se quisiera dar a entender que el arte de la sanidad en Israel era muy deficiente en comparación con lo que se practicaba en las naciones circundantes de aquel tiempo. Es verdad que la ciencia médica, en el sentido técnico de la palabra, estaba todavía en su infancia. No obstante, los judíos, al menos en algunos importantes aspectos, se hallaban a la cabeza de todos los demás. Ellos creían en la eficacia de la oración al único Dios que gobierna el cielo y la tierra y, por tanto, también sobre el cuerpo y el alma, y sobre la vida y la muerte, la salud y la enfermedad (2 R. 1; Sal. 116; Is. 36). A ellos les fueron dados los Diez Mandamientos, que han sido llamados “el código supremo de higiene mental”. La ordenanza de la circuncisión también merece consideración en relación con esto. Añádase a esto la gran cantidad de regulaciones higiénicas que se hallan en el Pentateuco, el énfasis en la influencia de la mente sobre la salud del cuerpo (Pr. 17:22), las exhortaciones contra las emociones carentes de amor (p. ej., Ex. 23:4, 5; Pr. 15:17) con su nocivo efecto sobre el bienestar físico, el repetido mandamiento de confiar en Dios y dejar los afanes (Sal. 91; 125; Is. 26:3, 4; 43:2). Todo esto muestra que, con respecto al cuidado del cuerpo y otras muchas cosas, Israel estaba mucho más avanzado que otros pueblos. Véase también Ex. 15:26.

Sin embargo, en este caso concreto los doctores no habían tenido éxito. ¿Por qué? Pudo haber sido que el hecho de que esta mujer estuvo yendo de “un médico a otro” hubiese tenido algo que ver con el problema. Incluso en nuestro tiempo no se puede recomendar sin reservas la costumbre de algunas personas de ir de un médico a otro, y después a otro, y aún a otros más, aunque ciertamente puede haber algunos casos en que esto sea necesario. Parecería, sin embargo, que la mejor respuesta a la pregunta de por qué esta mujer no se sanaba, la da uno que era médico, a saber, Lucas, quien afirma claramente que esta era una enfermedad incurable, humanamente hablando y a la luz de la terapéutica de aquellos días (Lc. 8:43).205

Cuando finalmente la mujer decidió ir a Jesús, ya había gastado todo su—diríamos “escaso”—dinero. Había perdido la salud, la fortuna, y a causa de la naturaleza de su mal, también su posición en la sociedad, y especialmente en la comunidad religiosa. Su situación era tal, que la hacía ceremonialmente impura (Lv. 15:19ss).

Pero había una última razón para la esperanza: ¡Jesús! Lo llamativo es que todo tipo de gente iba a Jesús. No sólo acudían las personas prominentes como Jairo, sino que también la gente común como esta pobre mujer. Parece que presentían que su poder y compasión responderían a las necesidades de toda clase social.

No es raro, sin embargo, que debido a su enfermedad, aquella mujer sintiese temor de presentarse en público. Ella no pretendía entrar en contacto físico con Jesús mismo. Meramente tocaría su manto, y aun así (véase Mateo y Lucas) sólo una de las cuatro borlas de lana que todo israelita debía llevar en las cuatro esquinas del manto cuadrado que usaban (Nm. 15:38; cf. Dt. 22:12) para recordar la ley de Dios (véase también CNT sobre Mt. 23:5).206 Naturalmente la forma más fácil de acercarse para tener contacto físico con un manto, sin ser notado, sería ir por detrás y tocar la borla que se movía libremente por la parte de atrás del manto. El que llevaba el manto puesto, según creía ella, jamás se daría cuenta de lo que sucedía. Así que habiendo oído los maravillosos relatos acerca de Jesús, vino por detrás y tocó la borla,207 o como Marcos lo expresa, “su manto”.

La razón de tocar el manto de Cristo se da en el versículo 28. Porque dijo, “Si tocare tan sólo sus vestidos seré sanada”. La grandeza de la fe de esta mujer consistía en que creía que el poder de Cristo para sanar era tan asombroso, que aun el mero contacto con sus ropas produciría una cura instantánea y completa.208

Es evidente que la fe de esta mujer no era perfecta, pues creía que el acto de tocar era necesario y que Jesús nunca se daría cuenta de ello. Pero él sí lo notó, y recompensó su fe restaurándole la salud (v. 29), y luego le dio una oportunidad para cambiar su “fe oculta” (Mt. 9:21) en “fe manifestada” (Mr. 5:33), lo que resultó en una mayor fortaleza (5:34).
b. fe recompensada

29: Y al instante cesó su hemorragia y sintió en su cuerpo que había sido sanada de su enfermedad. Literalmente, “y enseguida seca fue la fuente de su sangre”. La recuperación fue instantánea. En un instante la hemorragia cesó completamente. La salud y el vigor surgían por todas las partes de su cuerpo. El “azote” o la “enfermedad” que la había estado afligiendo desapareció. En cuanto a la palabra que básicamente significa “azote” o “látigo” y que aquí se refiere a la enfermedad que la atormentaba, véase sobre 3:10.209 No sólo desapareció su problema sino que ella misma notó y supo que había desaparecido.

Lo sorprendente es que, aunque la fe de esta mujer estaba lejos de ser perfecta, no obstante el Señor bondadosamente la recompensó. Además, la recompensa afectó no sólo a su cuerpo, sino también a su alma; o, diciéndolo de otra forma, no sólo fue recompensada su fe, sino que también fue mejorada y elevada a un nivel más alto de desarrollo, de modo que la fe oculta se transformó en:
c. fe manifestada

30: Ahora bien, estando Jesús bien consciente de que poder procedente de él había salido de él, de inmediato se volvió entre medio de la multitud y preguntó, “¿Quién tocó mis vestidos?”. Jesús no ignoraba el hecho de que alguien le había tocado, y esto no de forma accidental sino intencionadamente, y no sólo con la mano, sino con fe. Sabía que el poder que había dentro de él y que procedía de él, había respondido a esa fe.

Lo que Jesús quería ahora era que se completara el círculo, fuera quien fuera el que le había tocado. ¿Qué círculo? El que se indica en muchos pasajes de las Escrituras, incluyendo, por ejemplo, el Salmo 50:15:

Cuando las bendiciones descienden del cielo, los que las han recibido deben responder en forma de acciones de gracias. Así se completa el círculo (véase también CNT sobre Efesios 1:3). A su manera, esta mujer había invocado a Jesús. Él la había rescatado, pero ella todavía no le había glorificado. Hasta ese momento era como los nueve leprosos sanados de Lucas 17:17, 18: “Respondiendo Jesús, le dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? y los nueve ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?”. Sin duda alguna ella había “creído en su corazón”. Pero aún no había “confesado con su boca” (Ro. 10:9). Con el fin de hacer brotar esta respuesta favorable, Jesús inmediatamente se volvió hacia la multitud y preguntó, “¿Quién tocó mis vestidos?” O, según lo expresa Lucas, “¿Quién es el que me ha tocado?” (8:45), significando “¿Quién me ha tocado intencionadamente?”

31: “Ves que la multitud te aprieta”, dijeron sus discípulos, “y tú preguntas, ‘¿Quién me ha tocado?’ ”. Los discípulos cometen nuevamente el muy repetido error de interpretar las palabras de Cristo en su sentido literal más rígido, como si Jesús estuviese pensando en un mero tocar físico.

Aquellos hombres, y otros también, tenían la costumbre de aplicar la regla de la interpretación literal a las palabras de Cristo, la misma regla que en ciertos sectores del cristianismo aún en el día de hoy se recomienda tan vivamente. Los siguientes pasajes muestran que esa regla, a menos que sea esencialmente modificada, no es segura: Mr. 8:15, 16; Jn. 2:19–22; 3:3–5; 4:10–15; 6:52; 8:56 58; 11:11–13. Por supuesto que Jesús no estaba negando que le habían tocado literalmente, pero él se refería a algo muy superior a esto, es decir, al tocar con fe, a lo verdaderamente efectivo, hasta el punto que, en respuesta a ello, emanó poder de él.

Encabezados por Pedro (Lc. 8:45), los discípulos responden, “Ves que la multitud te aprieta, y tú preguntas …”. Esto revela no sólo falta de entendimiento sino también una falta de respeto y de sumisa reverencia que los discípulos debían haber mostrado para con su Maestro. Es decir, aquella observación crítica era inconsiderada, de mal gusto, cruda y ruda. Nos recuerda la de Mateo 16:22.

El Maestro mostró su grandeza al no contestarla. 32. Pero [Jesús] siguió mirando en derredor para ver quién lo había hecho. Fue una mirada larga y escrutadora.210 Los comentaristas que se han preocupado de esta cuestión difieren de manera bastante amplia. Hay tres interpretaciones principales. Según la primera, Jesús ya sabía quién era la persona. Miró en derredor y repentinamente fijó sus ojos sobre la mujer.211

Ahora bien, no se puede negar de que por su naturaleza divina Jesús era omnisciente. Tampoco puede negarse que esa naturaleza divina a veces le impartía a su naturaleza humana información que, probablemente, no habría recibido sin su asistencia (véase Mt. 17:27; Jn. 1:47, 48). No obstante, esto no significa que la naturaleza humana de Cristo fuese también de por sí omnisciente (véase Mt. 24:36; Mr. 11:13). ¿No es Marcos 5:32 un texto similar? La expresión “siguió mirando en derredor—o: miraba alrededor—para ver”, ciertamente hace inaceptable la idea de que Jesús ya sabía quién era la persona que le había tocado. Para más información acerca de las dos naturalezas de Cristo en la enseñanza de Marcos.

El original tiene un participio femenino,212 de modo que se podría traducir, “Pero él miraba en derredor para ver quién era la que había hecho esto”. Sobre esta base, se ha afirmado que Jesús al menos sabía que la persona que le había tocado era una mujer.213

¿Pero no es más razonable considerar que el participio femenino viene de la mano de Marcos, el escritor del Evangelio, quien supo más tarde acerca del caso?

En vista de todo lo dicho, parece que la interpretación más natural sería que Jesús con su tierno corazón de Salvador, deseaba otorgar un favor adicional sobre quienquiera que fuese la persona que le había tocado. “Siguió mirando en derredor para averiguar” (según A. T. Robertson214) quién era esa persona.

33: Entonces la mujer, temblando de temor porque sabía lo que le había sucedido, vino y se postró delante de él y le dijo toda la verdad.

La mujer había oído que Jesús preguntaba, “¿Quién tocó mis vestidos?” También había observado su penetrante mirada. Sabía “lo que había sucedido en ella” en respuesta a su acto de fe. Ella probablemente había oído también la respuesta totalmente inadecuada de los discípulos. Su conciencia le debió decir que había que responder con la verdad a la pregunta de Cristo, ¡y que esto lo debía hacer ella!
Sin embargo no le era fácil hacer lo que sentía que debía hacer. En aquel tiempo y en aquel país, se consideraba impropio que una mujer hablase en público. Y aun más sobre un tema como éste: la enfermedad física concreta que la afligía. Y el hecho de que ella, en tal situación, hubiera tocado deliberadamente al Maestro, ¿no haría que lo que ya era impropio ante los ojos de los presentes resultara más grave aun? Sí, ¿y tal vez a los ojos del propio Jesús? ¿No la reprendería quizá?

Podemos entender, entonces, por qué confesó y también por qué lo hizo “temiendo y temblando” (así literalmente; cf. 2 Co. 7:15; Ef. 6:5; Fil. 2:12). Estaba muy asustada, y todo su cuerpo temblaba. Pero fue, y dijo toda la verdad, refiriéndose probablemente a todos los hechos mencionados en los versículos 25–29.

El resultado no fue una reprimenda, sino todo lo contrario, según se ve por la primera palabra que Jesús le dijo, y también por lo que sigue. 34. Y él le dijo, Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad. Con mucho cariño Jesús la llama “hija”, aunque quizás no era más joven que él. Pero Jesús habla como un padre a su hija. Además, la alaba por su fe, a pesar de que no era una fe perfecta; y aunque según lo indica el versículo 27, fue él mismo quien, mediante sus maravillosas palabras y hechos anteriores, había hecho brotar esa fe. Su fe, aunque no fue la causa fundamental de su curación, había sido el conducto por medio del cual la curación se había realizado. La fe había sido el instrumento usado por el poder y el amor de Cristo para efectuar su recuperación (cf. Ef. 2:8). Resulta maravilloso que Jesús no le diga nada acerca de su propio poder y amor, que son la causa básica del bienestar actual de ella, sino que haga mención especial de la fe que sin él, ella no habría podido poseer, ni le habría sido posible ejercer. Además, al decir, “Tu fe te ha sanado”, estaba subrayando que lo que la sanó fue la respuesta personal que él dio a fe personal de ella, quitando así de su mente cualquier vestigio de superstición, como si las vestiduras de Jesús hubiesen contribuido en algún grado a la curación.

Por medio de estas palabras alentadoras, Jesús también abrió el camino para la reintegración total de la mujer a la vida social y religiosa, y a la comunión con su gente. Ahora ella podía irse y desarrollar el resto de su vida “en paz”, es decir, con la sonrisa de Dios sobre ella y la gozosa convicción interna de esta sonrisa (cf. Is. 26:3; 43:1, 2; Ro. 5:1).

Probablemente, en esa orden alentadora, “vete en paz”, hay algo más. Hay que tener en cuenta las palabras que siguen inmediatamente: “Queda—Sé y permanece—sanada de tu enfermedad (literalmente: tu azote)”. También hay que recordar que Jesús habló en el idioma popular que entonces usaban los judíos (el arameo). Estas dos consideraciones nos permiten inferir que aquí está implícito nada menos que el sentido completo del hebreo Shalom, es decir, bienestar tanto del cuerpo como del alma.
Ninguno de los evangelistas indica la reacción de la mujer a estas palabras bondadosas del Salvador, pero ¿no sería correcto afirmar que su alma se sintió inundada de alivio y de gratitud sin límites? ¿Acaso no se llenó con la clase de emoción que experimentó el inspirado compositor del Salmo 116 (véase especialmente los vv. 12–19)? Jesús la había sanado. Él le había impartido una doble bendición: había restaurado su cuerpo, lo que la impulsó a dar testimonio, de modo que la fe oculta se transformó en fe manifestada. Ahora le sería posible ser, e indudablemente fue, una bendición para otros, para gloria de Dios.

Unos días después que cierto pastor predicara sobre este pasaje de las Escrituras (Mr. 5:25–34 y paralelos), recibió el siguiente poema de una dama que lo había compuesto después de oír el sermón:

Fuente 2: William Hendriksen, Comentario al Nuevo Testamento: El Evangelio según San Marcos (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1998), 210–217.

205 Para más detalles sobre el tema general de la historia del arte de sanar, especialmente en Israel, véase W. H. Ogilvie, “Medicine and Surgery, History of”, artículo en la Enciclopedia Británica (Chicago, Londres, etc. 1969), Vol. 15, pp 93–06; S. I. MacMillen, None of These Diseases (Westwood, N.J., 1963); L. Finkelstein, The Jews, their History, Culture, and Religion (Nueva York, 1949), Vol. II, pp. 1013–1021; I. Benzinger, “Diseases and the Healing Art”, artículo en SHERK, Vol. III, pp. 445–448; y E. S. Tamer, The Astonishing History of the Medical Profession (Nueva York, 1961).

CNT W. Hendriksen, Comentario del Nuevo Testamento

206 Cf. SB, IV, p. 277.

207 En estos tres versículos (25–27), Marcos usa no menos de siete participios, los primeros cinco con función atributiva y para modificar a “una mujer”, y los dos últimos como predicativos y modificando “tocó”. Los siete son:
οὖσα que estaba (con flujo de sangre), es ptc. presente de εἰμί. Cf. esencia, parousía.
παθοῦσα habiendo sufrido, aor. de πάσχω. Cf. patalogía, pasión.
δαπανήσασα habiendo gastado, aor. de δαπανάω.
(μηδέν) ὠφεληθεῖσα (nada) habiendo aprovechado (que hemos traducido: “en lugar de aliviarse”), aor. pas. de ὠφελέω. Cf. los mosquitos anofeles, pues no son beneficiosos.
ἐλθοῦσα venido, aor. de ἔρχομαι Cf. origen, prosélito.
ἀκούσασα habiendo oído, aor., de ἀκούω. Cf. acústica.
ἐλθοῦσα habiendo venido (usado en los vv. 26 y 27, primero en forma atributiva, luego predicativa).

208 Si hay que resaltar el tiempo imperfecto del verbo griego (λέγω, aquí ἔλεγεν)—lo cual no siempre es el caso—, habría que traducir “ella repitió estas palabras una y otra vez”. Tocante al verbo σώζω (aquí σωθήσομαι) véase más arriba, nota 204.

209 En Hch. 22:24 la palabra μάστιξ se usa en el sentido más literal de azotar con un látigo. Por un momento parecería que iban a azotar a Pablo, para descubrir qué crimen había supuestamente cometido; pero véase Hch. 22:25, 26, 29. En cuanto al sentido literal véase también Heb. 11:36.

CNT W. Hendriksen, Comentario del Nuevo Testamento

210 Véase más arriba, nota 105.

211 Lenski, Op. cit., p. 142. Él deduce esta información del uso del tiempo (“él miraba en derredor”) seguido por el aoristo ἰδεῖν. Aunque concuerdo con mucho de lo que este intérprete dice, no lo puedo seguir en lo que ahora afirma. Gramaticalmente περιεβλέπετο ἰδεῖν es una sola expresión: “él siguió mirando, o: estaba mirando (para) ver. La expresión se puede separar en dos períodos de tiempo.

212 τὴν … ποιήσασαν.

213 A. B. Bruce, Op. cit., p. 375, ofrece esto como una posibilidad.

214 Word Pictures vol. I, p. 300. En la misma sintonía también Taylor, Op. cit., p. 292; Schmid, Op. cit., p. 115; y Bolkestein, Op. cit.,p. 125. Por otro lado, A. B. Bruce, Op. cit., p. 375, y Swete, op. cit, p. 105, dejan lugar para cualquiera de las dos últimas interpretaciones.

Sign Up For Daily Newsletter

Stay updated with our weekly newsletter. Subscribe now to never miss an update!

Por favor, activa JavaScript en tu navegador para completar este formulario.
Nombre

Deje un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *