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EL FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO

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INTRODUCCIÓN

En Gálatas 5:22, 23, el apóstol Pablo se refiere al fruto del Espíritu Santo, en estos términos: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas.” La expresión “fruto del Espíritu” aparece sólo en Gálatas 5:22. En Efesios 5:9 los mejores manuscritos dicen “fruto de la luz” (BJ; BA; VP). El vocablo “fruto” (del griego karpós, καρπος), en esta frase y en su contexto, connota la idea de que este fruto es algo que debe ser esperado y recibido, como un don que viene de parte del Espíritu Santo. El término proviene de la esfera vital del desarrollo natural, y significa lo que crece de un modo natural por estar unido a un árbol o a un suelo que le comunica su fuerza vital.

La manifestación de este fruto no depende de la voluntad humana de producirlo, sino de la iniciativa divina, que lo da en el momento oportuno, según la simiente que se ha sembrado. Es así, que lo que el Espíritu Santo produce en la vida del creyente es un fruto cuya naturaleza y calidad no es el resultado de la índole carnal del creyente, sino del carácter y poder del Espíritu. Las buenas obras que constituyen ese fruto realizado por el Espíritu Santo son diferentes de los propios esfuerzos humanos para alcanzar la salvación (Col. 1:10).

Con esta expresión, Pablo quiere indicar que aquel que es guiado por el Espíritu (Gál. 5:18), y que vive y anda por el Espíritu (Gál. 5:25), se encuentra en una relación vital con Cristo, de tal manera que en él opera el Espíritu de Cristo y participa de los dones que lleva consigo esta comunión vital. Estos dones (amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza) brotan espontáneamente en la vida del creyente como “fruto del Espíritu,” y no como producto del cultivo personal. De este modo, la expresión designa, en un sentido amplio, el efecto de la fe en la vida del creyente individual y en la comunidad de fe.

El fruto del Espíritu es uno, pero múltiple. Cabe destacar el carácter singular de este fruto, en vista del frecuente error de referirse a él en plural como “los frutos del Espíritu.” La segunda expresión no aparece en el Nuevo Testamento. No obstante ser uno, el fruto del Espíritu es múltiple, es decir, consiste al menos de nueve componentes. Nótese que por tratarse de un solo resultado de la operación del Espíritu, los varios elementos mencionados no son separables ni excluyentes. De allí que no es posible tener amor sin tener bondad, o experimentar la paz sin expresar benignidad. Cada virtud no sólo es complementaria, sino que demanda el ejercicio de las mismas.

De igual modo, como partes integrantes del fruto del Espíritu, estas manifestaciones no se dan por etapas o en cuotas. Ellas brotan por igual y al mismo tiempo como resultado de la fertilidad del Espíritu en la vida del creyente.

En el presente estudio vamos a hacer dos cosas. Por un lado, vamos a considerar la naturaleza del fruto del Espíritu, a fin de entender cabalmente su carácter. Por otro lado, vamos a hacer una consideración de cada uno de los nueve componentes del fruto del Espíritu, con el fin de comprender adecuadamente qué es lo que Dios espera que seamos, antes de saber qué es lo que él espera que hagamos con cada uno de los dones espirituales que nos ha otorgado.

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LA NATURALEZA DEL FRUTO DEL ESPÍRITU

El método comparativo es un buen recurso para alcanzar una adecuada comprensión sobre cualquier elemento de la realidad que deseamos conocer. En el caso del fruto del Espíritu nos puede resultar de gran ayuda compararlo con las obras de la carne, por un lado, y con los dones del Espíritu, por el otro.

Las obras de la carne y el fruto del Espíritu

Veamos, en primer lugar, las obras de la carne. Las obras de la carne son las manifestaciones o actos del ser humano sin Cristo. Es el hacer natural de un ser caído que no puede producir otra cosa que las diecisiete manifestaciones de Gálatas 5:19–21. Como consecuencia, los tales no heredarán el reino de Dios.

Veamos, en segundo lugar, el fruto del Espíritu. Contrariamente, el fruto del Espíritu enfatiza que el ser humano no es la fuente de este estilo de vida. Es el Espíritu Santo quien, al habitar en el creyente, produce como consecuencia este estilo de vida (Gál. 5:22, 23).

Diferencia entre los dones y el fruto del Espíritu

Los dones son capacidades o el poder dado por Dios a sus hijos. Dios, a través del Espíritu Santo, da a sus hijos estas capacidades para la edificación personal, la edificación de su iglesia, y para servir mejor en la obra de Dios. Los dones espirituales tienen que ver con lo que hacemos. El fruto del Espíritu tiene que ver con el ser de Dios, con las virtudes y el carácter de Jesús. El fruto del Espíritu es algo interior, que revela lo que Dios es. El fruto del Espíritu tiene que ver con lo interior, con lo que somos.

¿Qué es lo más importante? La vida espiritual de un creyente no se mide por las manifestaciones de los dones espirituales, por más espectaculares que éstos sean. El verdadero valor de la vida espiritual de un creyente se mide por el desarrollo del fruto del Espíritu en su vida.

LAS MANIFESTACIONES DEL FRUTO DEL ESPÍRITU

Amor

La primera es amor (gr. ágape, αγαπη). En el Nuevo Testamento, esta palabra tiene que ver específicamente con el amor de Dios. Se trata de un amor sacrificial. No es interesado, ni condicionado, ni está limitado por ninguna circunstancia. Este amor es la virtud característica de la fe cristiana. No se trata de una mera emoción, sino de un principio inteligente por el cual se vive deliberadamente. Este amor tiene que ver con la mente y la voluntad. Es la facultad de amar incluso a los enemigos. En este sentido, es una benevolencia insuperable y una bondad invencible, que siempre procura lo mejor para los demás, aun cuando ellos le deseen lo peor. Este amor es lo que Dios pide por sobre todas las cosas a sus hijos. La descripción de este tipo de amor la encontramos en 1 Corintios 13.

Gozo o alegría

La segunda manifestación es gozo o alegría (gr. cara, χαρα). No es la felicidad que se manifiesta como producto de los propios logros, ni es placer ya que éste es momentáneo. El gozo no depende de los sentimientos o emociones. La alegría que produce el Espíritu en el creyente es profunda y permanece a pesar de las diferentes pruebas y dificultades de la vida (Fil. 4:6, 7).

El gozo es la alegría de la fe (Fil. 1:25; Ro. 15:13). Como tal, está más allá de la alegría que uno tiene, experimenta o puede mostrar. No depende de uno, sino del Señor, ya que se funda en la esperanza y confianza de la fe, aun en medio de las luchas y angustias de la vida (2 Co. 7:4, 5). Se trata, pues, de un carisma, de una alegría dada por el Espíritu Santo (Ro. 14:17; 1 Ts. 1:6).

Paz

La tercera manifestación es paz (gr. eirene, ειρηνη). La paz con Dios es la base de todas las otras. Si estamos en paz con Dios vamos a estar en paz con nuestros hermanos. Esta paz sobrepasa todo entendimiento (Fil. 4:6, 7). El vocablo paz viene del hebreo shalom. No significa el mero alivio de problemas, sino todo aquello que resulta en el bien supremo del ser humano. Es esa tranquila serenidad del corazón, que es producto de la convicción de que Dios es soberano por sobre todas las cosas que él ha creado. De allí que esta paz resulta en una experiencia de armonía con él, con su creación, con los demás seres humanos y con uno mismo.

Paciencia

La cuarta manifestación es paciencia (gr. makrothumia, μακροθυμια). El vocablo significa mantener siempre el ánimo. Tiene que ver con la inmutabilidad de una persona ante la provocación o el soportar sin enojos o alteraciones un mal trato. La paciencia no es resignación. El vocablo es típicamente bíblico y cristiano, y se refiere a dos cosas. Describe esa actitud de persistencia, que soporta la espera y sobrelleva el sufrimiento sin ceder, confiando en que ocurrirá lo mejor. El vocablo se refiere también a la actitud que se debe tener para con el prójimo. Es la actitud de aquel que pudiendo vengarse si quisiera, no lo hace.

Amabilidad

La quinta manifestación es amabilidad (gr. crestotes, χρηστοτης). Puede traducirse también como benignidad, dulzura, suavidad en la manera de dirigirse a los demás. El vocablo está relacionado con el buen trato. Conlleva a veces la idea de gentileza o dulzura. Referido a la conducta humana, el vocablo destaca la bondad y mansedumbre del que así se relaciona con los demás. Se trata de la bondad que es amable y afable.

Bondad

La sexta manifestación es bondad (gr. agathosune, αγαθωσυνη). Es la cualidad de una persona regida por lo que es bueno, cuya meta en la vida es el bien. Es la acción diaria y constante de devolver bien por bien y bien por mal. Tiene una connotación de carácter ético-religioso, ya que designa lo que es moralmente bueno. Es un vocablo típicamente bíblico, ya que no aparece en el griego secular. El término señala a la excelencia o bondad de la conducta respecto del prójimo, cualquiera que sea. Esta virtud es de por sí una cualidad que el nuevo ser humano en Cristo tiene. Es su conducta buena e intachable en el sentido más amplio.

Fe

La séptima manifestación es fidelidad o fe (gr. pistis, πιστις). El sentido de fe aquí es fidelidad. Fidelidad en las promesas, demandas y todo lo que Dios nos ha confiado. Es la fe necesaria para vivir en la vida cristiana (2 Co. 5:7). Fe es la virtud característica del creyente que es confiable. Se refiere a la confiabilidad, integridad y honradez del verdadero hijo de Dios.

Humildad o mansedumbre

La octava manifestación es humildad o mansedumbre (gr. prautes, πραυτης). No se trata de debilidad ni flaqueza. El vocablo es de traducción difícil. Está relacionado con ser dócil, obediente, sujeto, humilde. Humildad o mansedumbre expresan adecuadamente el sentido del griego, que conlleva la idea de ternura y gracia. Es una palabra acariciadora, y encierra el secreto de la ecuanimidad y la compostura. La persona mansa es la que nunca se aira a destiempo, sino que es dócil y humilde porque tiene un control perfecto de sus emociones. No es una docilidad pusilánime, una ternura sentimentaloide, un quietismo pasivo. Es fuerza bajo control.

Dominio propio o templanza

La novena manifestación es dominio propio o templanza (gr. egkrateia, εγκρστεια). Es dominio propio, equilibrio, autocontrol, el dominio de sí mismo. Es el freno divino a todo descontrol de los deseos, sentimientos, apetitos, carácter, etc. Es el espíritu que domina sus deseos y su amor por el placer. La persona capaz de gobernarse a sí misma será capaz de servir a los demás.

 

Pablo A. Deiros, Dones Y Ministerios, Formación Ministerial (Buenos Aires: Publicaciones Proforme, 2008), 251–253.

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