Aunque muy a menudo la división en capítulos y versículos carece de lógica, no ocurre así con esta epístola en la que cada capítulo finaliza con la venida de Cristo, luego de exponer distintos argumentos para nuestra consideración.
1. Confianza (1:10)
Los tesalonicenses habían oído el testimonio de Pablo, Silvano y Timoteo y habían creído al evangelio. En los versículos 5 al 9 del primer capítulo se nos relata cómo tales hechos se habían concretado y cómo al fin esperaban el día de la venida del Señor.
El evangelio había llegado con poder (comp. Hechos 17:1–4) del Espíritu Santo (comp. Hechos 4:25–31; Romanos 14:17) produciendo confianza (o “plena certidumbre”) en los predicadores, en su entendimiento y en su experiencia, habiendo Cristo penetrado en sus corazones (Colosenses 2:2; Hechos 6:11), ahora se les proponía una experiencia completa en El (comp. Romanos 4:21; 2 Timoteo 4:5, 17) y as ílo esperaban, porque serían guardados de la ira que vendría.
2. Compensación (2:20)
La esperanza en la venida del Señor no solamente produce confianza, sino también, explica algo de la recompensa. Los apóstoles habían trabajado ardorosamente en Tesalónica (Hechos 17:1–3), así como también en Filipo y otros lugares. Dios que puede observar y modelar el hombre interior (Romanos 6:17–18; Colosenses 3:15; 1 Juan 3:20) conocía ese trabajo de amor (ver 3:5). Sabía también de las estratagemas del diablo para que no volvieran (1 Tesalonicenses 2:18) y de las muchas tristezas surgidas en el camino, las cuales agigantaban la esperanza que movilizaba toda la experiencia en el evangelio (Filipenses 2:16; 2 Tesalonicenses 2:16).
3. Consolidación (3:13)
Desde el versículo 11 comenzó una invocación que continuó hasta ver a los cristianos consolidados en Cristo. Pensó en la actividad de Dios mismo para que (5:23; 2 Tesalonicenses 2:16–17) enderece y dirija “nuestro camino” a vosotros (Romanos 1:10; 15:32).
La disputa sobre la deidad de Cristo quedó totalmente aclarada porque no había dudas en Pablo. Anhelaba además que la venida del Señor les sorprendiera firmes, sólidos y abundando en el amor fraternal (Juan 13:14; 2 Corintios 4:15; Filipenses 4:17–18) y para con todos (ver Gálatas 6:10; 1 Tesalonicenses 5:15; 2 Pedro 1:7). Creía que la motivación debía ser productiva en el fortalecimiento de la esperanza (2:12; 3:2; Hechos 12:22–23) con vistas a la venida del Señor (2 Corintios 5:10).
4. Consolación (4:18)
En la primera porción del capítulo, el tema dominante es la santidad, especialmente en las relaciones entre varones y mujeres.
Posteriormente hacia los que perdieron seres queridos, lo cual culminó con la hermosa descripción del arrebatamiento de los santos.
El modo convincente cómo Pablo describió la revelación, lejos de tener por objeto las disputas que posteriormente aparecieron, sirvió para animar a los desconsolados. Confirmaba con la palabra del Señor (comp. Gálatas 1:12; Efesios 3:3) la perplejidad que había surgido en Tesalónica y les mostraba que aunque no conocía exactamente el momento de su venida (comp. Deuteronomio 29:29; Mateo 24:36; Hechos 1:7) sabía muy bien cómo se produciría porque el Señor mismo se lo había declarado (comp. 1 Corintios 15:51–52; 2 Corintios 5:1–10; Filipenses 3:20–21; 2 Timoteo 2:11–13).
En verdad, a los tesalonicenses les mostró detalles muy singulares, especialmente en lo referente con el rigor, la velocidad y esplendor involucrados (Juan 14:3; Colosenses 3:4). Es imposible contar la profundidad del consuelo producido en los tesalonicenses, sobre todo al disipar la sombra de aquellos que habían muerto (comp. 2:11; 3:2; 5:11; 2 Tesalonicenses 2:17).
5. Conformidad (5:23)
Para poder conocer la maravilla que significa lo que los cristianos deben experimentar, se necesita unir dos ingredientes: La expectativa con la santidad.
Ahora también, el mundo gime en tinieblas pero el cristiano está en la aurora de la vida. El “sueño” que menciona el texto de 1 Tesalonicenses 5:4–7, implica en este caso que la insensibilidad espiritual de nuestra parte es capaz de desembocar en equivocaciones tales como descuido, falta de visión, etcétera, llevándonos a caer en lazos del diablo.
La sobriedad encamina a la preparación (5:8–10) y todo a la santidad.
Nosotros nos abstenemos (v. 22) y el Señor nos santifica (3:13; 4:3) en todo nuestro ser, tanto en el “interior” (Romanos 7:22) es decir, espíritu y alma, como en el “exterior”, nuestro cuerpo (Filipenses 3:20–21); debemos sentir profundamente la actividad de Dios.
La constante santificación implica la preservación, tanto de contaminación espiritual (Romanos 8:13; 2 Corintios 7:1), de pensamientos (Efesios 2:3; Tito 1:15) como de nuestro cuerpo con sus inclinaciones carnales dirigidas por el viejo hombre (1 Corintios 6:12–20); comp. Romanos 6:19; 2 Corintios 4:10). Solamente Dios puede formar este hermoso equilibrio, consumado con la venida de Cristo (Juan 1:16) y prepararnos en armonía para cuando otra vez venga para llevarnos con El (Juan 14:2–3).
CONCLUSIÓN
Muy conocido es el relato de aquel viajero que visitó Italia:
–Llegué a Villa Areconati, al lago Como, que es una joya de la corona de los Alpes, en Italia. Un jardinero me abrió la pesada puerta y me llevó por el admirable jardín.
–¿Cuánto tiempo hace que está usted aquí?
–Veinticinco años.
–¿Y con cuánta frecuencia ha visitado esto el dueño?
–Cuatro veces.
–¿Cuándo estuvo la última vez?
–Hace doce años.
–¿Le escribe, entonces?
–Nunca.
–¿Con quién se arregla usted?
–Con el encargado de Milán.
–¿Viene éste con frecuencia?
–Nunca.
–¿Y quién viene por aquí entonces?
–Estoy casi siempre solo; muy pocas veces se ve algún forastero.
–Y, sin embargo, usted tiene el jardín hermoso y bien arreglado como si su amo tuviera que venir mañana.
–Hoy, señor, hoy podría venir.
–Fue la respuesta.
“Velad, pues porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (Mateo 24:42).
Raúl Caballero Yoccou, Del púlpito al corazón, Primera edición. (Miami, FL: Editorial Unilit, 1994), 263–266.